Si no la mayor, una de las mayores decepciones que sufrí en las pasadas elecciones europeas fue que mucha gente, incluídos amigos cercanos a los que había informado de un programa realmente transformador y de un método realmente democrático, prefirieron votar a ‘Podemos’, carente de programa, sin existencia propiamente dicha, y sustentado en cuatro eslóganes y en un tribuno. Me decepcionó, pero entendí enseguida y así lo puse por escrito, que ‘Podemos’ era el verdadero y único triunfador de las elecciones europeas. La intranquilidad de la casta y las encuestas confirman, a día de hoy, que así fue y así sigue siendo.
Hasta que no llegue noviembre y se haya celebrado la asamblea, no sabremos muchas cosas más de ‘Podemos’, aunque los tres o cuatro dirigentes principales siguen desgranando en los medios lo que ya parece esencial en el movimiento: no es algo “de derechas ni de izquierdas” y quiere romper con todo lo existente, con la casta. Declaran el fin del régimen de la Transición y anuncian un nuevo proceso constituyente.
Confieso que, salvo en ese matiz sobre “derechas e izquierdas”, coincido prácticamente en todo con los dirigentes de ‘Podemos’, que actúan de hecho como portavoces del movimiento. Yo quiero igualmente un nuevo proceso constituyente y ansío ver desaparecer a la casta, a la política y a la social, de la esfera pública. ¿Por qué, entonces, no termino de identificarme con ‘Podemos’?
También me parece que empiezo a encontrar la respuesta. Es ese matiz de “derechas e izquierdas” el que me afecta. Y ahora entiendo mejor la decepción con mis incluso amigos y votantes en las europeas. Esos amigos y esos votantes son gentes normalmente poco implicadas en el movimiento social y, menos, en la militancia política. Son gente corriente, alguna incluso progresista, pero no afiliada ni a partidos ni a sindicatos, ni a asociaciones vecinales, la mayoría ni siquiera afiliada a una ong. Por no ser, muchas de ellas no son ni de iglesia. Algunas veían bien, incluso, que hiciésemos huelgas contra el gobierno y sus leyes, pero no participaban en las mismas, como mucho en las manifestaciones de por la tarde. Nunca fueron ni de derechas ni de izquierdas. Es lo que Pablo Iglesia llama gente normal. Y ahora veo con más claridad que nunca lo anormal que soy (y que seguiré siendo, porque esto no tiene remedio).
A mí no me da miedo ‘Podemos’, discurra por donde discurra su trayectoria. Es más, estoy encantado de que haya sido ‘Podemos’ quien haya aglutinado a la gente normal. Lo prefiero a cualquiera otra de las posibilidades de agrupación, incluídas algunas que se dicen izquierdistas.
Dice una cosa Pablo Iglesias con la que estoy más de acuerdo que con el resto de sus dichos. Me refiero a esa voluntad que manifiesta de sustituir a la casta por la asamblea ciudadana. Por eso, no quiere ni oir hablar de frentes electorales o suma de siglas. Eso mismo pienso yo y he dejado testimonio escrito en varios artículos que hablan de unidad. La diferencia es que Pablo Iglesias habla de unidad del pueblo y yo hablo de unidad de la izquierda. Esa es la diferencia. El problema se va a presentar cuando ‘Podemos’ sea un partido, esto es, en noviembre. ¿Consistirá, entonces, la unidad en integrarse en ‘Podemos’, nueva casa común, o su afiliación estará dispuesta a juntarse con otra gente de otros partidos (tan legítimos como ‘Podemos’, formal y materialmente) en foros y asambleas abiertas? Esa será la prueba del nueve, aunque yo ya tengo claro dónde voy a estar.
Marcelino Flórez