Otra de las cosas que hemos observado en este año eterno de gobierno del Partido Popular es que la crispación sigue presente, pero que no es cosa de dos. Los populares en el poder abusan (véase a Montoro con el uso político de datos confidenciales de Hacienda), ofenden (repárese en el presidente del gobierno en la respuesta al jefe de la oposición durante el debate del estado de la Nación) y humillan (pregunten a sindicatos, a promotores de iniciativas legislativas o de mareas ciudadanas), a pesar de que la heterogénea oposición hace crítica de ideas o de acciones, esquivando tanto el insulto, como el tono apocalíptico.
La infame turba de la caverna mediática continúa con sus hiperbólicos insultos, aunque no obtengan respuesta. Si uno lee El País o los digitales Público o El Diario, hallará mucha crítica, pero poco lenguaje ofensivo o soez. Puede constatarse lo mismo en el programa de humor del Gran Wyoming, el Intermedio, donde el lenguaje exaltado, ofensivo o crispado está siempre en boca de la ultraderecha mediática o política, hasta el punto de que el humor del referido programa se limita con frecuencia a reproducir palabras de esa turba cavernaria, que de por sí mueven a la risa (mientras siga sin producir miedo).
La crispación, o sea, el insulto, el verbalismo agresivo, la hipérbole desmedida y constante, cumple, sin embargo una función primordial: es el alimento para mantener la identidad de las bases del Partido Popular, esos cinco millones ultraderechistas que le dieron origen y que forman su estructura básica. Lo compruebo cada día que voy al gimnasio. Hay un barrio en Valladolid que se llama COVARESA, acrónimo de Constructores Vallisoletanos Reunidos en Sociedad Anónima. En la linde de ese barrio con Las Villas de Paula López, Los Castaños y Parque Alameda se ha construido sobre suelo público un Centro Deportivo y de Ocio, que gestiona una empresa privada. Acude mucha gente, sobre todo de los barrios colindantes, aunque también llegan de toda la ciudad y de poblaciones próximas. COVARESA es un barrio cerrado, sin suelo público, sin viviendas sociales, donde vive una población que vota masivamente al Partido Popular. Estuve una vez de interventor en la mesa electoral y me llevé un susto enorme y eso que fue cuando ganó Zapatero en 2004. Contrasta este barrio con Parque Alameda, cuyo suelo se repartió enteramente entre cooperativas y viviendas públicas sociales, lleno de servicios comunes, de calles con soportales privados de uso público y de vida en general. Aquí el voto se reparte mucho y el Partido Popular sólo gana algunas veces y por estrecho margen. Los de este barrio también vamos al gimnasio, que tenemos a pocos minutos de casa. Cada día tengo que escuchar conversaciones de afiliados o simpatizantes del Partido Popular, que no se recatan en hablar a voz en grito, con insultos variados y sin respeto y, por supuesto, sin vergüenza alguna ante la gente desconocida que anda a su lado. El otro día hablaban de la patria y la democracia, parafraseando al general que inició ese tema, y también de Bárcenas. No salía de mi asombro escuchando no ya las barbaridades patrióticas, sino los insultos que ofrecían a cualquiera que no pensase como ellos. Debían de ser de COVARESA y pensarían que todas las personas son como sus vecinos o quizá pensaban que todas vemos esos canales de televisión donde presentadores y tertulianos echan espuma por la boca al referirse a socialistas, sindicalistas y manifestantes, tan heterogéneos, pero identificados por la infame turba de nocturnas aves bajo el concepto de socialistas. Si ellos supieran…
Aunque la lógica política no debería ir por ese camino, la derecha en el poder ha huído del diálogo y ha seguido manteniendo la crispación para alimentar a esas bases. Y lo está consiguiendo. La adhesión de la militancia estructural del Partido Popular sigue sin quebrarse después de la que está cayendo. Dicen las encuestas que la intención de voto ha descendido un poco, pero no baja del veinticinco o treinta por ciento. Es lo mismo que la Italia de Berlusconi.
Y esto significa que nos hallamos ante un grave problema político, porque con esta derecha no se puede hacer camino. A su ilegitimidad de origen, el franquismo, une su ilegitimidad de ejercicio, la crispación, el insulto, la clausura de todo consenso. Sus militantes han perdido la vergüenza y se expresan en público con los mismos modales que sus jefes, sean parlamentarios o tertulianos. La crispación forma parte del método para la construcción del régimen autoritario y debe ser rechazada frontalmente.
Marcelino Flórez