Después de una o dos décadas jugando con el equívoco concepto del “derecho a decidir”, los nacionalistas catalanes han construído un nuevo mantra, aunque este no tiene visos de lograr tan largo recorrido. No debe de quedar nadie que discuta el derecho a decidir, ya que es el fundamento mismo del sistema democrático. Generalmente, ese derecho se ejerce mediante el sufragio y a través de la representación política. El derecho existe y disponen de él todas las personas en España por igual. Algunos partidos nacionalistas catalanes conocen bien ese derecho y lo han ejercido, de hecho, en alianza con la derecha centralista, cuando ésta hablaba catalán en la intimidad, contribuyendo a crear graves perjuicios a la mayoría de los españoles. Pero reclamar el derecho a decidir no significa nada y el concepto se usa conscientemente de forma equívoca. Lo que realmente quieren decir los nacionalistas catalanes y sus compañeros de viaje es “derecho a la independencia” de Cataluña respecto a España. La falacia no da más juego y, por eso, han dado este nuevo paso, el referéndum, que es una forma concreta de tomar decisiones.
Todas las tendencias nacionalistas catalanas se han puesto de acuerdo en la pregunta que desean hacer para acceder a la independencia. Pero todo el mundo puede ver la trampa; no proponen una pregunta, sino dos. Primero, si los catalanes quiere “ser un Estado”; segundo, si quieren que ese Estado “sea independiente”. Con lo fácil que hubiera sido preguntar a la gente si desean “un Estado catalán independiente” o, con más claridad aún, si quieren “la independencia de Cataluña”. ¿Por qué dos y no una sola pregunta? Para seguir haciendo trampas, como hicieron con el “derecho a decidir”.
Un componente insustituible en los nacionalismos es el irredentismo. El nacionalismo sólo puede existir mientras sea irredimible. Si consiguiese su objetivo, la independencia en este caso, la ideología nacionalista desparecería; y, en el mundo actual, donde las posibilidades imperialistas son escasas, no le quedaría nada que hacer. ¿Cómo justificar, entonces, las políticas cotidianas sin nacionalismo, la apropiación de la riqueza, la exclusión social, la represión de las libertades, el nepotismo? Sin el señuelo nacionalista, las derechas catalanas, como las españolas, quedan desnudas. Por eso, es incomprensible que nada de lo que se autodenomina izquierda caiga en la trampa. Si usa señuelo, no es izquierda, porque estamos ya en el día en el que la ética es un componente indisociable de lo que hemos convenido en llamar izquierda.
Marcelino Flórez