La otra noche escuché a Cristina Almeida decir que había votado a IU el 20-D. Yo, también. Como Cristina, salí de IU en 1996 o 1997. Como ella o con ella, entré en Nueva Izquierda. No sé dónde ha terminado Cristina. Yo estoy en EQUO. Pero el 20-D voté a IU y es el voto más eficaz de toda mi vida. Casualmente, hice lo contrario que muchos de aquellos que me condenaban a las penas del infierno por mi actitud crítica con IU y con el PCE. Paradojas de los tiempos.
Más de un amigo discutió entonces conmigo sobre la eficacia del voto y yo expliqué, por activa y por pasiva, que el número era muy importante, se consiguiese o no un diputado. El 15 de diciembre publiqué aquí una reflexión, que incidía en la eficacia de ese voto para poder construir confluencia. La mayor parte de mis amigos no me hicieron caso, claro. Pero esta vez la realidad me ha dado la razón de forma incontestable.
Nada sería igual sin aquellos novecientos mil votos de resistentes. Habrá unidad en las próximas elecciones, será bajo la forma de coalición y no de confluencia, pero es un paso que no debe ser despreciado. Esto no afecta a la pluralidad y a las diversas identidades, cada cual seguirá sus caminos y no será fácil gestionar los resultados, pero se abre una senda de convergencia, aunque ahora sea sólo electoral. Dotar de contenido y de autonomía a esa convergencia será la tarea de los próximos años, como está ocurriendo en algunos municipios. Sólo los que renuncian al protagonismo, sumergiéndose bajo las siglas de ‘Podemos’ a cambio de alguna pequeña gratificación, habrán perdido la voz para el futuro. Es lo que le está pasando a EQUO, que lo sabe, pero no acierta con la respuesta.
Marcelino Flórez