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¿Qué va a ser del municipalismo?

En el año 2015 se extendió por toda España un movimiento municipalista. Bien es verdad que fue un movimiento diverso y poco coordinado, aunque con algunos elementos comunes, como la participación directa en asambleas, la elección de representantes mediante sufragio abierto, la defensa de los bienes comunes o una vaga propuesta de democratización de los ayuntamientos. El movimiento pudo instalarse allí donde algunos partidos políticos renunciaron a presentarse a las elecciones municipales, cediendo su espacio a las asambleas locales. Aparte de algún pequeño partido, de asiento local o regional, sólo dos partidos políticos nacionales optaron por el municipalismo: EQUO e Izquierda Unida. El nuevo partido y muy pronto hegemónico en la izquierda, Podemos, renunció al municipalismo y optó por no presentarse o hacerlo a través de coaliciones o con siglas próximas del tipo “ganemos”, “sí se puede” o similares. Aunque en 2015 Podemos no pudo romper las alianzas municipalistas, que ya venían desarrollándose en algunos lugares, como Madrid y Barcelona, en 2019 sí logró imponer fórmulas de coalición, terminando de hecho con el movimiento municipalista en todas partes, con muy pocas excepciones.

Una de esas excepciones fue Valladolid, donde se había asentado una asamblea con la denominación de Valladolid Toma La Palabra (VTLP). La asamblea la forman personas, pero su impulso inicial corrió a cargo de los partidos participantes y de un amplio movimiento social, donde destacaba el asociacionismo vecinal. Tanto en 2015, como en 2019, esta asamblea compitió con Podemos en las elecciones, ganando con claridad en los dos momentos ( cuatro concejalías frente a tres en 2015; y tres frente a cero en 2019). Aparentemente, el municipalismo había quedado asentado en Valladolid, pero el contexto político nacional ha vuelto a ponerlo en duda de nuevo.

Al constituirse VTLP decidió inscribirse como una coalición de IU y EQUO con la denominación de Toma La Palabra (TLP). Se hizo así por razones técnicas, para facilitar el uso de las mismas siglas en toda la provincia y, de esa manera, poder acceder a la Diputación Provincial. Siempre estuvo claro, no obstante, y así se verbalizó permanentemente, que TLP se regía por las asambleas locales o provinciales, formadas por todas las personas inscritas en el movimiento, como, de hecho, ha venido funcionando. Hoy podemos afirmar que ha sido un error no haber modificado la fórmula de la coalición, dotando de plena personalidad jurídica al movimiento. El error se manifiesta de dos maneras: primero, impidiendo que se reconozca la autonomía del movimiento, de lo que no hay mejor prueba que la práctica de los medios de comunicación, que no reconocen a VTLP, sino a sus representantes municipales, en el mejor de los casos, o, lo que es más habitual, identifican el movimiento con uno de los partidos coaligados. La segunda manifestación del error es la decisión de una parte de uno de los partidos coaligados de no reconocer a la asamblea, sino de pretender relegar todo poder de decisión a los partidos coaligados, según ha manifestado a los medios de comunicación el representante oficial.

Otro elemento ha venido a enturbiar la estabilidad de TLP. Se trata de las cambiantes coaliciones políticas que existen en el Estado. En el momento actual, en el espacio político donde se mueve el municipalismo, se han formado dos coaliciones claramente diferenciadas y con la decisión de seguir caminos políticos diferentes, son Unidas Podemos, por una parte, y Más País-Verdes EQUO, por la otra. El representante provincial de una de esas coaliciones ha declarado a la prensa que ya no cederá el espacio representativo a TLP, sino que participará en las elecciones municipales con sus propias siglas. La conferencia política de una parte de la otra coalición ha decidido, por el contrario, que no presentará sus siglas allí donde haya un movimiento municipalista. Ocurra lo que ocurra, hay que tratar adecuadamente el asunto.

Las circunstancias políticas y otros factores venían poniendo de manifiesto, ya antes de 2019, la debilidad de la asamblea de VTLP, que cada vez reunía a menos gente en sus convocatorias. Sobre esa situación incidió la pandemia, acentuando la debilidad participativa al máximo. Pero la asamblea sigue siendo el único órgano de gobierno de VTLP y en su seno ha de jugarse la suerte del movimiento municipalista vallisoletano. Esperemos que la enfermedad permita que nos juntemos pronto y podamos hablar de todas estas cosas, decidiendo nuestro futuro, que yo sigo viendo lleno de esperanza.

Marcelino Flórez

El aplauso del 3 de febrero

Que un ministro del gobierno de España aplauda una intervención del Rey en el Parlamento no debería ser una cosa extraña, como tampoco lo debería ser un saludo diplomático y cortés a la persona real o a la familia real. ¿Por qué, entonces, ha sido noticia el aplauso de los ministros y ministras de Unidas Podemos? La hemeroteca se ha encargado de responder a la pregunta.

El día 27 de junio de 2014 escribí un artículo en mi blog, titulado «¿Qué república y qué rememoración?». Reflexionaba allí sobre dos cosas, una más bien técnica, el confuso significado y mal uso del concepto «memoria histórica»; y otra esencialmente política, la reivindicación de la república por parte de Izquierda Unida. No sé en qué momento exacto la reivindicación de la república pasó a ser punto principal de la agenda política de Izquierda Unida, pero sí recuerdo quién fue el inductor, Julio Aguita. Fue en el tránsito del siglo XX al XXI y, desde entonces, IU no ha exhibido otra bandera que la tricolor. Hasta tal punto ese apartado del programa era importante, que el líder de IU, Alberto Garzón, siempre se ha referido a la persona del Rey en términos de «ciudadano Felipe», es decir, desposeyéndole de la realeza. Por eso, aplaudir al Rey el día 3 de febrero de 2020 con motivo de la inauguración del periodo legislativo se ha convertido en noticia. Tanto es así, que me siento tentado a interpretar el rostro sonriente de Felipe VI como un agradecimiento al «súbdito Alberto». A eso ha conducido el inmaduro error del veterano Anguita.

Lo de Podemos y Pablo Iglesias, mejor lo dejamos a un lado y no volvemos a escuchar las palabras, acordes con su talante incendiario, que un año antes pronunció para explicar por qué no había aplaudido al Rey en ese mismo acto. Y de las excusas que estoy escuchando, entre otras, a Irene Montero sólo quiero hacer oídos sordos.

Defendía yo en mi artículo del 27 de junio de 2014 que era un error incorporar a la agenda política la lucha por la forma de Estado republicana frente a la monárquica. No es que fuese un error por razones ideológicas. Desde ese punto de vista, no lo es en absoluto. Es más, la única lógica en nuestros días es la de no ser monárquico, forma política vieja y desautorizada. Es un error no ideológico, pero sí político. Y lo es por dos razones: la primera, porque no es una preocupación social relevante en España; más aún, a pesar de los dislates protagonizados por la familia real en los últimos tiempos, sigue siendo muy probable que la fórmula monárquica resultase vencedora en un hipotético referéndum. Y la segunda razón y más importante, es un error porque ese asunto secundario sólo sirve para distraernos de lo principal. Lo acaba de confirmar, sin querer, la ministra de Igualdad y así lo recoge la página web de Moncloa: «la titular de Igualdad ha insistido en que es republicana pero que “si para subir el Salario Mínimo Interprofesional” o aprobar leyes que protejan las “libertades sexuales”, si tienen que aplaudir al jefe del Estado lo van a hacer». Queda claro cuál es lo importante.

Los errores muchas veces acarrean otros efectos negativos. En el día de hoy, la defensa del republicanismo ha quedado en manos de los partidos independentistas y eso significa, para los partidarios de la república, que ésta se ve diferida sine die. Por otra parte, la improvisación con la que se introdujo este asunto en la agenda política aporta una importante confusión: ¿qué república vamos a reivindicar, la que querían los anarquistas, la deseada por los comunistas, la que les gustaba a los socialistas de Largo Caballero o la de los de Prieto o la de los de Besteiro, la que amaba Azaña, la que gestionó Martínez Barrio o la que presidió Alcalá Zamora? ¿O vamos a pensar en algo nuevo? Hay tantas repúblicas que haber jugado, como se ha jugado con ello, es un error de efectos imprevistos, pero todos negativos.

A lo mejor tenemos suerte y el aplauso sirve para rectificar. Por lo pronto, Izquierda Unida no participa en la Plataforma Consulta Popular Estatal Monarquía o República, que hará esa consulta sobre la forma de Estado el próximo 9 de mayo, aunque anima a su afiliación a participar en la votación. En realidad, es una Plataforma casi anónima, pues si bien Mundo Obrero nos dijo que se habían reunido 70 personas, representando a más de 100 organizaciones, en la página web oficial no hay manera de conocer los nombres de esas organizaciones.

Declararse republicano está bien y no pasa nada, pero la lucha por la república es mejor dejársela al movimiento social, que no necesita ejercer la cortesía parlamentaria, ni practicar la diplomacia. Si existe voluntad de gobernar, es obligatorio cuidar las agendas. Ya lo había dicho alguna gente de la izquierda, pero casualmente no figuran ahora en el panel de Unidas Podemos.

Marcelino Flórez

La avaricia rompe el saco

Lo advirtió el martes Aitor Esteban: la avaricia rompe el saco. Y se rompió.

Tengo que comenzar diciendo que no soy yo el que le ha escrito el discurso al candidato a la investidura, aunque haya seguido la misma lógica que usé yo en mi escrito anterior sobre el relato. Pedro Sánchez ha explicitado los pasos que ha dado: renuncia a una investidura con simple programa general; renuncia a negociar un programa de gobierno para cuatro años; renuncia a la oferta de altos cargos en la Administración; renuncia a un gobierno de independientes con propuestas de UP. Luego vino la consulta a los inscritos, la renuncia de Pablo Iglesias y las propuestas de gobierno de coalición. Sin acuerdo.

Ha dicho otra cosa el candidato: la investidura no debía de haber tenido precio. Eso mismo pienso yo. Y más, el programa de gobierno también podía haber ido sin precio. Hacía falta confianza para eso. Pero la estrategia era otra y el resultado lo escribí ayer y lo ha dicho el candidato hoy: «el planteamiento del proceso estaba tan mal hecho, que sólo había sido capaz de generar desconfianza y el resultado iban a ser dos gobiernos paralelos. Un camino cerrado». Acerté.

Lo malo del acierto de mi análisis es que eso vale para hoy y para los sesenta días siguientes. Ya no podrá haber nunca un gobierno de concentración entre PSOE y Unidas Podemos. Lo que ha ocurrido este 25 de julio es como una segunda palada de cal viva. Y con los mismos protagonistas, tanto personales, como colegiados. Una segunda vez ya es para siempre, se reconozca o no el error.

Habrá muchas consecuencias, aunque una parece segura. El gobierno de concentración ya no es posible. Pedro Sánchez ya no es candidato. Podría buscarse un acuerdo de investidura o, incluso, un pacto de legislatura con un programa de gobierno. Para ello, deberían aparecer mediadores capaces de lograrlo. Tengo poca esperanza, aunque conservo un hilo.

Las otras consecuencias son para la coalición de UP. El uso arbitrario que Podemos ha hecho de la coalición, cuya concreción más evidente fue la consulta a sus bases, representa de hecho la ruptura. Puede que las cúpulas no lo decreten aún, pero las bases ya lo han decretado. Las consultas de EQUO y de IU no ofrecen dudas acerca de los deseos de su afiliación: apoyar la investidura. López Uralde no tiene excusa para no haber votado sí; Alberto Garzón y sus seis compañeras podrán excusarse con la formulación de la pregunta, pero el espíritu era clarísimo, el 78 por 100. Así que no sólo se rompe la coalición, sino que entran en barrena los partidos que la forman. No digo nada lo que pensarán sus votantes.

La reconstrucción de la izquierda empieza hoy. Y esta vez no podrá hacerse mediante coaliciones de viejos partidos con la soberbia de otros nuevos. Esta vez será confluencia o no será. En Madrid ya lo han ensayado y la puerta está abierta. Lo malo es que nos van a dar sólo tres meses.

Marcelino Flórez

El efecto cal viva

La cal viva ya no simboliza sólo los crímenes de Estado durante la época de los GAL. La que extendió Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados el día 2 de marzo de 2016, en el periodo legislativo del 20-D, ha pasado a ser el signo de la intransigencia, o sea, del extremismo. De nada ha servido recurrir al olvido, cerrar los ojos, revestirse de piel de cordero y gritar a los cuatro vientos que no hay nada de leninismo, que todo es socialdemocracia y diálogo. Aquel día, y no sólo por la cal, sino por todas las palabras, actitudes y decisiones, Pablo Iglesias se convirtió en el líder político peor valorado de España, ¡peor que Rajoy! El 26-J la cal viva ha producido su efecto.

Decía Marx, con aquel lenguaje evolucionista primitivo, propio de la época, y en esto también tenía razón, que la anatomía del hombre hace posible entender la anatomía del mono. Efectivamente, hoy entendemos inequívocamente el error estratégico de ‘Podemos’ en torno al 20-D. No aprovechar la ocasión para desalojar a Rajoy de la Moncloa podía acarrear un coste. Las encuestas lo reflejaron inmediatamente y ahí se entiende el cambio de actitud de ‘Podemos’, que le llevó a coaligarse con IU. Esta coalición ha logrado paliar los daños, pero no ha podido revertir los malos resultados, entre otras cosas porque la mayoría de los coaligados estaba de acuerdo con la decisión estratégica del 2 de marzo. Muchos (militantes) seguían pensando que “pesoe y pepé la misma mierda es”, pero un porcentaje grande (de votantes) no coincidía con esa apreciación y son los que han abandonado el barco. Intentaron corregirlo con palabras, esto es, con propaganda, pero no ha tenido efecto.

Si el error estratégico ha logrado que un puñado de votantes cambie su voto hacia el PSOE y otros pocos se queden en casa, el “extremismo” ha tenido otro efecto. Ha logrado hacer creíble el mensaje del PP de que venía el lobo; y otro puñado votantes, atemorizado, ha preferido al partido de la corrupción y del franquismo, antes que el indefinido liberal ‘Ciudadanos’ . La suma de los dos efectos explica perfectamente el resultado del 26-J. Es inútil ir a buscar otras explicaciones por los márgenes, “brexit” incluído, si se quiere avanzar. En la coalición se impone, pues, la reflexión sobre la estrategia y sobre el miedo. Lo demás son excusas.

Para ganar, sin embargo, no es suficiente con no cometer errores; eso puede servir para no perder y ese caso sólo afecta a los gobiernos. Para ganar, hay que ilusionar. Y la coalición no ilusionaba. No podía ilusionar, porque estaba construída a la inversa, desde arriba. Sobre todo las listas, esas listas plancha, que nos obligaban a votar en Valladolid a un desconocido paracaidista soriano o a cualquier imberbe, también desconocido, que hubiese transfugado a tiempo hacia el “sí se puede”. Los militantes fuimos a votar con la nariz tapada, muchos simpatizantes prefirieron quedarse en casa. Veían las listas y sus apoyos, los anguitas (¡Ay!, aquel abrazo y aquellos llantos), los cañameros (¿alguien cree que atrae a las mayorías el modelo de ocupación de supermercados?); estaba detrás, además, el 2 de marzo y no pudieron con la oferta. ¡Cómo habrá sufrido Errejón, al ver su proyecto girado ciento ochenta grados!

Aún así, hay 71 diputados, que son una gran fuerza y una enorme posibilidad. A mí ya no me basta con que lo hagan bien. Necesito que vengan a mi barrio, que convoquen asamblea, que nos dejen hablar, que permitan organizarnos, que ayuden a crear ilusión, a creerse lo que se dice. Conservo la esperanza de poder caminar hacia la confluencia social y política. Ya advertí hace meses que esa era la tarea después del 26-J, aunque esperaba que iba a ser una tarea más fácil.

Marcelino Flórez

La coalición

Esta vez la coalición ha venido rodada. No entraré en las interpretaciones, me limito a constatar hechos: ‘Podemos’ e IU han alcanzado un acuerdo con rapidez y sin excesivos obstáculos. EQUO se adhirió al acuerdo sin rechistar. Y otros mil grupos, que en ocasiones anteriores anteponían su peculiaridad a la mínima renuncia, han claudicado hasta con alegría. El resultado es una sopa de letras muy espesa, bien distinta de las dos únicas siglas a las que ‘Podemos’ despreciaba hace solo unos meses. Pero dejo también a un lado la hemeroteca y constato que hay unidad de la izquierda plural, fuera del partido socialista. Eso sí, es imprescindible llamar a las cosas por su nombre: unidad bajo la forma de coalición. Una coalición, además, desigual, con un partido dominante, ‘Podemos’, un auxiliar imprescindible, IU, un utilísimo compañero de viaje, EQUO, y varios adherentes menos significativos, salvo las excepciones de los territorios con formaciones nacionalistas coaligadas.

A la sopa de letras se han unido también algunos”zombis”, según calificaba un periódico digital a viejos políticos adheridos al otrora movimiento juvenil y renovador, que parecía haber iniciado un nuevo camino es España.

Siglas y “zombis” son controlados férreamente desde Madrid, bajo la dirección hegemónica de ‘Podemos’, aceptada sin apenas discusión por el resto. Es lo normal, atendiendo a los hechos objetivos, tanto electorales, como movilizadores sociales.

Por todas estas razones, quienes estamos en el ajo iremos a votar una vez más con la nariz tapada y con ojos bien cerrados bajo unas potentes gafas de sol. La “gente plebeya” de Errejón, esa enorme masa de gente desligada de la vida política, poco conocedora de los intríngulis y cocederos de pactos, sometida a una tormenta mediática constante, también irá a votar. Una buena parte de ella, que sigue sufriendo las consecuencias de la crisis, votará a la coalición. Si la campaña electoral sale bien, la coalición no sólo sobrepasará en votos a los socialistas, sino que pondrá en peligro el primer puesto de los populistas.

Nada de esto, sin embargo, es diferente de la vieja política y esa es la razón por la que produce poco entusiasmo. De manera que el 27 de junio empieza lo que importa. Y eso no es gobernar, sino construir una confluencia social y política, que en sí misma configure un cambio social, en sus valores, en sus métodos, en sus prácticas. La representación más acabada de una confluencia de este tipo está en el movimiento social, precisamente aquello que de palabra y obra ha sido despreciado por la vieja política y la política de coaliciones.

Poco entusiasmados, pues, queremos escuchar, ahora ya, que el día 27 de julio trabajaremos por construir confluencia; esto es: asambleas locales que evalúen pactos y propuestas de gobierno, que se coordinen entre sí, que construyan programas con valores y propuestas concretas; un método deliberativo, que facilite el debate y busque el acuerdo; un método que prime la transparencia, donde nada se decida en despachos, entre dos o tres gerifaltes; una organización con menos liderazgo y más colegialidad. Cambio real, cambio coherente consigo mismo. Me pongo, pues, las gafas oscuras y comienzo a trabajar para dar el paso de la coalición a la confluencia.

Marcelino Flórez