La cal viva ya no simboliza sólo los crímenes de Estado durante la época de los GAL. La que extendió Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados el día 2 de marzo de 2016, en el periodo legislativo del 20-D, ha pasado a ser el signo de la intransigencia, o sea, del extremismo. De nada ha servido recurrir al olvido, cerrar los ojos, revestirse de piel de cordero y gritar a los cuatro vientos que no hay nada de leninismo, que todo es socialdemocracia y diálogo. Aquel día, y no sólo por la cal, sino por todas las palabras, actitudes y decisiones, Pablo Iglesias se convirtió en el líder político peor valorado de España, ¡peor que Rajoy! El 26-J la cal viva ha producido su efecto.
Decía Marx, con aquel lenguaje evolucionista primitivo, propio de la época, y en esto también tenía razón, que la anatomía del hombre hace posible entender la anatomía del mono. Efectivamente, hoy entendemos inequívocamente el error estratégico de ‘Podemos’ en torno al 20-D. No aprovechar la ocasión para desalojar a Rajoy de la Moncloa podía acarrear un coste. Las encuestas lo reflejaron inmediatamente y ahí se entiende el cambio de actitud de ‘Podemos’, que le llevó a coaligarse con IU. Esta coalición ha logrado paliar los daños, pero no ha podido revertir los malos resultados, entre otras cosas porque la mayoría de los coaligados estaba de acuerdo con la decisión estratégica del 2 de marzo. Muchos (militantes) seguían pensando que “pesoe y pepé la misma mierda es”, pero un porcentaje grande (de votantes) no coincidía con esa apreciación y son los que han abandonado el barco. Intentaron corregirlo con palabras, esto es, con propaganda, pero no ha tenido efecto.
Si el error estratégico ha logrado que un puñado de votantes cambie su voto hacia el PSOE y otros pocos se queden en casa, el “extremismo” ha tenido otro efecto. Ha logrado hacer creíble el mensaje del PP de que venía el lobo; y otro puñado votantes, atemorizado, ha preferido al partido de la corrupción y del franquismo, antes que el indefinido liberal ‘Ciudadanos’ . La suma de los dos efectos explica perfectamente el resultado del 26-J. Es inútil ir a buscar otras explicaciones por los márgenes, “brexit” incluído, si se quiere avanzar. En la coalición se impone, pues, la reflexión sobre la estrategia y sobre el miedo. Lo demás son excusas.
Para ganar, sin embargo, no es suficiente con no cometer errores; eso puede servir para no perder y ese caso sólo afecta a los gobiernos. Para ganar, hay que ilusionar. Y la coalición no ilusionaba. No podía ilusionar, porque estaba construída a la inversa, desde arriba. Sobre todo las listas, esas listas plancha, que nos obligaban a votar en Valladolid a un desconocido paracaidista soriano o a cualquier imberbe, también desconocido, que hubiese transfugado a tiempo hacia el “sí se puede”. Los militantes fuimos a votar con la nariz tapada, muchos simpatizantes prefirieron quedarse en casa. Veían las listas y sus apoyos, los anguitas (¡Ay!, aquel abrazo y aquellos llantos), los cañameros (¿alguien cree que atrae a las mayorías el modelo de ocupación de supermercados?); estaba detrás, además, el 2 de marzo y no pudieron con la oferta. ¡Cómo habrá sufrido Errejón, al ver su proyecto girado ciento ochenta grados!
Aún así, hay 71 diputados, que son una gran fuerza y una enorme posibilidad. A mí ya no me basta con que lo hagan bien. Necesito que vengan a mi barrio, que convoquen asamblea, que nos dejen hablar, que permitan organizarnos, que ayuden a crear ilusión, a creerse lo que se dice. Conservo la esperanza de poder caminar hacia la confluencia social y política. Ya advertí hace meses que esa era la tarea después del 26-J, aunque esperaba que iba a ser una tarea más fácil.
Marcelino Flórez
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Marcelino pone la reflexión donde yo puse acusación. Dos caras de la misma moneda, que tan responsables son quienes votaron, como quienes pusieron su narcisismo histriónico por delante de aquello que decían defender.