Huelga general: final del mito

El mito de la huelga general, construido por George Sorel y aplicado por el anarcosindicalismo, ha llegado a su fin. Pensaban los revolucionarios a finales del siglo XIX que la huelga general era el mejor instrumento para cambiar el orden social. Lo pensaban y lo pusieron en práctica sistemáticamente, sobre todo, durante la Segunda República española. Quizá la última propuesta de huelga general revolucionaria fue la que intentó el PCE en 1959, que se saldó con un sonoro fracaso. Las huelgas generales sucesivas, incluidas las unitarias y triunfantes, como fueron las de 1988 y 2002, ya no eran revolucionarias, sino meramente políticas; es decir, perseguían un pequeño cambio político y no una revolución. Las dos últimas huelgas citadas triunfaron y los gobiernos, uno del PSOE y otro del PP, rectificaron su política.

Las tres últimas huelgas generales, sin embargo, aunque unitarias y con mucho apoyo en la calle y en las grandes empresas, han fracasado. Ni con Zapatero, ni con Rajoy han conseguido rectificar las decisiones políticas. ¿Será que los tiempos han cambiado?

Escuché una vez decir a Julián Ariza que una huelga general, o sea, una huelga política, para poder ser convocada, necesita un referente político capaz de gestionarla. Si hay ese referente, la huelga se puede ganar o perder; si no lo hay, la huelga general está perdida. Las tres últimas huelgas se han hecho sin referente político y era necesario hacerlas, aunque sólo fuese para canalizar el descontento social. Los resultados, por otra parte, no han sido los mismos en las tres. La primera de ellas, la del 29-S de 2010, era una protesta por el error del 10 de mayo del gobierno socialista. Un sindicato no puede consentir que un gobierno se someta a los mercados pasando la cuenta a la clase obrera en exclusiva. Había entonces cosas que dialogar y había un gobierno dispuesto a ese diálogo, pero no tenía márgenes para la negociación una vez que había optado por la sumisión a los negociantes de la Unión Europea. Esa huelga sólo sirvió para hundir definitivamente a los socialistas, que perdieron las elecciones municipales de la primavera y se asomaron al abismo en las elecciones generales del otoño de 2011. Aún continúan en ese pozo y es su tarea buscar la salida.

Paradójicamente, el resultado fue la victoria electoral del PP, bien es verdad que con un programa diferente y con unos mensajes opuestos a las decisiones que tomó desde el primer día de su gobierno. ¿Cuál fue el error de los convocantes de aquella huelga de 2010 para que se produjera esa paradoja? Fue no haber advertido que su referente político lógico, Izquierda Unida, carecía de capacidad para gestionar el descontento; no haber advertido eso y no haber intentado poner un remedio a tiempo. (Esto no es una opinión, sino la transcripción en letra de los números de los resultados electorales.)

La primera huelga contra Rajoy, el 29 de marzo de 2012, no sólo era necesaria, sino imprescindible. Estuvo precedida de dos grandes manifestaciones en los meses anteriores y de múltiples movilizaciones sectoriales. Fue seguida de una enorme manifestación el mismo día de la huelga, pero también fracasó. ¿Qué esperaban de aquella gran movilización los sindicatos convocantes? Yo creo que no buscaban más que encontrar un hueco para el diálogo con el gobierno, donde tratar de detener los recortes sociales y la injusta aplicación de la carga social sobre los más débiles. Pero sólo encontraron desprecio. Bueno, desprecio y una sostenida batalla contra el sindicalismo desde todos los resortes del capital, desde su monopolio mediático, desde su exclusivo control administrativo del Estado, y desde los compañeros de viaje, sean éstos compañeros habituales, como la Iglesia católica  y los bancos, sean compañeros circunstanciales, como es el caso de una variada gama de asociacionismo vicario, más o menos bendecido, que habita entre nosotros.

El gobierno se vio con las manos libres y dio un par de vueltas más a la tuerca de los recortes. Las elecciones en Galicia fueron entendidas, además, como un reforzamiento y creyó que todo el monte era orégano. Los ensayistas de la privatización, objetivo único que subyace a lo que llamamos recortes, donde destaca la Comunidad de Madrid, continuaron el desmantelamiento de los servicios públicos, entrando a saco con la sanidad, una vez que la educación había sido ya prácticamente repartida (entre los correligionarios). La segunda huelga contra Rajoy era más necesaria, si cabe, que la primera. Pero esta también parece haber fracasado. Al día siguiente de la más grande manifestación de todos los tiempos habida en España, cuando escribo esto, el gobierno ha dado por cerrado el capítulo, mientras refuerza su argumentario contra los sindicatos.

Ya no existe la huelga general revolucionaria, pero tampoco parece servir la huelga general política, por eso digo que el mito ha llegado a su fin. Pero la lucha no ha fracaso ni ha llegado a su fin. El 14-N  ha sentenciado que, más importante que la huelga por disponer de más apoyo popular, es la movilización en la calle. Les ha dolido y han acusado el golpe, al tiempo que el sindicalismo sale reforzado y con una imagen más limpia de todo el proceso. Hace falta que los sindicatos sepan administrar la movilización, continuando en la extensión unitaria y universalizadora de la protesta, donde se ha abierto una vía que puede ser muy eficaz.

El mito de la huelga general ha terminado y La Razón puede escribir con tranquilidad en su portada del día siguiente: “Fracasados”, porque el gobierno no ha caído y, ni siquiera, ha convocado un referéndum. Sin embargo, los miembros de la Cumbre Social tenían una enorme sonrisa en la cara. ¿Será que son tontos y no ven el fracaso? El mito ha terminado, pero la calle ha sido de nuevo ocupada por la ciudadanía y este es el gran cambio social. La derecha reaccionaria se ha dado cuenta y, por eso, infiltra policía generadora de delincuencia incluso en los piquetes sindicales. Quieren retirar a la gente de la calle, porque saben que la presencia allí del pueblo real anuncia la derrota de los populares virtuales, del partido que usurpa un nombre que pertenece a la ciudadanía.

En otro campo, el triunfo ciudadano de las grandes movilizaciones de los dos últimos años pide a gritos un referente político, mientras los partidos de la izquierda tradicional y los grupúsculos, que se exhiben renovados o se multiplican disgregados, acumulan barro sobre sus ojos hasta perder enteramente la visión. Lo que está naciendo es nuevo y no tiene referencia en el pasado, aunque se nutra de la tradición obrera y solidaria. Por ahí  hay que seguir hurgando para buscar el camino.

Marcelino Flórez