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Votar y no votar

Auguro que va a ir más gente a votar que otras veces. Tengo una prueba. Muchas irán o iremos con la nariz tapada, como hemos hecho tantas veces, pero iremos. Esta vez hay una o dos causas de orden superior. La primera, demostrar al trifachito que ése no es el camino, que la vuelta de tuerca extrema que la alianza andaluza acaba de introducir tiene que ser detenida. Más que nunca, no pasarán. Y eso con un simple voto, sin pistolas.

La otra causa sólo nos afecta a un sector de votantes. Es el asunto de la confluencia. Aquí las cosas no pueden estar peor, pero eso no nos va a dejar en casa. Nos taparemos la nariz, cerraremos lo ojos, pero votaremos, sea a un lado o a otro, votaremos. Cualquiera de los dos que reciba el voto tiene que saber que es prestado y que los préstamos, si no se resarcen, no se repiten. Ambos lo tienen fácil ahora, basta con no meter más la pata en estos próximos quince días. Les ayuda también el rebuzno constante de las tres derechas, que ya es atronador. Y cuando pasen las elecciones, hablamos.

La prueba que decía se la debo a Kaosenlared. El 6 de abril de 2019 publicó un artículo, que firmaba Manuel I. Cabezas González, titulado Si votas el 28A, no te quejes después. El artículo es una invitación a la abstención sin ningún argumento consistente. Pues bien, la red se llenó inmediatamente de comentarios, casi todos contrarios al artículo. Tanto es así, que los de KAOS se han visto obligados a salir reiteradamente al paso, recordando que “es la opinión del autor, no es un artículo editorial de KAOS. Podéis borraros de donde queráis, pero hay libertad de expresión y respetamos las diferentes opiniones de quienes escriben en KAOS”. Queda expuesta la prueba.

Sigo teniendo algún amigo en Facebook que insiste en proponer la abstención. La falta de solidez de una propuesta así se demuestra si, quien la propone, no se retira del uso y disfrute de cuantos servicios ofrece la sociedad en la que vive. Es decir, si uno continúa usando las carreteras, cobrando las pensiones, acudiendo al médico y propone no votar, o no ha entendido nada o es un sinvergüenza. No digamos si quien lo propone es mujer o es familiar de desaparecidos por el franquismo o simplemente un obrero.

En el caso de que se trate de sinvergüenzas, no tengo nada que decir. Pero si se trata de desconocimiento, haré un esfuerzo más. Votar y no votar son un mismo acto político, la respuesta a una misma situación (salvo para los que viven enteramente fuera del sistema, repito. Eso sí, que después no vengan a pedir sal o a solicitar compañía). Estamos tan entreverados por el apoliticismo de la Dictadura, que cuesta trabajo hacer entender esto. Observad: si no voy a votar, facilito que con pocos votos los aliados de VOX obtengan mucha representación. Eso no ocurriría si yo y los míos votásemos, pues entonces habría que repartir los escaños entre más gente. Es muy sencillo, es como si tenemos diez caramelos y acuden cinco a recogerlos, tocan a dos cada uno. Pero si acuden ocho, tres se quedan con un solo caramelo. Con los escaños pasa lo mismo. Mirad qué bien lo han aprendido en Andalucía: unos no fueron a votar y otros se llevaron el gato al agua.

Hay otros que no van a votar, porque están fuera del sistema, pero no por ácratas, sino por pobres. El día 6 de abril lo contaba El País: los de La Cañada Real de Madrid, los de Las Tres Mil Viviendas de Sevilla, los de Los Asperones de Málaga, los de La Mina de Sant Adrià de Besòs, los de El Puche de Almería, los de Las Mil Viviendas de Alicante, más del setenta por ciento en todos esos lugares no acuden a votar. Ni siquiera saben cuándo hay elecciones. Y la mitad son mujeres; todos asalariados, cuando hay trabajo; muchos, familiares de desaparecidos; enferman con frecuencia; casi no conocen la escuela. Son los que van a sufrir las políticas de VOX y sus aliados. Por eso, amigos abstencionistas, si la razón no os convence para ir a votar, hacedlo al menos por solidaridad con los pobres.

Marcelino Flórez

El terremoto político de Madrid


La Carta de Carmena y Errejón, manifestando su hermanamiento, ha sido presentada en los medios como si de un terremoto se tratase. Nada de eso, es la última secuencia, por ahora, de un conflicto que recorre a la izquierda plural desde hace más de veinte años. Simplificando, el debate se había concretado en los últimos años en un conflicto entre radicalidad y transversalidad. Algunas personas preferían mantener puras sus esencias, aunque no lograsen agrupar a mucha gente, mientras que otras personas preferían prescindir de algunas esencias y poner en común con mucha gente lo que fuese posible y, así, ir consiguiendo cosas, aunque fuese a pasos lentos.

En medio de ese conflicto y ese debate se insertó el 15-M, que lanzó algunos mensajes claros. El primero, que prescindía de las esencias, las cuales ya no les representaban, y que optaban por la deliberación, esto es, el diálogo para llegar al convencimiento y al acuerdo en lo común. Por eso, en las asambleas del 15-M no se votaba, sino que se aclamaba lo razonable, lo que llegaba a ser compartido, o sea, lo común. El segundo mensaje nítido es que se negaba a delegar la opinión, el voto, la decisión en ninguna estructura constituída, reclamando, por el contrario, la palabra, la asamblea, la calle.

En términos políticos, tanto el viejo conflicto de la izquierda plural, como el mensaje de la juventud en las plazas el 15 de mayo de 2011, dejaba claro que los partidos políticos, tal y como Lenin los imaginó para hacer la revolución, habían llegado a su fin. O se aprendía a mandar obedeciendo o se iba a la quiebra. Izquierda Unida, que ya había tenido varias oportunidades para captar el mensaje nuevo, desoyó a la multitud, optó por el leninismo bajo la forma de anguitismo y fue a la quiebra. Entonces surgió Podemos, que aparentó durante unos meses aportar el aire fresco de las plazas de mayo. Pero enseguida demostró que aquello era un espejismo: comenzó intentando controlar al nuevo municipalismo; cometió el enorme error de impedir el paso al PSOE y consentir la continuidad del PP en el gobierno; y terminó demostrando en Vistalegre II que era más leninista que el más viejo de los partidos comunistas. La decepción se confirmó elección tras elección, hasta obtener el resultado de Andalucía, donde se logra que acceda al poder un partido en quiebra, que ha perdido dos tercios de los votos que obtuvo hace ocho años. No hay forma más evidente de mostrar la inutilidad de una fuerza política.

Errejón sabe esto muy bien, lo mismo que Carmena. Hace unos meses, Carmena y su equipo y sus apoyos externos dejaron claro a Pablo Iglesias y a su estructura ejecutiva que esta vez no iban a consentir el control externo del municipalismo, que no se iban a someter a ninguna coalición de partidos, sino que allí participaba toda la gente en libertad, en igualdad y en deliberación. Si Pablo Iglesias y Julio Rodríguez cedieron aquí, es porque sabían que perdían la partida.

Ahora Errejón ha hecho lo mismo. Al día siguiente de que la estructura ejecutiva le intentase hacer una lista de coalición de partidos, dijo que él iba con Carmena a la asamblea. No hay más terremoto que éste. Y este órdago lo ha ganado ya Errejón y su equipo y sus apoyos externos. En mayo, cuando termine la partida en la capital de España y en su Comunidad Autónoma, se sabrá si la gente prefiere coaliciones o confluencias, ejecutivas o asambleas, normativa o deliberaciones. No es otra cosa lo que está en discusión. Y en Madrid hay sitio para todas las opciones. Bueno, también se ponen a prueba los líderes, pero ese es asunto menor.

Marcelino Flórez

Andalucía vuelve a aclararnos

La derecha ha ganado las elecciones en Andalucía y la izquierda ha perdido. La derecha ha ido a votar y la izquierda se ha quedado en casa. En general, ha sido así, pero lo interesante está en lo particular.

En la derecha, el PP ha perdido. Han sido sólo 7 escaños menos y en torno a trecientos mil votos, respecto a las últimas elecciones. Pero si retrocedemos diez años, el PP suma un millón de votos menos, casi dos tercios menos. Y eso yendo a votar los restos de fieles en su totalidad. Mi augurio para el PP es desastroso y lo es, porque es definitivo: los franquistas que navegaban en su seno han ido a VOX para quedarse; los liberales ya están asentados en Ciudadanos; le quedan los católicos y esos también pueden encontrar otros acomodos. Mal se le pone el ojo a la burra. Por mí, pueden seguir celebrando el triunfo.

En la izquierda han perdido los dos, pero son pérdidas distintas. El PSOE pierde cuatrocientos mil votos, cien mil más de los que han ido a Ciudadanos, que se han quedado en casa. Son votos recuperables esos cien mil, pero sin Susana Díaz. Es la presidenta la que ha perdido, porque goza de un rechazo general. Rechazo, por supuesto, de la derecha y de la izquierda, pero rechazo también de los votantes socialistas, que son un millón menos que en 2008. Susana Díaz se lo ha ganado a pulso, desde aquel Consejo Político que defenestró a Pedro Sánchez. Lo único que aquí me sorprende es que aún no se haya ido. Tendrán que echarla.

Y pierden Podemos e Izquierda Unida, la coalición de las coaliciones. Con lo fácil que lo tenían, y es la segunda o tercera vez, pero han logrado que se queden en casa doscientos mil votantes, además de no recoger un solo voto del millón de las izquierdas, que vagan sin dueño. Es lo que tiene despreciar confluencias y pretender hegemonías. En España casi ni nos enteramos, pero en Andalucía sabían que la coalición había prescindido de EQUO por no querer darle visibilidad garantizando un puesto de salida. El resultado han sido tres puestos menos y la pérdida creciente de credibilidad. El espíritu de Vistalegre sólo tiene un destino, el fracaso. Se va repitiendo elección tras elección y ya está todo preparado para las próximas con primarias domésticas. Carmena ha logrado contenerlo en el Ayuntamiento de Madrid, aunque Íñigo Errejón lo va a tener más difćil. El municipalismo ha de ser el muro de contención, la confluencia sincera, la asamblea sobre los líderes alfa, la creación de liderazgos que sepan mandar obedeciendo, justo lo contrario de Vistalegre II.

No estoy triste, porque terminar con el susanismo era una tarea de higiene imprescindible, porque dejar el espacio de la extrema derecha bien definido es mejor que mantenerlo enmascarado con catolicismos y liberalismos. No estoy triste, porque las coces contra el aguijón de la izquierda plural ya no pueden resistir más tiempo.

Marcelino Flórez