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Responsabilidades en el fascismo

Rainer Huhle, jurista y activista alemán de los derechos humanos, explicaba ya en 1997 en un escrito titulado De Núremberg a La Haya, cómo los veredictos de los jueces son el principal criterio de moralidad, al establecer lo que es justo y lo que es injusto. Argumentaba, para explicarlo, que un crimen sin castigo, tarde o temprano, pierde el carácter de crimen. La justicia establece, pues, la moralidad, del mismo modo que la falta de justicia implanta el reinado de la impunidad. Por eso es tan importante el comportamiento de la justicia, porque es modelo de moralidad.

Las iglesias han perdido la hegemonía en lo que se refiere a la moral, pero hay un espacio donde las religiones conservan su autoridad, aquel que sirve para justificar la conciencia, más allá de la moralidad de los actos. Este espacio habitualmente lo comparten las iglesias con los partidos. Lo ha explicado muy bien Bartolomé Clavero en su libro, comentado en este blog, El árbol y la raíz, y es casi un axioma historiográfico la eficaz tarea que ejerció la Iglesia católica en la justificación del franquismo, donde la moralidad nunca existió.

Para los fieles seguidores, iglesias y partidos siguen siendo un modelo de comportamiento, sea éste ético o no. Lo hemos visto y lo vemos cada día en España con el asunto de la corrupción. El partido justifica la corrupción e, incluso, la avala con todo tipo de triquiñuelas jurídicas, como se ha constatado en sede judicial en el caso Bárcenas y su relación con la Gürtel. Así, los corrompidos no tienen que dimitir y en las siguientes elecciones sus votantes les refrendan en su representación. El estado de corrupción adquiere de esa manera carta de naturaleza y se instala en la sociedad, donde se llega a calificar de tonto a quien actúa moralmente.

Las manifestaciones homófobas que han recorrido Francia, con el apoyo de la derecha y de la Iglesia católica, han servido para animar a los fascistas, que se han visto cargados de razón con el enorme apoyo popular que han tenido las marchas. Como ha explicado muy bien Edwy Planel, antiguo redactor de Le Monde y actual director de Mediapart, en una entrevista de Bonzo para El Intermedio, la radicalización derechista del partido de Sarkozy es la causa de lo que estamos contemplando en Francia. No os quiero decir si hablásemos de España.

Ya sé que no existe causalidad directa entre la actitud de la derecha francesa y de la Iglesia católica con el asesinato del joven antifascista francés, Clément Méric, pero el envalentonamiento de los fascismos no sería posible sin el aval de la confluencia en el pensamiento y en la movilización con la derecha y con el integrismo religioso. Por cosas parecidas el Tribunal de Núremberg enjuició en 1945 a Julius Streicher, un anónimo profesor de un colegio de esa misma ciudad, que, con la ascensión de los nazis, se convirtió en un apasionado propagandista antisemita. El Tribunal le inculpó porque su propaganda había servido para preparar la guerra. En todo caso, independientemente de las responsabilidades penales, la responsabilidad política de la derecha radicalizada y del catolicismo integrista no tiene excusa. Las agresiones fascistas que han tenido lugar en Valladolid no se pueden separar, igualmente, de la radicalización de la derecha española y de sus falsarios y constantes ataques al movimiento social, de todo lo cual el alcalde de esa ciudad es un prototipo.

Marcelino Flórez

 

Fotocopia de fotocopia de fotocopia

La negación de los dirigentes del Partido Popular por su implicación en los “papeles de Bárcenas” ha evolucionado desde el “no me consta” hasta la afirmación de que se trata de “fotocopias” sin valor probatorio. En medio han desfilado todo tipo de conspiraciones y “excusatio non petita …” (“… acusatio manifesta”). Nunca ha habido, sin embargo, respuestas claras y convincentes, de modo que pueden seguir dando las vueltas que deseen y matando a cuantos mensajeros aparezcan, porque ya es evidente que no les cree nadie. No sólo no les creen los adversarios, tampoco les creen los votantes y comienzan a desfallecer los propios militantes. Eso dicen las encuestas.

Cuando un periódico serio e, incluso, un periódico amarillo publican cosas tan comprometidas, suelen antes tentarse bien la ropa, porque las demandas judiciales acostumbran a ser inminentes. Aquí ha habido muchas amenazas, pero pocas demandas. Y vamos a las fotocopias. La veracidad de éstas se obtiene no sólo a través de una compulsa de una persona funcionaria ante el original, sino de otras muchas formas. Por ejemplo, cotejando los hechos narrados con otros asientos posibles de los mismos; en este caso, preguntando a personas afectadas si es cierto o no lo que está escrito. Esa mera comprobación le llevó a decir al mismísimo Presidente que todo es falso, “salvo alguna cosa que han publicado los medios”. Metió la pata, es verdad, pero es que la evidencia se niega con dificultad. También se certifica la veracidad de una fotocopia con un análisis grafológico y los grafólogos han dicho que la letra es de Bárcenas y que lo ha escrito a lo largo de un periodo dilatado de años. Pueden ser fotocopias, sí, pero describen la realidad y dejan de ser pruebas amañadas por unos conspiradores. Los papeles de Bárcenas van a misa.

No sólo es cierto que había 22 millones en una cuenta en Suiza del entonces tesorero del Partido Popular, no sólo es cierto que Montoro ha hecho una amnistía fiscal a la que se ha acogido Bárcenas (y, según he oído, otras gentes relacionadas con la Gurtel), sino que hay unas fotocopias verificadas que hablan de entregas de dinero a dirigentes políticos del partido. Tardará más o tardará menos, pero las barbas serán arrancadas, por lo que conviene ponerlas a remojar.

Que ésta, mi entre opinión y deseo, es cierta lo certifica no sólo la lógica del pensamiento, sino el hecho de que el mismísimo Rubalcaba se haya atrevido a pedir la dimisión del Presidente y que insista en ello, siendo como es tan endeble su propia posición. En este momento nos hallamos ante una profecía, pero esperemos un poco de tiempo para evaluar el funcionamiento de la lógica.

Marcelino Flórez