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Rouco no defraudó

Que el cardenal Rouco Varela presidiese el funeral de Estado era lo propio desde todos los puntos de vista. Su figura refuerza, sin duda, el carácter confesional de ese funeral de un Estado no confesional. Rouco, además, está de despedida. Ya no es nadie en la Iglesia española, pero aún no se había despedido. El funeral ha sido la despedida y no ha defraudado.

La homilía ha sido eminentemente política, como correspondía, pero las ideas expuestas han desagradado, incluso, a algún dirigente del Partido Popular, que lo manifestó así antes de que le llegase el argumentario. No digamos al resto de la clase política, que ha condenado unánimemente la intervención de Rouco. ¿Qué ha dicho, que ha resultado tan escandaloso?

Realmente casi no ha dicho nada, pero dos ideas apenas formuladas son las responsables de la sublevación. Ha hablado, primero, de concordia y lo ha hecho en el nombre del presidente Suárez. El problema es que Suárez sí practicó la concordia, pero Rouco, como le ha recordado Iñaki Gabilondo, no es Tarancón y representa lo contrario a esa concordia: en el gesto, en la palabra y en los hechos toda su presidencia episcopal ha estado marcada por la imposición de ideas fundamentalistas y la condena del pensamiento diferente. Para que la palabra concordia, en su boca, significase algo, antes tenía que haber reconocido su comportamiento no sólo discordante, sino, incluso, sectario. Le pasa como al actual gobierno, cuando reclama pactos de Estado sin reconocer su reciente pasado de crispada oposición. Rouco, como el gobierno, carecen de autoridad para reclamar consenso. Por eso, ofende que lo reclame.

La otra idea ha sido la no sé si advertencia o amenaza de una reproducción de la Guerra Civil. Exactamente sus palabras fueron éstas: “[Suárez] buscó y practicó tenaz y generosamente la reconciliación en los ámbitos más delicados de la vida política y social de aquella España que, con sus jóvenes, quería superar para siempre la Guerra Civil: los hechos y las actitudes que la causaron y que la pueden causar”. Pero ¿cuáles son esos «hechos y actitudes”? No parece, como también le ha recordado Iñaki Gabilondo, que se refiera al malestar social que pueda deducirse por lógica del informe de Cáritas sobre la pobreza en España, ese informe que tanto desagrada a Montoro. Aunque, si sus fuentes de información proceden exclusivamente de los medios de su propiedad, bien pudiera ser que estuviese convencido de que estamos viviendo una situación pre-rrevolucionaria, como insiste en proclamar el gobierno siempre que una pequeña minoría o sus propios infiltrados generan alguna violencia en las infinitas manifestaciones pacíficas que recorren toda España. No hay que reírse, porque esto es estrategia y Rouco refleja en las palabras “hechos y actitudes” un temor inducido, que puede estar afectando a otras personas españolas, informadas por los canales propios de Rouco o controlados por el Partido Popular.

Yo creo, sin embargo, que Rouco se refiere a otra cosa con ese críptico mensaje de los “hechos y actitudes” provocadoras de la Guerra Civil. Está pensando, sin duda, en la Cruzada. Recodemos la interpretación todavía oficial de la Iglesia española sobre la Guerra Civil: Después de la Pastoral Colectiva de 1 de julio de 1937, la guerra pasó a ser un Alzamiento Nacional, ya que se trataba de un levantamiento contra extranjeros; constituyó una guerra de liberación de la “revolución comunista que iba a tener lugar”, en palabras de los obispos; y revistió el carácter de cruzada, porque existía una persecución religiosa, que llenó a la patria de mártires. Como el enemigo era absoluto e irreconciliable, había que exterminarlo, por lo que no se podía parlamentar, sino que era imperioso buscar la victoria total. Ahí sigue anclada la jerarquía católica española. ¿O es que alguien ha pensado que la beatificación de mil quinientos mártires tiene alguna intención distinta de fundamentar esa interpretación de la Guerra Civil? Observad qué bien encaja este pensamiento con los peligros del laicismo, de los que viene advirtiéndonos desde hace años el cardenal.

Rouco se ha despedido sin defraudar. La única nota positiva es que algún dirigente del Partido Popular se desmarcó inicialmente de sus palabras. No esperéis, sin embargo, que lo haga Rajoy, porque lo que está en juego son cinco millones de votos, a los que aspira VOX, y no le va a dar esa oportunidad. En el otro lado, ¡menuda tarea tiene el papa Francisco con esta Iglesia española!

Marcelino Flórez

 

Una difícil prueba para el Papa Francisco

La sorpresa inicial que nos causó este Papa se va dilucidando siempre en términos positivos: si va a Brasil, se deja tocar entre las favelas; se acerca a Lampedusa para atestiguar la desvergüenza de la inmigración ahogada; sigue con sus viejos zapatos negros; intenta cambiar el Banco y mente mano, incluso, al gobierno del Estado Vaticano; y hace esas cosas sin reñir a la gente del mundo. Nada hay, hasta ahora, que ponga en duda los nuevos tiempos que ha inaugurado la Iglesia católica en Roma. Hasta los ateos se rinden a esta imagen, que se aproxima a lo que afirma la doctrina.

Dice Hans Küng que aún hay dos deficiencias, sobre las que este contestatario católico manifiesta también esperanza: el papel de la mujer en la Iglesia, que habrá de dejar de ser marginal; y la acogida de los curas casados, lo que pone sobre la mesa el celibato, una antigua norma, que para los más integristas es el centro de su creencia.

A mí me parece que el giro no va ser rápido ni fácil, sino que cada día el Papa Francisco tendrá que dar muestra de coherencia con el cambio que ha iniciado, un cambio de ciento ochenta grados en las prácticas de la Iglesia, aunque en realidad no sea más que regresar al Concilio Vaticano II cincuenta años después.

En España le tienen preparada una prueba para los próximos días: las beatificaciones del 13 de octubre en Tarragona. No es un problema de víctimas inocentes con las que solidarizarse, que lo son, sino de su significado. La Iglesia española, acorde también en ello con los anteriores papados, da a sus muertos de la República y de la Guerra el significado de mártires; y esto no tendría más importancia, si no fuera por la función política que tal significado tiene, un significado para el que conscientemente fue construido, como hemos demostrado en algunos escritos, y cuya función principal fue justificar el apoyo de la Iglesia católica al golpe de Estado y posterior Guerra Civil de 1936. En esto no debemos engañarnos. Si Juan XXIII y Pablo VI no accedieron a la consideración como mártires de las víctimas de la Guerra Civil no fue por desconocimiento de la realidad, sino al contrario. Y si Juan Pablo II y Benedicto XVI impulsaron el significado martirial de esas víctimas, en el contexto del descubrimiento de la enseñanza que aporta la rememoración de las víctimas olvidadas según nos enseñó Walter Benjamin, fue con la clara conciencia de contrarrestar ese movimiento memorialista.

Por eso, lo tiene muy difícil el Papa Francisco con la patata caliente que le ha caído del pasado. Cada gesto será sometido al examen de la crítica: si asiste o no; si envía a alguien más o menos importante; y, sobre todo, si dice algo o si calla. Es, ciertamente, una prueba muy difícil, porque, además, no se puede argüir que el Papa desconozca el problema. Tengamos en cuenta que la única crítica que recibió su nombramiento fue la de haber estado próximo o, al menos, no suficientemente alejado de la criminal dictadura argentina, un asunto muy próximo en significación al que le ha caído para el día 13.

Marcelino Flórez