Los criterios de moralidad van debilitándose día a día en nuestro mundo. Primero, las iglesias perdieron su autoridad en tanto que custodias de la moralidad, en el momento en que no fueron capaces de adaptarse a la realidad cambiante. Después de la Ilustración, ninguna fe ha logrado ser ejemplo moral. Durante un tiempo, los jueces fueron sustitutos de la autoridad moral perdida por las iglesias y sus sentencias sirvieron para diferenciar lo que era justo o injusto. En la práctica, la condena judicial o la falta de condena vino a ser el valor de orientación moral realmente existente. Pero los jueces han perdido también su autoridad. Que machacar el disco duro de un ordenar sirva para evitar ser condenado o para rebajar la pena por corrupción es prueba exacta de la impotencia moral de la justicia. Desde hace algún tiempo, nada es bueno o malo por sí mismo, sino que toda acción es sometida al tamiz de la ideología y ahí define su moralidad.
La ideología, pues, es la nueva autoridad moral. Pero la ideología no es inmutable, sino que es diversa y cambiante. Hay muchas ideologías y, en consecuencia, muchas moralidades. Eso significa que ha llegado el fin de la moral, ya no existe diferencia entre lo bueno y lo malo. Cosas tan evidentemente malas hasta hace poco tiempo, como matar a un cónyuge, el rechazo a una persona por su color, el abandono de un moribundo, han dejado de ser malas y han pasado a ser opciones ideológicas validadas políticamente.
La violencia de género, el racismo, la xenofobia, hasta hace nada de tiempo graves males, se han convertido en una opción política apoyada por masas de población. El programa político de VOX, sus prácticas, sus métodos son el ejemplo perfecto de lo que hace poquísimo tiempo sería el repertorio axiológico de la inmoralidad. Avalar ese programa es avalar el fin de la moralidad.
No sé cómo hemos llegado hasta aquí, pero ahí estamos. Y el problema no es que tengan más de cincuenta diputados, ni que el Partido Popular y Ciudadanos hayan avalado también sus políticas, el problema es que muchas personas avalan lo mismo cada día en redes sociales, en charlas de bar, en el voto. La inmoralidad crece y se refuerza cuando clérigos, jueces y políticos, es decir, los personajes públicos son los avales de la misma. Y este es el caso aquí y ahora.
Ha llegado, por eso, el momento de ser valientes, de abandonar el relativismo moral. De condenar el mal y defender el bien. A falta de acuerdo moral, no nos queda otro recurso que el que nos proponía Norberto Bobbio hace ya tiempo: el consenso. No hay más criterio moral que el acuerdo de la ciudadanía. Contamos de partida con algunos consensos ya alcanzados, la Constitución, en nuestro país, y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el mundo. Con este consenso inicial como tamiz de moralidad, asumamos el compromiso y la valentía de construir justicia social, mientras recuperamos la capacidad ética de las personas.
Hace unos días, contestaba yo a uno de los avalistas de VOX en una red social, diciendo que el único peligro en España es el fascismo. Y otro avalista aseguraba que también lo era el comunismo. Hay que estar muy ciego para no ver la realidad. Aquí y ahora, en esta España, no hay ningún peligro de terrorismo etarra ni de comunismo estalinista, no hay ningún programa político con esos criterios; el único peligro real es el neofranquismo, que encarna VOX y avalan el PP y Cs. Ellos son los que están legitimando la violencia de género, el racismo, la xenofobia y, en general, el desprecio a los derechos humanos. Además, lo hacen con muy malas maneras y en sede parlamentaria. Denunciarlo es la primera obligación moral. Ser valientes es la opción de gobierno.