En 1986 confluyó un amplio movimiento social en la Plataforma para la salida de España de la OTAN. Era un movimiento heterogéneo, pero con un objetivo preciso: OTAN-NO. Los principales impulsores fueron los dos grandes sindicatos y estuvieron presentes los partidos de la izquierda, donde la predominancia del PCE era indiscutible. El Referendum se perdió, pero la Plataforma sirvió para originar un movimiento político, que terminó formando esa entidad nunca bien definida, que fue Izquierda Unida, algo así como una federación de partidos y de agrupación de personas, aunque socialmente sería identificada pronto con un partido político.
El dominio del PCE en IU siempre fue evidente, pero en el año 1992 el Congreso del PCE ordenó que se “hegemoneizase” el movimiento social y político. Fue el fin definitivo de la relativa autonomía de IU, así como el origen de un conflicto gravísimo en el seno de las Comisiones Obreras. El conflicto sindical terminó en el año 2009, cuando la denominada mayoría sindical fue derrotada por una coalición de “criticcoos”, la corriente sindical creada por el PCE, junto a una aglomeración de personas descontentas, reunidas en torno a algunas “personalidades” sindicales. Los “criticcoos” decidieron entonces disolverse y, como la mayoría sindical no constituía ninguna tendencia organizada, el conflicto sindical interno se extinguió. Pero en IU las cosas discurrieron de otra manera.
En el tiempo prelectoral del año 1993, el PCE en Izquierda Unida desarrolló la teoría de las dos orillas, queriendo dar a entender que el PSOE y el PP estaban en una de ellas e IU en la otra, de donde se deducía que no había posibilidad de pactos con el PSOE. La doctrina fracasó, al volver a ganar el PSOE las elecciones con mayoría relativa, pero triunfó, porque no obtuvo el apoyo de IU para gobernar. Siempre bajo la dirección de Anguita, la doctrina se reforzó, denominándose ahora el sorpasso y asentada en la cantinela de programa, programa, programa; y aún dio un paso más con la táctica de la pinza con el PP, que obtuvo el éxito deseado: el PSOE fue desalojado del poder en 1996. Siguieron ocho años de aznarismo y desmovilización social, que se valoran por sí mismos.
El conflicto dentro de IU se acentuó y algunas personas formaron el PDNI para tratar de reunir fuerzas y contrarrestar el dominio de los hegemónicos. Fue una tarea vana. La Nueva Izquierda no tuvo acceso a la V Asamblea de IU y se desligó de la coalición. Izquierda Unida, después del periodo discurrido entre 1993 y 1996, no recuperaría ya el carácter inicial y los resultados electorales volverían a ser insatisfactorios, a pesar de caminar de refundación en refundación. Ni siquiera en 2011, con un partido socialista completamente abatido, logró recuperar una representatividad significativa. El control que siguió de los diputados elegidos y la marginación de los más reconocidos, como Gaspar Llamazares, dejó claro que ese camino no tiene retorno.
Una vez más, sin embargo, la realidad convoca a transformarse. La crisis económica, que ha derivado inmediatamente en una crisis social y política, está sirviendo para recuperar el fenecido movimiento social. Encabezado nuevamente por los sindicatos, todo lo que se mueve en la izquierda social se ha vuelto a poner en pie: grandes manifestaciones recorren las calles desde que comenzó el año 2012. Esa movilización ha cuajado ya en una plataforma, denominada Cumbre Social y dotada de un objetivo: convocar un referéndum en el que se rechacen los recortes del gobierno. El objetivo se conseguirá o no y el gobierno caerá o no, pero una alternativa política está de nuevo al alcance la mano.
Algunos oportunistas han tratado ya, sin éxito, de arrimar el agua a su molino, aunque, alimentados con la experiencia de los últimos veinticinco años, sabemos muy bien lo que no puede ser la alternativa: no puede ser una coalición de partidos de la izquierda, todos los cuales están en el mismo saco de la desafección social; no puede ser un movimiento controlado por uno o varios partidos; tal vez, no pueda ser siquiera un partido político. Sabemos también algunas cosas que se van a demandar: una reforma de la ley electoral; el fin de los privilegios de los representantes políticos; la democratización de las decisiones políticas relevantes; y, por supuesto, la realización efectiva de los derechos económicos y sociales, mediante la implantación de una renta básica de ciudadanía y de la garantía de los servicios sociales públicos.
El problema es la dirección del movimiento. Quizá no se pueda ir más allá de una agrupación electoral en todas la provincias de España, que designe, en asambleas abiertas y con métodos que garanticen una efectiva participación, candidatas y candidatos electorales. Las mismas asambleas, con métodos igualmente participativos, serían las responsables de elaborar los programas electorales y un estatuto para candidatas y candidatos. Esto significa cambiar la actual forma de representación política, desligándola de los partidos políticos que ahora la gestionan. A los partidos les correspondería la función cultural: crear doctrina, educar, difundir el pensamiento, organizar a las personas adheridas. Cuantas más personas sean y mejor organizadas estén, más podrán influir en las decisiones que tomen las asambleas de las agrupaciones electorales, pero los viejos partidos, monopolizadores de poder y pretendidas vanguardias intelectuales, han recorrido ya todo su camino.
Está fuera de duda que no formará parte de esa agrupación electoral el ámbito de los socialistas, que dispone de base social para varias décadas. Probablemente tampoco se adhiera el ámbito de los comunistas y otros grupos antisistema, que ya se han desligado de la Cumbre Social con disparatados prejuicios argumentales sobre los dos grandes sindicatos. Todo lo demás que se mueve políticamente en la izquierda debería ser capaz de dejar las siglas en casa y esforzarse por construir una vía alternativa, capaz de aglutinar al conjunto social que trabaja en la solidaridad, en la cooperación, en la defensa de la naturaleza, en la economía alternativa, en derechos humanos y en el buen vivir o negación del crecimiento capitalista, y que ahora no se siente representado. Su futuro estará en manos de los programas que logre elaborar y de las personas encargadas de llevarlos a cabo, si fuesen personas merecedoras de confianza.