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Vendaval nacionalista

Han ocurrido más cosas, pero la principal ha sido el vendaval nacionalista. El fuego de las calles de Barcelona, auspiciado por la sentencia del procès, ha determinado la composición de las Cortes de España. En todas partes han ganado los nacionalistas y en todas sus versiones: los nacionalistas extremos de la unidad de la patria, los que impulsan a los CDR, los moderados y los radicales de Euskadi, los que habían desaparecido en Galicia, todos en todas partes, hasta Teruel ha aportado su identidad territorial.

El vendaval nacionalista ha anulado cualquier otra opción, particularmente las que intentaban hablar de lo importante, de los problemas de la gente y, sobre todo, de la destrucción de la naturaleza, que nos conduce a un colapso civilizatorio, lo que ya no es una hipótesis, sino una realidad presente. Más País ha naufragado en este vendaval, aunque hay más razones que explican esto.

El problema principal en España es el territorial, porque, sin solucionarlo, es imposible atender a lo que interesa, formar gobierno. Y la constitución de un gobierno se presenta difícil. El Partido Popular ha cerrado el paso, poniendo sobre la mesa el programa, para destacar las diferencias con el programa del PSOE, y, por si no quedaba claro, exigiendo la dimisión de Pedro Sánchez. Con VOX no se puede contar, no sólo porque se descarten ellos mismos, sino porque no se puede aceptar el mensaje de odio, un mensaje de xenofobia, de homofobia, de machismo, que, junto a las llamas catalanas, le aupado al poder. Los independentistas catalanes tienen también cerrados todos los caminos, mientras no reconozcan el error (o delito) de los días 7 y 8 de septiembre de 2017. Con todos los demás se puede hablar y alcanzar acuerdos, aunque Unidas Podemos, a través de su poderoso líder, ha establecido ya su barrera, la misma que condujo al fracaso en las anteriores elecciones, el condicionante de una coalición antes de negociar cualquier cosa. Preocupa esta actitud, como ya preocupaba en abril, cuando UP cayó desde los 71 hasta los 42 escaños; luego perdió casi todo en municipios y regiones, pero insistió con más fuerza en la condición de la coalición; ahora pierde 7 escaños más, a pesar de lo cerrado que ha sido el apoyo de sus coaligados, y sigue insistiendo en poner condiciones. Mal comienzo, desde mi punto de vista.

La otra cosa que se dilucidaba en estas elecciones era el dictamen sobre la culpabilidad en el fracaso de la legislatura que no llegó a iniciarse. La sentencia de los votantes reparte las culpas entre PSOE y UP, aunque en distinta proporción: al PSOE le han restado tres escaños, conserva el 97,5 por 100; a Unidas Podemos le han restado siete escaños, conserva el 83,3 por 100, es decir, sale peor parado. Quizá una parte de la debacle de Ciudadanos tenga también algo que ver con el bloqueo gubernamental. La discusión acerca de la culpabilidad en el fracaso de la gobernabilidad está cerrada con la sentencia de la ciudadanía: al PSOE le ha correspondido el 2,5 por 100 de la culpa, a UP, el 16,6. Insistir en este debate no es más que perder el tiempo.

El otro aspecto relacionado con estas elecciones, que a mí me interesa, es el estado de la unidad de la izquierda. Alguna cosa se va aclarando, a pesar de la confusión inicial. La primera constatación es que la fórmula de la coalición de izquierdas no sirve, está agotada. Podemos ha cerrado ese camino y la situación ya no tiene vuelta atrás. Ninguna fórmula que no contemple apertura democrática, con primarias en cada circunscripción y con elaboración participada de programas, tiene salida. También se va aclarando otra cosa: la reconstrucción de la izquierda ha de construirse con federalismo territorial. El futuro será una agrupación federal o será irrelevante. Por cierto, esta es también la única salida que veo para la formación de un gobierno en el momento actual, una agrupación federal con todos los que quieran formar parte de ella, sin más condición que el respeto a la Constitución vigente, lo que antes se llamaba un gobierno de concentración.

Marcelino Flórez

Empantanados, de Joan Coscubiela

Mucha gente ya conocíamos a Joan Coscubiela por afinidad sindical o política, pero toda la demás gente lo conoció el día 7 de septiembre de 2017, cuando intervino en el Parlamento catalán para protestar, en nombre de la minoría, del abuso de la astucia por parte de los independentistas, que se había convertido en un abuso autoritario sobre los derechos políticos, aparte de ser un incumplimiento de las leyes.

Ese discurso es la causa del encargo que le hizo la editorial Península para escribir un libro sobre el procès. El resultado se titula Empantanados y lleva por subtítulo Una alternativa federal al soviet carlista.

I.

El libro se organiza en tres partes. La primera es una crónica del procès, una excelente crónica, entreverada de agudas explicaciones y cargada de anécdotas y máximas, en algunos casos muy brillantes. Esta crónica ha de ser una fuente historiográfica durante mucho tiempo, lo que hace de este libro un clásico desde su origen.

La crónica parte del pleno parlamentario de los días 6 y 7 de septiembre de 2017, que, visto en perspectiva, es el resultado de una hoja de ruta sin salida o, como dice gráficamente el autor, con salida en el delta del Okavango, es decir, en la desaparición bajo el desierto arenoso. Todo comenzó con las elecciones anticipadas de 2012, que condujeron a la consulta del 9 de noviembre de 2014, a la que siguieron las elecciones plebiscitarias de 2015, cuyo resultado se concretó en la Resolución del 9 de noviembre de 2015, donde se fijaba el ritmo de la hoja de ruta hacia la independencia. Era la respuesta a las grandes movilizaciones que siguieron a la anulación de algunos artículos del Estatuto por parte del Tribunal Constitucional. Pero el procès era también el resultado de la competencia interna entre CIU y ERC por la hegemonía en el nacionalismo. Siempre guiado por la estrategia de la astucia, que abocó al autoengaño. Y caminando bajo la guía que puso la CUP.

Las proposiciones de leyes que habían de ser debatidas el día 6 de septiembre se conocieron el día antes y a sólo tres semanas de la celebración del referéndum, de la declaración de independencia y de la elaboración de la constitución catalana. El dictamen del servicio jurídico fue implacable: no era válida la vía exprés de lectura rápida. Y la responsabilidad cayó en la Mesa del Parlamento, que retrasó la tramitación de las proposiciones hasta una hora antes del debate, contaminando en origen y aprobando en fraude de ley las propuestas legislativas. Fue ahí cuando tomó la palabra Coscubiela, que fue recibida con los aplausos de la derecha españolista y de los socialistas, y con un atronador silencio de su grupo parlamentario, CSQP.

“La mancha de mora con otra verde se quita”, titula el autor el capítulo 2 para explicar la huída hacia adelante del procès. Establece aquí una interesante tesis, aprendida de su compañero sindical, López Bulla: “Un error es solo eso, un simple error. Cuando el error se comete otra vez, es un error repetido. A partir de la tercera vez, el error deja de serlo para convertirse en una opción”. Y explica así la estrategia anticatalanista de Rajoy, por una parte, desde su lucha contra el Estatuto hasta la inacción actual; y la estrategia independentista de Mas-Junqueras desde 2012 hasta la DUI y después.

Estas estrategias condujeron al mes de octubre, que comenzó con el referéndum del día 1. Era la tercera consulta, después de la de noviembre de 2014 y de las elecciones plebiscitarias de 2015. Esta vez, el independentismo obtuvo un éxito incuestionable, que se acrecentó con la torpe actuación del gobierno del Partido Popular, ordenando reprimir sin misericordia la movilización. Ese éxito, sin embargo, no legitimó la vía unilateral a la independencia, siempre ejecutada en fraude legal; y, por otra parte, hizo visible la extrema división de la sociedad catalana con la manifestación que siguió el día 8 del mismo mes.

Continuó octubre con el pleno d el día 10, donde se proclamó la DUI “sin efectos legales”; y siguieron las jornadas de los días 26 y 27, a las que se llegó con un pacto, cierto aunque impreciso, de Puigdemon y Rajoy. Pero la disputa interna de los nacionalistas acobardó al President, que no se atrevió a convocar elecciones, teniendo a la gente movilizada en la calle. La salida fue el arenal del desierto, la desembocadura del Okavango. Y la respuesta fue la aplicación del artículo 155, el estado de excepción para la autonomía catalana.

Mientras tanto, comenzaron a actuar las togas, que llevaron a prisión, primero, a “los Jordis” y, después, a los consellers, originando una nueva polémica, que llevó a hablar de “presos políticos” y de “golpe de Estado”. Siguió la huelga “fantasmagórica” del 8 de noviembre y la manifestación del día 11, donde se vio que las fuerzas nacionalistas seguían intactas, como corroborarían las elecciones del 21 de Diciembre.

Cierra la primera parte una descripción del conflicto interno de Los Comunes, donde la “patrulla nipona”, formada por la gente de ICV y los independientes, es marginada por la mayoría de sus representantes; y explica los desacuerdos fundamentales: el tactismo del 1 de octubre, llamando a participar con la excusa de que se trataba de una “movilización” y no de un referéndum, y el “tiro en el pie” de Ada Colau al romper el pacto municipal con los socialistas.

II.

La segunda parte, más interpretativa, relaciona el procès con la crisis económica, que agudiza la crisis del Estado; y asimila el movimiento independentista con el 15-M en tanto que respuesta a la crisis. Esta parte es un análisis del nacionalismo y su deriva independentista. En la movilización independentista se suman muchos elementos: el factor identitario de fuerte raigambre; la atracción de la fórmula “el derecho a decidir”; los pretendidos agravios económicos sintetizados en el “España nos roba”; la solidaridad que provoca la represión; y otras emociones, como la lógica de oponerse al PP.

Tiene mucho interés el relato de la construcción ideológica nacionalista desde abajo y desde arriba. Sitúa el punto de arranque en la manifestación del 10 de julio de 2010, convocada por el Tripartito, como respuesta de la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto. Además de las multitudinarias manifestaciones, el nacionalismo se construyó localmente con los referendos simbólicos, mientras, desde arriba, TV3 se empleaba en crear conciencia nacional, cuyo resultado será el nacimiento de una ilusión basada en un relato sólo de bondades, al tiempo que el mantra del déficit fiscal de los 16.000 millones servía para enjugar responsabilidades por los recortes y cualquier desvarío que pudiera hacer el gobierno catalán.

El gran apoyo popular logró mantenerse a través de la estrategia de la astucia, visible, por ejemplo, en los eslóganes de las sucesivas díadas, aunque el exceso de astucia condujo al autoengaño del mes de octubre. Hubo, además, un error: los desprecios. El desprecio a España, el desprecio a la fuerza del Estado, el desprecio a las leyes, el desprecio a la correlación de fuerzas. Y ha habido también efectos colaterales: las fracturas. Fractura en las familias, fractura en la sociedad, fractura en el propio nacionalismo, que ha visto aparecer signos xenófobos, émulos del carlismo, que desprecia la modernidad.

III.

La tercera parte recoge las alternativas. Está escrita inmediatamente después de las elecciones del 21-D y su primera propuesta es pactar el desacuerdo y propiciar una desescalada en el conflicto. Transcurridos cuatro meses, ningún éxito ha tenido esta propuesta de Coscubiela.

Menos coyuntural es el diagnóstico que hace de los cuarenta años de democracia en cuanto a la gestión territorial. Critica el resultado del “café para todos”, que convirtió el agravio comparativo en el motor de la historia, dice, jugando con los conceptos. Lo conceptualiza muy bien, diferenciando entre el autonomismo por convicción de Cataluña, el autonomismo por emulación de Andalucía y el autonomismo “a la valenciana”, aquel que se recoge en su Estatuto cuando dice que cualquier competencia que adquiera otra Comunidad Autónoma pasará a ser competencia valenciana.

Coherente con ese diagnóstico, Coscubiela propone la creación, a medio o largo plazo, de un federalismo asimétrico, mientras en el corto plazo se pueden aprovechar los flecos que ofrecen los acuerdos de financiación, se puede alcanzar también un “concierto solidario” y leves reformas de la Constitución.

Da un poco miedo oír habla de asimetría, pero cuando vemos la concreción se pasa el susto. La asimetría va poco más allá del reconocimiento de la plurinacionalidad o el blindaje de las competencias sobre lengua, cultura y educación. Mientras que la simetría alcanza a factores esenciales, como es la legislación sobre relaciones laborales, la normativa fiscal para “hechos de gran movilidad”, cual es el capital, la caja común de la Seguridad Social, además de asentar mecanismos solidarios de equilibrio horizontal. Sería tan fácil alcanzar acuerdos como éstos, que el “empantanamiento” en el que seguimos anclados ha de tener otras explicaciones o excusas, pienso yo.

Empantanados, pues, es un clásico por lo que tiene de fuente histórica, pero también es un ensayo político de amplia base para hacer propuestas en el erial que se ha convertido la vida política española, incluída la izquierda. Y además, está bien escrito.

Marcelino Flórez

Cataluña independiente

Más pronto o más tarde, tendrá que hacerse un referéndum en Cataluña. Ese día la gente tomará una decisión en un acto en el que conviene diferenciar, al menos, dos motivaciones: una se relaciona con el sentimiento identitario, es decir, si alguien se siente sólo catalán y no español; la otra es un elemento práctico, la partición de bienes en el momento de la separación.

La identidad es casi inamovible. Se va adquiriendo desde el nacimiento, mediante la transmisión cultural, donde la lengua tiene una importancia máxima, y el resultado es lo que los sociólogos llaman la memoria colectiva, que también se denomina la tradición. Como nos enseñó Hobsbawm, la tradición es una “invención”, es decir, no es algo eterno y permanente, aunque trate de presentarse así, sino algo adquirido, construído y mutable. En cualquier caso, es un sentimiento muy arraigado y poderosísimo a la hora de tomar decisiones.

El otro elemento, el práctico, trata del reparto de bienes entre Cataluña y España. ¿Con qué se queda cada uno al producirse la separación? En esto, el brexit ha comenzado a darnos lecciones desde el primer día. En la primera reunión para establecer el calendario y los temas a tratar, Europa ha impuesto al Reino Unido que se hablará primero de la ciudadanía y sus derechos, de la frontera y de finanzas. Los acuerdos comerciales y de otro tipo quedan relegados para el tiempo que siga a la firma de la separación.

Si la población catalana decidiese constituirse en Estado independiente, habría que llegar a un acuerdo de fronteras (con España y con Francia) y de especificación de bienes pertenecientes a Cataluña y a España. Es posible que no fuese difícil llegar a esos acuerdos, teniendo buena voluntad ambas partes, pero se me presentan más dudas en la solución de los problemas de la ciudadanía y sus derechos. Primero, habría que resolver la cuestión de la nacionalidad. ¿Qué ocurrirá con aquella gente que se siente más española que catalana, es decir, que quiere seguir siendo española? Descartada cualquier solución de limpieza étnica, como las que se llevaron a cabo en la antigua Yugoslavia, ¿se facilitará la marcha de aquellas personas que lo deseen y de sus bienes y posesiones? Esto vale también para las empresas, en el caso de que deseen seguir en la Unión Europea. Y no pienso en soluciones particulares, como el señor Lara, que ha anunciado que trasladará Planeta, sino en propuestas de conjunto y negociadas. Habría que definir también con mucha precisión los derechos y condiciones de los españoles que continuasen residiendo en Cataluña, así como de los catalanes que residiesen en España.

El día que se plantee en serio el hecho de la independencia, no con el espurio eufemismo del “derecho a decidir”, éstas y muchas cuestiones semejantes tiene que ponerse sobre la mesa y hacerlas llegar al conocimiento de la gente. Por ahora estamos jugando, porque así les va bien a los nacionalismos español y catalán, pero sería bueno que terminase ya el juego y se comenzase a hablar en serio.

Marcelino Flórez

“Claro que Podemos” -Comentario de texto-

Juan Carlos Monedero y Jesús Montero han publicado en La Cuarta de El País del día 17 de octubre un artículo titulado “Claro que Podemos”, que merece un comentario de texto.

Este es el argumento: la suma de ajustes y corrupciones visibles en España sólo han merecido la resignación por parte de los políticos, pero ‘Podemos’ ha traído la ilusión para dar una respuesta.

El voto a ‘Podemos’ en las elecciones europeas provino de los indignados de las plazas, de las mareas, de las marchas de dignidad; y también del deseo de cambio: recuperar la democracia, ahora “desmoralizada”, de lo que resulta el mal gobierno (gestión de la epidemia de ébola, del independentismo catalán, de Bankia, recuperación de los males decimonónicos relativos a la salud, la educación, a la dependencia extranjera. “Un siglo tirado por la borda”).

‘Podemos representa el cierre de esa etapa. “Sin transacciones”. De modo que ha hecho “cambiar al miedo de bando”: el rey, Rubalcaba, algunos usuarios de las tarjetas negras ya lo han experimentado.

Ahora ‘Podemos’ ha decidido convertirse en un partido y lo hace con una novedad absoluta (“partido de nuevo tipo”, “ex novo”, “desde cero”), no como todos los partidos anteriores, que son fracciones descontentas de partidos existentes. Por eso, se plantean algunas dificultades en la asamblea constituyente, aunque destacan las novedades: avales y primarias, cuentas claras y sin bancos, presencia en las redes, llegando a usar una herramienta tan novedosa, que es merecedora de la atracción por parte de la Universidad.

En conclusión, ‘Podemos’ ha venido a remoralizar, a democratizar, a devolver la felicidad. Eso será en las elecciones generales de 2015, “elecciones destituyentes”. Seguirá un proceso constituyente, nacido del “pueblo”.

En todo el texto destaca una idea: la novedad que representa ‘Podemos’, lo que le convierte en exclusivo, y su perfecta adaptación a la realidad; es decir, es la respuesta lógica de la gente a los ajustes y la corrupción.

El éxito político y social de ‘Podemos’ es tan evidente, que casi parecen certeras las afirmaciones de Monedero y de Montero. Pero nada de lo que califica de novedoso es propio de ‘Podemos’. Antes de que ‘Podemos’ existiese, otro partido, Equo, hizo repetidamente primarias abiertas, renunció a la financiación bancaria, publicó todas las cuentas en la web y usó novedosas herramientas virtuales de participación. Equo no triunfó en las elecciones europeas, pero cada una de las novedades que se atribuye ‘Podemos’ ya habían sido ensayadas dos o tres años antes. Además, Equo no se formó con ninguna fracción descontenta de otro partido viejo, como mucho se puede decir que lo hizo con la unión alegre de varios partidos verdes.

No tanta novedad, pues. Y que lo diga esto una persona que ha sido asesor de Gaspar Llamazares, que lo diga gente de un grupo cuyos líderes se formaron en las Juventudes Comunistas o donde la actuación inicial de Izquierda Anticapitalista ha sido no sólo relevante, sino determinante, parece más que una osadía. No es, por otra parte, la única hipérbole. Como ya hizo en una ocasión anterior, Monedero se atribuye la abdicación del Rey y la dimisión de Rubalcaba. Parece un poco exagerado y no merece más comentario.

Me interesa comentar, en cambio, dos cosas que subyacen en el artículo, que no se formulan como lo nuclear del argumento, pero que son esencia del pensamiento que van trasparentando los dirigen tes de ‘Podemos’: el inicio de un nuevo periodo constituyente y el sujeto de ese proceso, “el pueblo”.

Ese pensamiento básico subyacente tiene algún problema. Primero, el proceso constituyente no introduce ninguna propuesta constitucional, sólo vagas referencias a democratizar, moralizar y dar felicidad. Podrían decirnos algo, por ejemplo, sobre el tipo de Estado; o sobre la jefatura del Estado; podrían concretar los derechos y libertades que desean constitucionalizar; o el tipo de economía. Ni una palabra. Eso lo reservan para el Congreso, no para la información de un escrito, que deriva enseguida en propaganda.

Y lo de “pueblo”, ¡qué poca confianza aporta ese concepto! El pueblo es la totalidad de la gente. ¿Qué pasa, entonces, conmigo, por ejemplo, que no coincido con ‘Podemos’? Dejo de ser pueblo, ya sé; pero ¿qué va a ser de mí, podré seguir pensando libremente y expresándolo, aunque se oponga al pensamiento del “pueblo”? Me intranquiliza un poco ese concepto, que tanto me recuerda “el siglo tirado por la borda” y los nacionalismos de todo tipo. No me gusta nada.

Hay otra cosa en el artículo que atrae mi atención. Es una frase rotunda, un pensamiento completo. “Sin transacciones”. Escrito así, entre dos puntos. El cambio, el proceso constituyente será sin transacciones. Es una de las claves para entender lo que está pasando con ‘Podemos’. No es de derechas ni de izquierdas y no hará pactos con nadie, tampoco buscará el consenso. Va a por todas, al asalto del cielo: el pueblo, al poder, con el único partido nuevo, democrático, ético, que existe. “Sin transacciones”. Da miedo, realmente.

‘Podemos’ ha venido para quedarse y para ganar, como repiten, a modo de mantra, los dirigentes. Ha tenido un importante éxito; ha logrado atraer a los descontentos que votaban indistintamente a derecha e izquierda; ha conseguido llevar a votar a los descontentos desengañados; atrae a esa multitud, ni de derechas ni de izquierdas, que no milita en nada; en fin, tiene una base grande y ampliable. En algunos momentos ha encontrado, incluso, el guiño de algunos militantes de la izquierda, de todas las izquierdas.

Ha llegado la hora, sin embargo, de cada cual se ubique en su lugar. ‘Podemos’ tiene su público, que nos es el “pueblo”, y la izquierda tiene el suyo: los propios militantes, la gente del movimiento social, la gente organizada y comprometida, el mundo alternativo y de la solidaridad. La alianza con ‘Podemos’ no es posible, porque el nuevo partido lo rechaza expresamente. Si de algo huye, es de la contaminación con la izquierda organizada. No es posible la alianza, pero tampoco es deseable. El éxito de ‘Podemos’ ha deslumbrado inicialmente, pero su fulgor tiene que pasar la prueba de la práctica política, que acaba de comenzar constituyéndose en partido político. Por lo pronto, las palabras de los dirigentes son muy sospechosas y poco fiables, aunque solo fuese por lo enigmático y propagandístico de las mismas. Esperemos que la izquierda deje de deslumbrarse.

Lo que también dejaron claro las elecciones europeas para quien no era capaz aún de verlo, aparte del fulgurante éxito de ‘Podemos’, fueron los límites de las izquierdas, con sus partidos, sus siglas y sus dirigentes realmente existentes. Esta lección parece que, por fin, va siendo aprendida, de modo que el futuro está abierto y no acaba en ‘Podemos’. Que terminen las dudas y cada cual a su tarea.

Marcelino Flórez

Cataluña y España, desde Castilla y león

Siempre ha habido mucha dificultad para definir el concepto “España”. Desde el punto de vista geográfico, por ejemplo, es menos que una Península y ahí está Portugal para demostrarlo, pero también es más que la Península Ibérica y ahí están las islas y costas mediterráneas y atlánticas. Esas fronteras, por otra parte, tienen muy pocos años.

Si nos fijamos en la lengua, el castellano es menos que un Estado, pero también es mucho más. Hay diez veces más de castellano hablantes que de españoles; y, entre los españoles, el castellano es sólo una de las lenguas maternas, a lado del catalán del vasco o del gallego.

Si tenemos en cuenta la identidad, es decir, aquello que se siente ser una persona, España es igualmente más y menos que una Nación. Muchos españoles no se sienten tales, sino que se sienten catalanes, vascos o gallegos exclusivamente. Y yo, por ejemplo, me siento más europeo que español y más cosmopolita que europeo. Como yo, hay otras personas, no se vayan a creer que no, porque esto es una mera cuestión de voluntad, después de haber viajado un poco.

De manera que, si tenemos que buscar un acuerdo para definir a España, hay que ir al artículo primero de la Constitución, donde dice “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho”. Aquí se define España y en esos términos es reconocida por el mundo y participa en las instituciones internacionales. Esto es así desde 1978, aunque no hay duda de que existen razones y antecedentes para que así sea.

Tengo para mí que el antecedente más influyente en lo que jurídicamente es España no va más allá del constitucionalismo y, específicamente, de las constituciones posteriores a 1812, donde van apareciendo dos elementos que identifican lo que ha venido a ser España. El primero, que van dejando de figurar los territorios coloniales de América, adaptándose las fronteras a lo que son hoy; y el segundo, que se establecen las provincias, las mismas que hoy existen.

El artículo 11 de la Constitución de 1812 mandataba el establecimiento de provincias en España y un decreto de Javier de Burgos, de 30 de noviembre de 1833, las estableció. Los liberales organizaron las provincias por razones de eficacia fiscal y de la justicia, de manera que el criterio organizativo dominante fue hacer espacios semejantes en extensión y en población, aunque también contemplaron otros criterios, como la topografía o la tradición histórica. El criterio topográfico se usó para dotar a cada provincia de terrenos de montaña y de llanura, de manera que tuviesen una economía lo más complementaria posible; y la tradición es la que explica que se respetase siempre en la partición provincial la lengua particular, así como la división fronteriza de los reinos del Antiguo Régimen y, por eso, se delimitó Aragón, Cataluña, Valencia o Navarra. En el caso del País Vasco, se discutió mucho si reducirlo a dos provincias, dada su escasa población, pero se optó por mantener tres, como determinaba la costumbre histórica.

La división provincial resultó exitosa a todos los efectos. Le sirvió, por ejemplo, a Prat de la Riva en 1911 para diseñar lo que terminaría siendo la Mancomunidad de Cataluña desde el 6 de abril de 1914, que tendría como objetivos promocionar la lengua y desarrollar las obras públicas. Y nada ha servido más que este hecho para construir una identidad catalana.       (¿ Por qué no será ésta la efemérides constituyente que celebre el nacionalismo catalán, en vez de la derrota de 1714?. ¡Ay, el victimismo!). Por cierto, en muchos lugares es la provincia lo que más identifica a las personas. ¡Cuánta gente se siente, antes que nada, leonés o murciano, es decir, natural de una delimitación a la que le faltan veinte para tener doscientos años! Lo gracioso es que esa mayoría de gente piensa que su identificación proviene de una “unidad de destino en lo universal”, parafraseando a “esa persona”, como diría Rajoy para evitar nombrar a alguien. Algo parecido debían de pensar los constituyentes de 1978, quienes dieron por cosa tan obvia a la provincia, que la establecieron como circunscripción electoral única, un hecho al que le han bastado 35 años para demostrar la equivocación.

Es cierto que, aparte de estos antecedentes, podemos hablar de otras raíces identitarias, aunque sean siempre cambiantes: la romanización, que aportó el cristianismo, además de una lengua común; la dispersión territorial medieval, que originó las variedades lingüísticas, siempre bajo unidad católica; o el Estado Moderno, que desarrolló una pugna permanente entre el afán monárquico de unificación jurídica y la diversidad real de las culturas. Todos son elementos de lo que hoy es España y de sus contradicciones. Pero el hecho que ha determinado verdaderamente la españolidad ha sido el capitalismo, esto es, el mercado.

La dinastía borbónica, esa misma a la que reprueba el nacionalismo catalán en su Diada, unificó el mercado en todos los territorios dinásticos, terminando con el monopolio americano por parte de la Corona de Castilla, cosa que agradó a un buen número de burgueses en el antiguo Condado de Cataluña y que proporcionó un notable impulso al puerto y ciudad de Barcelona; y el liberalismo triunfante consagró el mercado español con fronteras estrictas y aranceles más fuertes que las concertinas de Melilla. Ese mercado nacional, como le denominaron los economistas burgueses, hizo posible el éxito del textil catalán, liberado de la competencia británica y con la garantía de un amplio territorio español de ventas. Ese mismo mercado condujo, durante el franquismo, el ahorro de los cerealistas del interior peninsular hacia la industrialización de la periferia; y, detrás del ahorro, se fueron los explotados por los ahorradores. Así se consumó la diversidad territorial de lo que es España. Ha de quedar muy claro que en esta españolización no tiene ninguna responsabilidad mayor Castilla y León que Cataluña; si acaso, al revés.

Ahora resulta que una ideología de base provinciana, el nacionalismo, plantea la escisión con el resto de España. Está bien, pero habrá que hacer cuentas. Del mismo modo que en una ruptura matrimonial con desavenencia, alguna autoridad neutral tendrá que establecer los términos de la separación. Y el problema no es si Cataluña permanecerá o no en la Unión Europea o si el Barça jugará o no la liga española; el problema es la valoración y pago de los bienes de las personas que quisieran regresar a sus lugares de origen en el resto de España (porque no puedo ni pensar que se esté contemplando la expropiación), así como la compensación entre los territorios españoles de los beneficios obtenidos gracias a la política económica común de los tres últimos siglos, o sea, del periodo de mercado nacional. La valoración de este factor no sería difícil. Bastaría con hallar la renta media española y de cada una de las Comunidades Autónomas, y aportar o detraer a quien le correspondiese la parte que excediera o faltara de esa renta media, por ejemplo. Como en toda ruptura matrimonial, si una parte se queda con la casa, la otra se lleva los bienes muebles, porque en política económica española ha regido el sistema de gananciales, aunque no sea lo habitual en derecho familiar catalán. ¿Conoce alguien las cuentas que hacen los nacionalistas catalanes de estos asuntos? Si no las dan a conocer, ha de ser porque no les parece un buen negocio, pero cuando el juego ideológico de los nacionalismos trasciende de lo que suele tenerlos entretenidos, que no es otra cosa que la disputa de la hegemonía política en los respectivos territorios, hay que poner todas las cartas sobre la mesa. Lo otro es jugar con trampas, las mismas trampas que usan los nacionalistas españoles y que tan buenos resultados les viene dando.

Marcelino Flórez