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Una difícil prueba para el Papa Francisco

La sorpresa inicial que nos causó este Papa se va dilucidando siempre en términos positivos: si va a Brasil, se deja tocar entre las favelas; se acerca a Lampedusa para atestiguar la desvergüenza de la inmigración ahogada; sigue con sus viejos zapatos negros; intenta cambiar el Banco y mente mano, incluso, al gobierno del Estado Vaticano; y hace esas cosas sin reñir a la gente del mundo. Nada hay, hasta ahora, que ponga en duda los nuevos tiempos que ha inaugurado la Iglesia católica en Roma. Hasta los ateos se rinden a esta imagen, que se aproxima a lo que afirma la doctrina.

Dice Hans Küng que aún hay dos deficiencias, sobre las que este contestatario católico manifiesta también esperanza: el papel de la mujer en la Iglesia, que habrá de dejar de ser marginal; y la acogida de los curas casados, lo que pone sobre la mesa el celibato, una antigua norma, que para los más integristas es el centro de su creencia.

A mí me parece que el giro no va ser rápido ni fácil, sino que cada día el Papa Francisco tendrá que dar muestra de coherencia con el cambio que ha iniciado, un cambio de ciento ochenta grados en las prácticas de la Iglesia, aunque en realidad no sea más que regresar al Concilio Vaticano II cincuenta años después.

En España le tienen preparada una prueba para los próximos días: las beatificaciones del 13 de octubre en Tarragona. No es un problema de víctimas inocentes con las que solidarizarse, que lo son, sino de su significado. La Iglesia española, acorde también en ello con los anteriores papados, da a sus muertos de la República y de la Guerra el significado de mártires; y esto no tendría más importancia, si no fuera por la función política que tal significado tiene, un significado para el que conscientemente fue construido, como hemos demostrado en algunos escritos, y cuya función principal fue justificar el apoyo de la Iglesia católica al golpe de Estado y posterior Guerra Civil de 1936. En esto no debemos engañarnos. Si Juan XXIII y Pablo VI no accedieron a la consideración como mártires de las víctimas de la Guerra Civil no fue por desconocimiento de la realidad, sino al contrario. Y si Juan Pablo II y Benedicto XVI impulsaron el significado martirial de esas víctimas, en el contexto del descubrimiento de la enseñanza que aporta la rememoración de las víctimas olvidadas según nos enseñó Walter Benjamin, fue con la clara conciencia de contrarrestar ese movimiento memorialista.

Por eso, lo tiene muy difícil el Papa Francisco con la patata caliente que le ha caído del pasado. Cada gesto será sometido al examen de la crítica: si asiste o no; si envía a alguien más o menos importante; y, sobre todo, si dice algo o si calla. Es, ciertamente, una prueba muy difícil, porque, además, no se puede argüir que el Papa desconozca el problema. Tengamos en cuenta que la única crítica que recibió su nombramiento fue la de haber estado próximo o, al menos, no suficientemente alejado de la criminal dictadura argentina, un asunto muy próximo en significación al que le ha caído para el día 13.

Marcelino Flórez

Un Papa con sorpresa

Este Papa ha sido una sorpresa para todo el mundo, salvo para los tertulianos, que se deshacen en interpretaciones y en predicciones del pasado después de haber ocurrido. Por si alguien necesitaba una prueba, este caso resuelve definitivamente el sentido de las tertulias, que valen para la charanga, pero son una rémora para la información y para la creación de opinión. Digo esto y asumo, sin embargo, la osadía de opinar sobre este Papa desconocido. No soy un teólogo, aunque he leído muchos libros de teología; y no soy un católico, aunque estuve siete años en un seminario y he pasado buena parte de mi vida comprometido con el catolicismo; es decir, que no soy un experto, aunque tampoco sea un ignorante en este tema.

El asunto del Papa y de la Iglesia y del Evangelio sigue teniendo para mí más de un interés. Me interesa el aspecto religioso, pero principalmente me interesa el rostro político, que es ideología y es cultura. Por ahí va la reflexión, por el aspecto político. ¿Qué se deduce de la biografía de Bergoglio y de los primeros signos de su actuación como Francisco?

La biografía no puede ser más catastrófica: hay acusaciones graves de connivencia con la dictadura argentina de los generales e, incluso, acusaciones de participación en actos relacionados con el crimen contra la humanidad de aquella dictadura. No pasan de ser acusaciones, que portavoces oficiales y alguno extraoficial muy señalado desmienten, pero es una sospecha que ejerce de pesada losa para comenzar el mandato. La fotografía de Bergoglio dando la comunión a Videla pesa mucho, quizá demasiado.

Otro tanto ocurre con la ideología y la práctica política integrista del ahora Papa, cuando era cardenal. Sus manifestaciones sobre el matrimonio homosexual o sobre el aborto, convocando a la “guerra de Dios”, no presagian nada bueno. Pero esto no forma parte de la sorpresa, porque ni uno solo de los 115 electores del cónclave se desmarca de esa ideología, gracias a la cual fueron precisamente ascendidos al cardenalato fuera por Wojtyla o por Ratzinger.

La biografía cierra el paso a toda esperanza, pero no ocurre lo mismo con los signos iniciales del papado. Cada gesto en el primer día de ejercicio ha sido un gesto de ruptura con lo que venía habiendo: un pectoral de pobre metal sin oro y diamantes; la petición de que el pueblo le bendiga antes de que lo haga él mismo; y el propio nombre, Francisco, para recordar al santo de Asís.

Que estos signos se alejan del boato habitual y señaladamente del boato de sus dos antecesores es evidente. Pero los teólogos advierten de algo más importante. El signo de la bendición recibida por el Papa y de su oración junto al pueblo significa abandono del imperio feudal y la opción por el servicio entre iguales, o sea, la colegialidad con primacía de Roma, signos que se refuerzan con la ausencia de símbolos litúrgicos sobre su sotana. El breve mensaje que hablaba de “presidir al resto de las iglesias en la caridad”, los gestos sencillos, todos los pasos de la presentación de Bergoglio ante el pueblo recuerdan el desterrado Concilio Vaticano II y rememoran al Papa Bueno. Por eso, aunque la biografía es un lastre, la gestualidad anuncia cambios radicales en Roma. En el primer día de su mandato ha llegado a decir que hay que “volver al Evangelio” y esta sí que es una declaración de intenciones y una crítica radical del reciente pasado de la Iglesia. Es cierto que de donde no hay, poco se puede sacar, pero conviene estar atentos y esperar un poco a ver qué nos depara la sorpresa.

Marcelino Flórez