Un Papa con sorpresa

Este Papa ha sido una sorpresa para todo el mundo, salvo para los tertulianos, que se deshacen en interpretaciones y en predicciones del pasado después de haber ocurrido. Por si alguien necesitaba una prueba, este caso resuelve definitivamente el sentido de las tertulias, que valen para la charanga, pero son una rémora para la información y para la creación de opinión. Digo esto y asumo, sin embargo, la osadía de opinar sobre este Papa desconocido. No soy un teólogo, aunque he leído muchos libros de teología; y no soy un católico, aunque estuve siete años en un seminario y he pasado buena parte de mi vida comprometido con el catolicismo; es decir, que no soy un experto, aunque tampoco sea un ignorante en este tema.

El asunto del Papa y de la Iglesia y del Evangelio sigue teniendo para mí más de un interés. Me interesa el aspecto religioso, pero principalmente me interesa el rostro político, que es ideología y es cultura. Por ahí va la reflexión, por el aspecto político. ¿Qué se deduce de la biografía de Bergoglio y de los primeros signos de su actuación como Francisco?

La biografía no puede ser más catastrófica: hay acusaciones graves de connivencia con la dictadura argentina de los generales e, incluso, acusaciones de participación en actos relacionados con el crimen contra la humanidad de aquella dictadura. No pasan de ser acusaciones, que portavoces oficiales y alguno extraoficial muy señalado desmienten, pero es una sospecha que ejerce de pesada losa para comenzar el mandato. La fotografía de Bergoglio dando la comunión a Videla pesa mucho, quizá demasiado.

Otro tanto ocurre con la ideología y la práctica política integrista del ahora Papa, cuando era cardenal. Sus manifestaciones sobre el matrimonio homosexual o sobre el aborto, convocando a la “guerra de Dios”, no presagian nada bueno. Pero esto no forma parte de la sorpresa, porque ni uno solo de los 115 electores del cónclave se desmarca de esa ideología, gracias a la cual fueron precisamente ascendidos al cardenalato fuera por Wojtyla o por Ratzinger.

La biografía cierra el paso a toda esperanza, pero no ocurre lo mismo con los signos iniciales del papado. Cada gesto en el primer día de ejercicio ha sido un gesto de ruptura con lo que venía habiendo: un pectoral de pobre metal sin oro y diamantes; la petición de que el pueblo le bendiga antes de que lo haga él mismo; y el propio nombre, Francisco, para recordar al santo de Asís.

Que estos signos se alejan del boato habitual y señaladamente del boato de sus dos antecesores es evidente. Pero los teólogos advierten de algo más importante. El signo de la bendición recibida por el Papa y de su oración junto al pueblo significa abandono del imperio feudal y la opción por el servicio entre iguales, o sea, la colegialidad con primacía de Roma, signos que se refuerzan con la ausencia de símbolos litúrgicos sobre su sotana. El breve mensaje que hablaba de “presidir al resto de las iglesias en la caridad”, los gestos sencillos, todos los pasos de la presentación de Bergoglio ante el pueblo recuerdan el desterrado Concilio Vaticano II y rememoran al Papa Bueno. Por eso, aunque la biografía es un lastre, la gestualidad anuncia cambios radicales en Roma. En el primer día de su mandato ha llegado a decir que hay que “volver al Evangelio” y esta sí que es una declaración de intenciones y una crítica radical del reciente pasado de la Iglesia. Es cierto que de donde no hay, poco se puede sacar, pero conviene estar atentos y esperar un poco a ver qué nos depara la sorpresa.

Marcelino Flórez