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Confusiones en torno a la Transición

El día 26 de julio de 2017, eldiario.es ilustraba un reportaje sobre las primeras apariciones del movimiento homosexual y transexual del año 1977 con una pancarta firmada por LCR, que reivindicaba “amnistía total”. Esta reivindicación firmada por la Liga Comunista Revolucionaria me anima a hacer una pequeña reflexión sobre uno de los errores, que tanto proliferan, acerca de la Transición.

La amnistía de 1977, la última y definitiva amnistía, fue una reclamación de la izquierda y de la extrema izquierda, que necesitaban sacar de las cárceles a sus presos, algunos de los cuales aún permanecían en prisión por las características de sus condenas. Por eso, aparece la reclamación en una pancarta de la LCR o, por eso, es el senador Xirinach el que permanece de pie en cada sesión del Senado hasta que se aprueba la “amnistía total” o, por eso, Francisco Letamendía se ve obligado a pedir disculpas a la bancada de la izquierda al optar por la abstención por no estar contempladas todas las propuestas de ETA en la ley.

Y son los franquistas los que se oponen a esa amnistía, porque ni se les pasaba por la imaginación que sus crímenes contra la humanidad pudieran ser denunciados jamás. Nada lo ilustra mejor que las palabras del representante de Alianza Popular, Carro Martínez, que, con el pensamiento puesto en ETA, justificaba así la abstención a la que optaban, para diferenciarse de Fuerza Nueva, ante la Ley de Amnistía de 1977: “y nos abstendremos porque una democracia responsable no puede estar amnistiando continuamente a sus propios destructores”. Es evidente que no pensaba en las responsabilidades penales de sus correligionarios.

Por otra parte, el pensamiento dominante bajo el que se hizo la Transición y que no fue contestado entonces por nadie se asentaba en la reclamación del olvido, que se razonaba así: la Guerra fue una “catástrofe colectiva”, con víctimas en una y otra parte, que “nunca más” debería repetirse. Santiago Carrillo, en una rueda de prensa celebrada en París en 1974 lo decía así de claro: “no debe volver a haber una guerra civil en España”. Y el PCE, destacado defensor de este pensamiento, adaptó al momento su propuesta de reconciliación nacional de 1956. Esta, que en su inicio planteaba unir a todos los demócratas contra la Dictadura, abandonando la anterior estrategia de izquierda contra derecha, pasa a referirse ahora a la reconciliación de vencedores y vencidos o, como decía Carrillo en la misma rueda de prensa, “que no debe haber ningún espíritu de revancha, ninguna política de revancha”. Más claramente lo expresó Marcelino Camacho en las Cortes: “Nosotros considerábamos que la pieza capital de esta política de reconciliación nacional tenía que ser la amnistía. ¿Cómo podíamos reconciliarnos los que nos habíamos estado matando los unos a los otros, si no borrábamos ese pasado de una vez para siempre?”. Y lo mismo corroborarían en aquella sesión de Cortes Xabier Arzallus y todo lo que había sido oposición al franquismo.

Ahora sabemos que aquella decisión determinó la impunidad para los crímenes franquistas, pero no se les puede achacar la responsabilidad a ellos, sino que fue la izquierda la responsable de aquella amnistía. Así son los hechos, se cuenten como se cuenten.

Algo bien distinto es la valoración que ahora queramos hacer de los hechos. Hay mucha gente que continúa pensando que se hizo lo que se debía hacer y que bien hecho está. Pero hay cada día más gente que considera que no se hizo lo debido y, en todo caso, que se dejaron de hacer cosas y otras, que se hicieron más o menos bien, están agotadas. Es legítimo y necesario criticar el régimen nacido en la Transición, pero sin confundirse. La amnistía de 1977 la hizo la izquierda con su presión en la calle y en el Parlamento, no la hicieron los franquistas, que no la necesitaban ni sospechaban que pudieran necesitarla. Y eso se corrige no denunciando la Ley de 1977, sino reformando la tímida “ley de memoria histórica” de 2007. Lo mismo vale para la Constitución, para la Monarquía, para las naciones y para todo el régimen del 78. No confundirse.

Marcelino Flórez

2.1. Desprecio de valores esenciales

(El Partido Popular en el final del Régimen de la Transición)

Desatada la lengua para la crispación, desvelaba el pensamiento oculto del Partido Popular en lo relativo a los valores humanistas esenciales. Los últimos años están plagados de ejemplos. Veamos algunos.

Con motivo del debate sobre la reforma laboral, se le coló al ministro De Guindos en un micrófono abierto que la reforma iba a ser muy dura. En el Parlamento, la actitud ya habitual de la bancada popular, entonces eufórica por la reciente mayoría absoluta, jaleaba sin cesar a los suyos y abucheaba a los contrarios. En uno de esos jaleos se le oyó decir a una parlamentaria, hija de un político famoso condenado por corrupción, “¡que se jodan!”, refiriéndose a los trabajadores y a sus empeoradas condiciones laborales. Se me vino a la memoria inmediatamente aquel “¡Comed República!”, que gritaban los señoritos, victoriosos en 1933, al jornalero hambriento y votante de las izquierdas. No hubiese ido más allá el improperio, si su autora hubiese dimitido inmediatamente del cargo electo o, en su defecto, si el partido la hubiese expulsado, pero no fue así, sino que confirmó su puesto y, de esa forma, avaló el improperio y lo que significa: el desprecio a la clase obrera, a la gente más débil de la sociedad.

Siempre que una alcaldía, un gobierno regional o el gobierno del Estado legisló o actuó en beneficio de la inmigración, el Partido Popular se opuso con el argumento del “efecto llamada”. Cuando la inmigración siguió llamando a las puertas bajo su gobierno, el gobierno popular continuó actuando conforme a su pensamiento, reprimiendo con dureza a las personas inmigrantes, hasta el punto de terminar sus actuaciones en los tribunales de justicia. El antihumanismo de esas actuaciones se ve confirmado con el comportamiento ante la misma actitud de otras autoridades. Nunca el Partido Popular ha condenado las palabras y los actos del alcalde de Badalona o del alcalde de Vitoria, que, condenados o no por los tribunales, han tenido que comparecer ante ellos bajo la acusación de xenofobia y de racismo. Podemos decir que el Partido es coherente, pero también hay que gritar que esa actitud carece de valores humanistas.

Un tercer ejemplo, el machismo. Podrá hacerse Rajoy cuantas fotos desee rodeado por todas las mujeres del Partido Popular, pero ni un millón de fotografías puede compensar la presencia del candidato a alcalde de Valladolid y actual alcalde de la ciudad en las listas electorales. Las portadas en la prensa nacional y la presencia, incluso, en noticias internacionales que han protagonizado los exabruptos machistas de León de la Riva no se pueden tapar con ningún mural fotográfico. Aquella referencia prostibular a los labios de una ministra, aquel desprecio erótico a la candidata socialista a la alcaldía y, sobre todo, aquel abandono de las mujeres violadas y maltratadas con la burla del ascensor y los sujetadores no lo tapan ni todos los escombros acumulados durante la burbuja inmobiliaria. Todavía alguien argumentará que existen mujeres en Valladolid que votarán a este alcalde y, efectivamente, su presencia en las listas está pidiendo el aval para su comportamiento. Pero, por más que conserve algún voto femenino, la negrura machista del Partido Popular, que se ve autorizada con la presencia de León de la Riva en la alcaldía de Valladolid y en la nueva candidatura, no la lava nada ni nadie. El machismo será un componente negro de la ideología del Partido para siempre, por la tozudez de los hechos sobre las palabras.

El Partido Popular en el final del Régimen de la Transición

Más que analizar al Partido popular y tratar de conocer mejor las razones de su decadencia, lo que no me interesa nada, tengo interés en ayudar a no olvidar lo que ha sido y lo que es el Partido Popular, para que lo podamos explicar cada vez que sea oportuno. Lo he repetido hasta la saciedad en este blog, a propósito de su cotidiana actuación: Delendus est PP, La ilegitimidad del PP, Como si el PP no existiera; o he insistido en aspectos particulares de su actuar: el franquismo, la crispación, la corrupción. Ahora, cuando el ciclo electoral iniciado parece anunciar el final de la hegemonía del PP, quiero recordar lo tantas veces repetido y destacar que podemos estar en vías de una nueva transición, en este caso el final de dos etapas históricas sucesivas y continuadoras: la Dictadura franquista y el régimen político de la Transición.

Es verdad que aún no se ha socializado suficientemente, pero la ciencia histórica ya ha consensuado el significado de la Dictadura franquista: fue un sistema político que entra en la categoría de los crímenes contra la humanidad. Sus efectos no han sido reparados, pero están creadas las bases para poder hacerlo. Respecto a la Transición, se va estableciendo la tesis de que una característica dominante ha sido el monopolio bipartidista del poder, determinado por la ley electoral, que ha logrado estrangular los buenos efectos democráticos que auguraba la Constitución de 1978. El mayor daño del bipartidismo ha sido la institucionalización de la corrupción, como elemento del régimen político, y el abuso del poder, que en manos del Partido Popular ha dado lugar a un régimen autoritario.

Los dos partidos que se han turnado en el poder tienen parecida responsabilidad en la perversión del régimen de la Transición; también le toca su parte de responsabilidad a los nacionalismos, más a los catalanes que a los vascos; y la misma Izquierda Unida está afectada, tanto en lo que se refiere a la corrupción, como en el modelo poco democrático de partido. Sin embargo, la suma de varios elementos de la vida política confieren al Partido Popular un protagonismo inigualable a la hora de caracterizar la desnaturalización del sistema constitucional de 1978. El resultado de la quiebra de ese sistema ha sido la conformación de una democracia de muy baja calidad, con algunas características bien definidas: neofranquismo, crispación, desprecio de los valores humanistas, corrupción, clientelismo, disenso y propaganda.

Las dos veces que el Partido Popular ha gobernado con mayoría absoluta ha exhibido un autoritarismo extremo, que en esta última etapa ha alcanzado cotas desconocidas. Si, como parece, la gente se ha hartado de autoritarismo, la derrota del PP podría ser definitiva. Analizaremos por capítulos estos elementos y concluiremos con la descripción del régimen autoritario popular.

Marcelino Flórez