Alguna vez, no sólo en 1982, he recurrido al voto útil, siempre con la intención de cortar el paso a alguien poco afectuoso. Las pocas veces que lo he hecho he vuelto a casa poco contento, de modo que ahora, cuando vuelven, por activa y por pasiva, a convocarme al voto útil, he decidido que el único voto útil es el que deja tranquila mi conciencia. Definitivamente, voy a votar con el corazón.
En este caso, además, el corazón tiene argumentos que la razón sí comprende, dando la vuelta al axioma clásico de Pascal. Lo primero, ningún voto de los que vayan a parar a la izquierda se perderá en esta ocasión. Puede que en una provincia el voto no sirva para obtener un diputado, pero se suma a los votos del Estado, donde con seguridad tendrá representación y se precisa un 5 por 100 de los votos del Estado para constituir grupo parlamentario. Esto vale para el voto a Unidad Popular, por supuesto.
Pero el corazón entiende, sobre todo, otra razón: el voto del 20-D no sólo decide la formación de gobiernos y la expulsión de gobernantes corruptos y falaces, sino que toma postura ante el debate principal sobre la unidad de la izquierda.
Es cierto que en esta ocasión no ha sido posible la confluencia, esencialmente a causa de los cálculos estratégicos de ‘Podemos’, pero el espíritu del Común sigue vivo. Lo tenemos vivo en los municipios donde logramos confluir y lo mantenemos incandescente en nuestros corazones y en nuestro razonar. Después del 20-D, para mí, el debate político principal seguirá siendo cómo construir la confluencia. Y, para que no se nos olvide, recordemos lo que quiere decir confluencia: dejar a un lado las posiciones estrictas de partido u organización y dar valor a lo que puede ser común para la mayoría; no renunciar bajo ningún concepto a la realización de elecciones primarias en cada distrito para confeccionar las listas electorales; empoderar a las asambleas y a la ciudadanía próxima para tomar todas las decisiones; someterse a evaluación pública; reservar a los liderazgos el papel secundario que una democracia deliberativa exige; en fin, tener unas actitudes y llevar un modo de vida acorde con las ideas que se plasman en un programa. ¿Quién puede dudar que, ante ese próximo futuro, no hay más voto útil que el que dicta el corazón? Adelante, pues, y no sucumbamos a los cantos de las sirenas.
Marcelino Flórez