Escraches y nazis

Como sigue de actualidad, os copio el escrito que hice a mediados de abril para Sementera, la revista de los católicos rurales de Palencia, y que han publicado este mes de mayo. Además, hay que recordar permanentemente la barbarie, para que sus seguidores queden presos de la vergüenza pública.

En 1961 Hanna Arendt, filósofa y judía huída de Alemania, asistió al juicio del funcionario nazi Eichmann en Jerusalén y reflexionó sobre el juicio y sobre el nazismo en un libro con ese título, que subtituló “un estudio sobre la banalidad del mal”. Efectivamente, el nazismo consiguió banalizar el mal absoluto y logró que sus funcionarios considerasen normal el cumplimiento de las órdenes y leyes con las que estaban produciendo un crimen contra la humanidad, como sentenció el Juicio de Núremberg.

Escrache es una palabra casi desconocida hasta hace unos meses en España, aunque ya la habían utilizado los novelistas sudamericanos y la población argentina hace mucho tiempo. Los filólogos se han encargado enseguida de mostrarnos su origen y su significado. Los escraches que estamos conociendo ahora en España son manifestaciones de las víctimas de afectados por la hipoteca ante personas responsables de cambiar las leyes hipotecarias. Con este significado y en el mismo sentido surgieron los escraches de las víctimas argentinas de la dictadura militar para señalar, manifestándose ante ellos, a los responsables de los crímenes de esa dictadura.

Definir a las personas que participan en un escrache contra un diputado como nazis indica, primero, poco conocimiento de la historia y de la realidad y, segundo, el intento de identificar a víctimas con verdugos. Primo Levi, otra víctima del nazismo, calificó a ese intento de confundir a víctimas con verdugos como “perversión moral”.

Estamos asistiendo, realmente, a la banalización del mal y a la perversión moral. Cada vez que veo a alguno de mis amigos que se escandaliza mucho porque una pareja de hombres o de mujeres, que se quieren, forma una familia, mientras le pasa desapercibido el sufrimiento de los afectados por la hipoteca o por el paro o por la enfermedad desatendida, constato que no sólo ha desaparecido la capacidad profética, sino que se ahonda el abismo de la amoralidad, cuando no de la inmoralidad. Ahí es donde el ser humano comienza a diluirse.

Marcelino Flórez