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Un gobierno entre Maquiavelo y Goebbels

Me llega un correo electrónico desde una dirección de mucha confianza, que dice recibirlo de fuentes bien informadas de confianza, sobre una conversación en whathsap sustraída a varios ministros del Gobierno. Lo releo y observo que tiene todos los visos de ser falso, pero es tan verosímil que puede perfectamente pasar por verdadero. Veamos.

La coordinadora de la conversación es Soraya, la vicepresidenta, que actúa con el desparpajo que le caracteriza, dando órdenes al mismísimo Rajoy del tipo de “Mejor ni toques el tema (de la huelga). Céntrate en los desahucios”. Y, efectivamente, Rajoy  abandona el Congreso de los Diputados “sin hacer valoraciones sobre la huelga general, pese a que los periodistas han intentado hasta en tres ocasiones recabar su opinión”, decía el diario Público.es aquella tarde. La coordinadora determina que el único portavoz sobre la huelga será Luis (de Guindos), como efectivamente fue, eliminando enteramente la presencia de Fátima Báñez; y encarga otras valoraciones a Jorge (Fernández Díaz), “previendo el jaleo”. El diálogo sustraído, sea verdadero o falso, le lleva a preguntar: “¿A qué hora empiezan los palos, Jorge?”, siendo las 19:52.

Estas referencias al “jaleo” y a “los palos” están cargadas de verosimilitud, porque en verdad la inserción de policías de paisano entre los manifestantes está directamente relacionada con las escasas violencias que suceden el día 14 (y que magnifican los medios paragubernamentales), como se han encargado de certificar las innumerables imágenes de los móviles de los manifestantes subidas a la red. Incluso en algún piquete de las Comisiones Obreras fueron descubiertos estos policías enviados a delinquir. Si la conversación que ha llegado “a la luz gracias a un fallo tecnológico”, como dice el correo de mi informante, fuese cierta, no sé a qué estaría esperando la oposición parlamentaria para llevar al juzgado a ese ministro, que ordena la maquiavélica actuación de sus policías, y a esa vicepresidenta, que coordina todo el proceso.

Hay otros dos datos en el desvelamiento de la conversación en la nube de los ministros que también adquieren plena verosimilitud. Uno es el de las luces. Dice Jorge: “Sí, tengo la idónea. Déjalo en mis manos. He cerrado lo que te dije de hacerlo sólo a través de los datos de energía. Los alcaldes ya lo saben, encenderán las farolas”. Y es que las redes sociales se poblaron aquel 14-N de fotos con farolas encendidas en Murcia, en Madrid, en pueblos y capitales gobernadas por el Partido Popular. No sólo farolas, yo mismo pude ver las luces navideñas encendidas en Valladolid en una calle bien lateral, el Camino de la Esperanza, donde seguían luciendo cuando volvía de la manifestación hacia las 10 de la noche. ¿Será que estaba previsto por lo que insistieron tanto en esa referencia al consumo eléctrico, en otros momentos un dato irrebatible para conocer el alcance de una huelga general?

El otro elemento verosímil del diálogo es el de las cifras. Se desarrolla así:

“Mato:

Oye, se ve mucha gente por la calle, ¿no? 19:40

Soraya:

Sí, lo estoy viendo en el móvil.

Jorge, ¿has hablado con Cristina? ¿Cuántos va a decir? 19:42

Jorge:

No hemos hablado de eso.

¿Quieres que la incluya en el grupo? 19:42

Soraya:

Ni de coña. Pero dile que no se pase. 19:43

Jorge:

Me ha dicho que 35.000 . 19:48

Soraya:

¡¡¿¿35.000??!! Una cosa es la guerra de cifras y otra… 19:50

Alberto:

Y otra que la alumna de Esperanza haga el ridículo diciendo eso. 19:50”.

 

El diálogo es poco creíble, pero el caso es que eso es lo que dijo Cristina, 35.000, y esa fue la versión oficial del gobierno, que, a pesar del absurdo, sirvió para que los mensajeros aúlicos despreciasen al enorme número de manifestantes que recorrió decenas y, quizá, más de un centenar de poblaciones por toda España. Encontré, ante estas barbaridades, una pequeña esperanza en el muro de Facebook, donde mi prima Henar escribió: “No importa lo que digan mañana sobre cuántos han sido. Lo importante es que ellos saben cuántos han sido”.

Me resisto a conceder veracidad al whathsap encontrado  por “un periodista”, a pesar de la abrumadora verosimilitud que encierra. Pero no hace falta que sea cierto para que verdaderamente constatemos con la tozudez de los hechos que este gobierno obedece por mitades a Maquiavelo y a Goebbels. Como aquel, ampara en la razón de Estado, con soberbio desprecio de las formas democráticas, su arbitraria actuación: ha incumplido radicalmente su programa y sustenta sólo en la fuerza esa actitud prevaricadora. No ha consultado a la población, ni lo hará probablemente, porque le queda un plazo de tres años antes de someterse al juicio ciudadano.

Como Goebbels, hace de la propaganda con la mentira la base de toda su comunicación. Al gozar de práctico monopolio informativo para la inmensa mayoría de la ciudadanía, logra hacer realidad aquella máxima que tanto gustaba al gobernante nazi: “Una mentira mil veces repetida se transforma en verdad”. Repetir, repite sin descanso una tras otra falacia y todavía sigue sin perder el respaldo de esa  inmensa mayoría. A nosotros nos queda la protesta en la calle y mantener la firmeza para la descalificación democrática de estos gobernantes, aunque sólo tengamos a nuestro alcance la fortaleza de las cuatro personas amigas que siguen nuestros cuadernos en la nube.

Marcelino Flórez

 

Huelga general: final del mito

El mito de la huelga general, construido por George Sorel y aplicado por el anarcosindicalismo, ha llegado a su fin. Pensaban los revolucionarios a finales del siglo XIX que la huelga general era el mejor instrumento para cambiar el orden social. Lo pensaban y lo pusieron en práctica sistemáticamente, sobre todo, durante la Segunda República española. Quizá la última propuesta de huelga general revolucionaria fue la que intentó el PCE en 1959, que se saldó con un sonoro fracaso. Las huelgas generales sucesivas, incluidas las unitarias y triunfantes, como fueron las de 1988 y 2002, ya no eran revolucionarias, sino meramente políticas; es decir, perseguían un pequeño cambio político y no una revolución. Las dos últimas huelgas citadas triunfaron y los gobiernos, uno del PSOE y otro del PP, rectificaron su política.

Las tres últimas huelgas generales, sin embargo, aunque unitarias y con mucho apoyo en la calle y en las grandes empresas, han fracasado. Ni con Zapatero, ni con Rajoy han conseguido rectificar las decisiones políticas. ¿Será que los tiempos han cambiado?

Escuché una vez decir a Julián Ariza que una huelga general, o sea, una huelga política, para poder ser convocada, necesita un referente político capaz de gestionarla. Si hay ese referente, la huelga se puede ganar o perder; si no lo hay, la huelga general está perdida. Las tres últimas huelgas se han hecho sin referente político y era necesario hacerlas, aunque sólo fuese para canalizar el descontento social. Los resultados, por otra parte, no han sido los mismos en las tres. La primera de ellas, la del 29-S de 2010, era una protesta por el error del 10 de mayo del gobierno socialista. Un sindicato no puede consentir que un gobierno se someta a los mercados pasando la cuenta a la clase obrera en exclusiva. Había entonces cosas que dialogar y había un gobierno dispuesto a ese diálogo, pero no tenía márgenes para la negociación una vez que había optado por la sumisión a los negociantes de la Unión Europea. Esa huelga sólo sirvió para hundir definitivamente a los socialistas, que perdieron las elecciones municipales de la primavera y se asomaron al abismo en las elecciones generales del otoño de 2011. Aún continúan en ese pozo y es su tarea buscar la salida.

Paradójicamente, el resultado fue la victoria electoral del PP, bien es verdad que con un programa diferente y con unos mensajes opuestos a las decisiones que tomó desde el primer día de su gobierno. ¿Cuál fue el error de los convocantes de aquella huelga de 2010 para que se produjera esa paradoja? Fue no haber advertido que su referente político lógico, Izquierda Unida, carecía de capacidad para gestionar el descontento; no haber advertido eso y no haber intentado poner un remedio a tiempo. (Esto no es una opinión, sino la transcripción en letra de los números de los resultados electorales.)

La primera huelga contra Rajoy, el 29 de marzo de 2012, no sólo era necesaria, sino imprescindible. Estuvo precedida de dos grandes manifestaciones en los meses anteriores y de múltiples movilizaciones sectoriales. Fue seguida de una enorme manifestación el mismo día de la huelga, pero también fracasó. ¿Qué esperaban de aquella gran movilización los sindicatos convocantes? Yo creo que no buscaban más que encontrar un hueco para el diálogo con el gobierno, donde tratar de detener los recortes sociales y la injusta aplicación de la carga social sobre los más débiles. Pero sólo encontraron desprecio. Bueno, desprecio y una sostenida batalla contra el sindicalismo desde todos los resortes del capital, desde su monopolio mediático, desde su exclusivo control administrativo del Estado, y desde los compañeros de viaje, sean éstos compañeros habituales, como la Iglesia católica  y los bancos, sean compañeros circunstanciales, como es el caso de una variada gama de asociacionismo vicario, más o menos bendecido, que habita entre nosotros.

El gobierno se vio con las manos libres y dio un par de vueltas más a la tuerca de los recortes. Las elecciones en Galicia fueron entendidas, además, como un reforzamiento y creyó que todo el monte era orégano. Los ensayistas de la privatización, objetivo único que subyace a lo que llamamos recortes, donde destaca la Comunidad de Madrid, continuaron el desmantelamiento de los servicios públicos, entrando a saco con la sanidad, una vez que la educación había sido ya prácticamente repartida (entre los correligionarios). La segunda huelga contra Rajoy era más necesaria, si cabe, que la primera. Pero esta también parece haber fracasado. Al día siguiente de la más grande manifestación de todos los tiempos habida en España, cuando escribo esto, el gobierno ha dado por cerrado el capítulo, mientras refuerza su argumentario contra los sindicatos.

Ya no existe la huelga general revolucionaria, pero tampoco parece servir la huelga general política, por eso digo que el mito ha llegado a su fin. Pero la lucha no ha fracaso ni ha llegado a su fin. El 14-N  ha sentenciado que, más importante que la huelga por disponer de más apoyo popular, es la movilización en la calle. Les ha dolido y han acusado el golpe, al tiempo que el sindicalismo sale reforzado y con una imagen más limpia de todo el proceso. Hace falta que los sindicatos sepan administrar la movilización, continuando en la extensión unitaria y universalizadora de la protesta, donde se ha abierto una vía que puede ser muy eficaz.

El mito de la huelga general ha terminado y La Razón puede escribir con tranquilidad en su portada del día siguiente: “Fracasados”, porque el gobierno no ha caído y, ni siquiera, ha convocado un referéndum. Sin embargo, los miembros de la Cumbre Social tenían una enorme sonrisa en la cara. ¿Será que son tontos y no ven el fracaso? El mito ha terminado, pero la calle ha sido de nuevo ocupada por la ciudadanía y este es el gran cambio social. La derecha reaccionaria se ha dado cuenta y, por eso, infiltra policía generadora de delincuencia incluso en los piquetes sindicales. Quieren retirar a la gente de la calle, porque saben que la presencia allí del pueblo real anuncia la derrota de los populares virtuales, del partido que usurpa un nombre que pertenece a la ciudadanía.

En otro campo, el triunfo ciudadano de las grandes movilizaciones de los dos últimos años pide a gritos un referente político, mientras los partidos de la izquierda tradicional y los grupúsculos, que se exhiben renovados o se multiplican disgregados, acumulan barro sobre sus ojos hasta perder enteramente la visión. Lo que está naciendo es nuevo y no tiene referencia en el pasado, aunque se nutra de la tradición obrera y solidaria. Por ahí  hay que seguir hurgando para buscar el camino.

Marcelino Flórez