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Unidad (de la izquierda) en Andalucía

31 de marzo de 2022 06:00h

La prensa recoge la noticia del día 28 de marzo sobre un acuerdo de unidad de parte de la izquierda de Andalucía. Además del PSOE, existen tres grupos diferenciados en la izquierda andaluza: Unidas Podemos, Adelante Andalucía y Andaluces Levantaos. Dejamos a un lado Adelante Andalucía, formada estrictamente por los anticapitalistas, bajo la dirección de Teresa Rodríguez, que se ha excluido de la construcción de la unidad, y analizamos a los otros dos grupos y la decisión tomada.

Unidas Podemos es una coalición formada por IU, Podemos y Alianza Verde. Este último partido es ficticio, creado expresamente para pintar de verde a Podemos, una vez que Juanxo López-Uralde tuvo que abandonar EQUO, después de no obedecer al resultado de un referéndum interno sobre la investidura de la presidencia de gobierno. Las otras dos fuerzas de esta coalición probablemente estén muy igualadas en Andalucía y, en todo caso, tienen unido su destino, como en el resto de España, por lo que terminarán actuando al unísono.

Andaluces Levantaos es una coalición formada por Más País, Verdes-EQUO y dos pequeños partidos andalucistas, Iniciativa del Pueblo Andaluz y Andalucía por Sí. Aquí, la representación principal en el territorio corresponde a los pequeños partidos andalucistas, que tienen varios concejales, pero la fuerza política está en Más País, por sus referencias en el Estado principalmente.

La nueva unidad andaluza tiene que amalgamar esas dos coaliciones, que, si por algo se caracterizan, es por sus diferencias, de donde han resultado las rupturas y divisiones que ahora pueblan el paisaje. Lo más característico de esta amalgama, creo yo, es la mutua desconfianza entre los confluyentes. La tarea, por tanto, será construir confianza, si se quiere avanzar.

Con las lecciones que ya llevamos aprendidas, la confianza no se podrá generar si no se concreta en estructuras y en estrategias. En el punto en que estamos, no valen medias tintas. Y son las estructuras y las estrategias las que están verdes aún. Por eso, hasta ahora, sólo hay un acuerdo, confeccionar el programa; y dos sonoros desacuerdos, el candidato o candidata y el nombre de la nueva formación.

Bajo los términos en que se han visibilizado oficialmente el acuerdo y los desacuerdos, se oculta un asunto esencial de estructura: determinar si se formará una coalición o una confluencia. Me atrevería a poner la mano en el fuego sobre la imposibilidad de formar una coalición. Primero, porque sería muy desigual y cada partido trataría de imponer su hegemonía, de lo que resultaría una jerarquización, que se concretaría en los puestos a ocupar en las listas. Como todos exigirían, además, que figurase su nombre, la sopa de letras sería tan espesa que no sería digerible. No creo, por otra parte, que Más País aceptase esa coalición de coaliciones, porque choca frontalmente con su estrategia de abandonar el rincón de la izquierda y sus pompas y sus obras, o sea, sus siglas. Por cierto, en esa estrategia coincide con Yolanda Díaz, por lo que la vía de la coalición de coaliciones terminará descartada, aunque sea con mucho dolor de Unidas Podemos.

Si no hay coalición, tendrá que haber confluencia. Y aquí están los desacuerdos. Por eso, no hay nombre y no hay candidatura. De todos modos, no veo problema formal en alcanzar un acuerdo para el nombre y tampoco para la candidatura. El problema será definir orgánicamente esa estructura: ¿será un partido, será una agrupación de electores, cómo se formará el censo, quién gestionará las finanzas, qué papel jugará la asamblea, que tipo de dirección se establecerá, tendrá su propia sede? Seguro que la discusión está centrada aquí, porque es ahí donde se dilucida el grado de autonomía de la confluencia. La experiencia nos ha enseñado que, si no hay autonomía, sólo hay dependencia del partido o de los partidos hegemónicos, y ese es un camino ya recorrido y con final en el abismo. Por esto, es muy interesante lo que está ocurriendo en Andalucía, de donde resultará un nuevo modelo político o seguiremos con más de lo mismo, es decir, en el abismo.

Marcelino Flórez Miguel es socio de infoLibre

¿Por qué llora un hombre?

Los hombres lloran por las mismas razones que las mujeres, siempre que su masculinidad se lo permita, o sea, siempre que no sea una masculinidad patriarcal. Por eso, ver llorar a Pablo Iglesias reconforta. En este caso, además, sorprende. Había dado tantas apariencias de «macho alfa», que sorprende y agrada esa muestra de masculinidad emotiva, dulce, acogedora, humanizada, en definitiva, feminizada.

No me sorprendió el primer llanto, suave, sereno; me sorprendió la intensidad del llanto, impetuoso, desbordado, al contacto con Echenique. ¿Por qué lloraba de esa manera Pablo, en ese momento de contacto con el partido? Sin duda, la emoción del día había sido grande y es una razón suficiente para explicar la intensidad del llanto, aunque hay un factor que sigue interrogándome, el factor de partido que representaba Echenique.

Mis amigas y amigos de la izquierda han recibido la investidura con gran alegría, excesiva alegría, diría yo. Es como si se hubiese conseguido el objetivo al ser investido Pedro Sánchez, al ser posible la formación del gobierno pactado, como si ese fuese el fin, como si se hubiese logrado ya todo. No puedo dejar de relacionar la alegría de mis amistades y las lágrimas desbordadas de Pablo. Y, la verdad, cada rato que pasa esto me intranquiliza más, me interroga más, llega a sorprenderme, incluso.

Hace seis meses mi sorpresa era la insistencia de Podemos en entrar en el gobierno, a pesar de haber perdido más de un tercio de su representación política, cayendo de 71 a 42 diputados. El 10 de octubre los 42 se redujeron a 35, pero lo que no fue posible seis meses antes, ha sido posible ahora. Se llegó a un pacto de gobierno y, de forma casi agónica, se logró la investidura. La bancada de Unidas Podemos prorrumpió en el grito de «Sí se puede», indicando que había alcanzado lo que buscaba. Podemos ha difundido un vídeo con ese grito, que se prolongó posteriormente por los pasillos del Congreso. Eso, a pesar de que los diputados de 2016 son ahora menos de la mitad. ¿Cuál es la razón de la alegría, entonces?

No cabe duda, la alegría es haber alcanzado el gobierno de coalición. Y es una enorme alegría, porque de esa manera los resultados electorales quedan oscurecidos, olvidados, inexistentes. Supongo que nadie será tan presuntuoso como para pensar que la alegría sea porque se consideren los mejores y vayan a ser capaces de hacer una gestión insuperable. ¡Menuda tarea se han asignado!

En julio no aceptaron la investidura, porque les parecían pocas las competencias que se les asignaban. La excusa ha perdido toda su fuerza ya antes de formarse el gobierno. El presidente ha reducido a la insignificancia la vicepresidencia de Pablo Iglesias, una entre cuatro y no la más importante; ha colocado en los ministerios «socialistas» a personajes con más consistencia pública que los ministros podemitas, salvo la excepción de Manuel Castells, un independiente que siempre ha estado cercano al PSOE (https://rememoracion.blog/2018/01/16/ruptura-de-manuel-castells/); y ha respondido al pretendido protagonismo de Podemos mediante la presentación prematura de sus ministrables, con un retraso de los nombramientos y con un goteo del anuncio, una a una, de sus propias propuestas. Antes de formarse el gobierno, ya ha quedado claro quién manda. Por eso, ahora sólo queda hacerlo muy bien. Una tarea demasiado exigente. Y todo, sin que los partidos coaligados se hayan parado a analizar los resultados electorales, ni los de abril, ni los de mayo, ni los de noviembre. Hasta ahora, todo ha sido cerrar filas, de modo que el futuro se presenta muy abierto.

Marcelino Flórez

Cuatro años, para reconstruir

Terminó el ciclo electoral y estamos comenzando a disfrutar del descanso, aunque la caverna persista en su propaganda falaz y dinamitera. Los Ayuntamientos ya están constituídos y se van formando los gobiernos autonómicos. Sólo nos falta el gobierno central y ahí es donde la derecha tricápite está echando el último pulso. El argumento es conocido: si el PSOE pacta con Podemos, será populista; si, además, lo hace con el PNV y con Bildu, será también terrorista; si, finalmente, suma a ERC, romperá España. Nada nuevo, el mismo ruido, los mismos tambores y los mismos repicantes.

La caverna nos quiere inocular el miedo, para que triunfe la parálisis. Pero si gana el miedo, no vamos a regresar de la playa para votar y el trifachito ganará las elecciones y gobernará España. Por eso, porque es el miedo el que está sustentando a la nueva derecha, ya toda ella extrema, no hay que dejarse amedrentar. Hasta aquí hemos llegado. Hay que plantar cara y dar fin a la mentira mediática que sostiene el extremismo derechista. Hace falta un gobierno con el apoyo de todo lo que no quiera ser trifachito, Un gobierno que nos dé cuatro años de vacaciones electorales, para recuperarnos, mientras se construye un poco más de justicia social.

Y nosotros, los activistas, vamos a aprovechar el descanso para reconstruir la unidad de la izquierda. Hemos perdido una oportunidad de oro, pero ya no vale lamentarse, sino regresar a 2015 y comenzar de nuevo. Los dos o tres años que precedieron a esa fecha conocieron una gran efervescencia del pensamiento unitario, pero llegó Podemos y transformó ese pensamiento en una propuesta, la de ingresar en su nueva casa común, una vez amueblada y dotada de normas. Fracaso tras fracaso, hasta la derrota final, hay que reconocer que esa vía ha llegado a su fin.

Los que nunca creyeron en la unidad y que optaron por buscar coaliciones ante la evidente incapacidad de cada partido de la plural izquierda vuelven ahora a lo mismo: ampliar la coalición para sumar todos los votos. A éstos les he oído decir que el fracaso final de la izquierda es culpa de Íñigo Errejón, por su escisión de Podemos. Aparte de que se olvidan del resto de España, que no sea Madrid, donde no estaban Íñigo y Carmena para articular ese fracaso, no puedo entender que achaquen a Más Madrid la pérdida del Ayuntamiento y no a Sánchez Mato, a pesar de que el resultado fue de 19 a 0; o que culpen a Íñigo y no a Pablo de la derrota, a pesar de que el resultado fue de 20 a 7. Es pura ceguera y es evidente que por ahí no va el camino. Tampoco los mesías han tenido mucho éxito: preguntadle a Garzón, el juez.

La vía es la confluencia, la que venimos ensayando en el municipalismo y que ha sido la única en salir un poco menos mal librada; y eso a pesar de lo difícil que nos lo ha puesto el espectáculo ofrecido por la izquierda de las coaliciones, que estuvieron quebradas y rehechas en mil formas divergentes, con alguna sigla que iba en cuatro lugares diferentes para las tres elecciones que se celebraban el día 26 de mayo. Un espectáculo impresentable, éste de las coaliciones.

Empezar de nuevo la confluencia, dejando en casa lo identitario y buscando lo que es común, es el único camino. No es que no valga la sopa de letras, es que no vale ni uno solo de los anagramas. Confieso que no daré un paso que no sea de confluencia. Si tengo que permanecer de vacaciones cuatro años, así estaré. Eso sí, que no me esperen en las urnas de la coalición, aunque regrese a tiempo, ya he aprendido a votar de otra forma siempre que ha sido necesario.

Marcelino Flórez

El terremoto político de Madrid


La Carta de Carmena y Errejón, manifestando su hermanamiento, ha sido presentada en los medios como si de un terremoto se tratase. Nada de eso, es la última secuencia, por ahora, de un conflicto que recorre a la izquierda plural desde hace más de veinte años. Simplificando, el debate se había concretado en los últimos años en un conflicto entre radicalidad y transversalidad. Algunas personas preferían mantener puras sus esencias, aunque no lograsen agrupar a mucha gente, mientras que otras personas preferían prescindir de algunas esencias y poner en común con mucha gente lo que fuese posible y, así, ir consiguiendo cosas, aunque fuese a pasos lentos.

En medio de ese conflicto y ese debate se insertó el 15-M, que lanzó algunos mensajes claros. El primero, que prescindía de las esencias, las cuales ya no les representaban, y que optaban por la deliberación, esto es, el diálogo para llegar al convencimiento y al acuerdo en lo común. Por eso, en las asambleas del 15-M no se votaba, sino que se aclamaba lo razonable, lo que llegaba a ser compartido, o sea, lo común. El segundo mensaje nítido es que se negaba a delegar la opinión, el voto, la decisión en ninguna estructura constituída, reclamando, por el contrario, la palabra, la asamblea, la calle.

En términos políticos, tanto el viejo conflicto de la izquierda plural, como el mensaje de la juventud en las plazas el 15 de mayo de 2011, dejaba claro que los partidos políticos, tal y como Lenin los imaginó para hacer la revolución, habían llegado a su fin. O se aprendía a mandar obedeciendo o se iba a la quiebra. Izquierda Unida, que ya había tenido varias oportunidades para captar el mensaje nuevo, desoyó a la multitud, optó por el leninismo bajo la forma de anguitismo y fue a la quiebra. Entonces surgió Podemos, que aparentó durante unos meses aportar el aire fresco de las plazas de mayo. Pero enseguida demostró que aquello era un espejismo: comenzó intentando controlar al nuevo municipalismo; cometió el enorme error de impedir el paso al PSOE y consentir la continuidad del PP en el gobierno; y terminó demostrando en Vistalegre II que era más leninista que el más viejo de los partidos comunistas. La decepción se confirmó elección tras elección, hasta obtener el resultado de Andalucía, donde se logra que acceda al poder un partido en quiebra, que ha perdido dos tercios de los votos que obtuvo hace ocho años. No hay forma más evidente de mostrar la inutilidad de una fuerza política.

Errejón sabe esto muy bien, lo mismo que Carmena. Hace unos meses, Carmena y su equipo y sus apoyos externos dejaron claro a Pablo Iglesias y a su estructura ejecutiva que esta vez no iban a consentir el control externo del municipalismo, que no se iban a someter a ninguna coalición de partidos, sino que allí participaba toda la gente en libertad, en igualdad y en deliberación. Si Pablo Iglesias y Julio Rodríguez cedieron aquí, es porque sabían que perdían la partida.

Ahora Errejón ha hecho lo mismo. Al día siguiente de que la estructura ejecutiva le intentase hacer una lista de coalición de partidos, dijo que él iba con Carmena a la asamblea. No hay más terremoto que éste. Y este órdago lo ha ganado ya Errejón y su equipo y sus apoyos externos. En mayo, cuando termine la partida en la capital de España y en su Comunidad Autónoma, se sabrá si la gente prefiere coaliciones o confluencias, ejecutivas o asambleas, normativa o deliberaciones. No es otra cosa lo que está en discusión. Y en Madrid hay sitio para todas las opciones. Bueno, también se ponen a prueba los líderes, pero ese es asunto menor.

Marcelino Flórez

La coalición

Esta vez la coalición ha venido rodada. No entraré en las interpretaciones, me limito a constatar hechos: ‘Podemos’ e IU han alcanzado un acuerdo con rapidez y sin excesivos obstáculos. EQUO se adhirió al acuerdo sin rechistar. Y otros mil grupos, que en ocasiones anteriores anteponían su peculiaridad a la mínima renuncia, han claudicado hasta con alegría. El resultado es una sopa de letras muy espesa, bien distinta de las dos únicas siglas a las que ‘Podemos’ despreciaba hace solo unos meses. Pero dejo también a un lado la hemeroteca y constato que hay unidad de la izquierda plural, fuera del partido socialista. Eso sí, es imprescindible llamar a las cosas por su nombre: unidad bajo la forma de coalición. Una coalición, además, desigual, con un partido dominante, ‘Podemos’, un auxiliar imprescindible, IU, un utilísimo compañero de viaje, EQUO, y varios adherentes menos significativos, salvo las excepciones de los territorios con formaciones nacionalistas coaligadas.

A la sopa de letras se han unido también algunos”zombis”, según calificaba un periódico digital a viejos políticos adheridos al otrora movimiento juvenil y renovador, que parecía haber iniciado un nuevo camino es España.

Siglas y “zombis” son controlados férreamente desde Madrid, bajo la dirección hegemónica de ‘Podemos’, aceptada sin apenas discusión por el resto. Es lo normal, atendiendo a los hechos objetivos, tanto electorales, como movilizadores sociales.

Por todas estas razones, quienes estamos en el ajo iremos a votar una vez más con la nariz tapada y con ojos bien cerrados bajo unas potentes gafas de sol. La “gente plebeya” de Errejón, esa enorme masa de gente desligada de la vida política, poco conocedora de los intríngulis y cocederos de pactos, sometida a una tormenta mediática constante, también irá a votar. Una buena parte de ella, que sigue sufriendo las consecuencias de la crisis, votará a la coalición. Si la campaña electoral sale bien, la coalición no sólo sobrepasará en votos a los socialistas, sino que pondrá en peligro el primer puesto de los populistas.

Nada de esto, sin embargo, es diferente de la vieja política y esa es la razón por la que produce poco entusiasmo. De manera que el 27 de junio empieza lo que importa. Y eso no es gobernar, sino construir una confluencia social y política, que en sí misma configure un cambio social, en sus valores, en sus métodos, en sus prácticas. La representación más acabada de una confluencia de este tipo está en el movimiento social, precisamente aquello que de palabra y obra ha sido despreciado por la vieja política y la política de coaliciones.

Poco entusiasmados, pues, queremos escuchar, ahora ya, que el día 27 de julio trabajaremos por construir confluencia; esto es: asambleas locales que evalúen pactos y propuestas de gobierno, que se coordinen entre sí, que construyan programas con valores y propuestas concretas; un método deliberativo, que facilite el debate y busque el acuerdo; un método que prime la transparencia, donde nada se decida en despachos, entre dos o tres gerifaltes; una organización con menos liderazgo y más colegialidad. Cambio real, cambio coherente consigo mismo. Me pongo, pues, las gafas oscuras y comienzo a trabajar para dar el paso de la coalición a la confluencia.

Marcelino Flórez