La reunión de Valencia del 13 de noviembre, convocada por Mónica Oltra y protagonizada por Yolanda Díaz, ha vuelto a poner sobre la mesa el mantra de la unidad. La cosa es que en Valencia no se ha fijado de quién haya de ser esa unidad. Y no es sólo la notable ausencia de Irene Montero o de Ione Belarra. Tampoco estaba Teresa Rodríguez, una de las mujeres más representativas de los anticapitalistas. Cierto que Yolanda Díaz ha hecho un planteamiento muy transversal, aunque, por ahora, excesivamente impreciso. No querría yo perder la esperanza de un cambio, pero me vienen a la mente algunos problemas que aparecerán en el camino.
Lo primero que hay que advertir es que Izquierda Unida y Podemos tienen unido inexorablemente su destino. Podemos ya no es nada sin Unidas Podemos e Izquierda Unida no es nada sin Podemos. La unión es fuerte, pues no sólo es el presente real o el futuro inevitable, sino que se fundamenta también en el pasado, como quedó sellado en el abrazo con llanto de Pablo Iglesias y Julio Anguita en junio de 2016 o en el “pacto de los botellines”.
Y hay algunos problemas, no sólo por el presente, bien nutrido de conflictos internos, sino especialmente por el pasado. Con motivo del reciente centenario de la fundación del PCE, hemos podido leer estos días alguna opinión de destacados militantes o personas próximas al partido. Dice Sartorius en El País del día 14 de noviembre, para explicar la crisis del PCE en los inicios de la democracia, que el partido tuvo serias dificultades para “normalizar la discrepancia”, una forma bonita o eufemística de referirse al leninista principio del centralismo democrático. Y el día anterior en elDiario.es, en un artículo que titulaba Comunistas, explica su salida del PCE y de IU, “al separarse ambos de la línea proeuropea”. Pero concreta mucho más la discrepancia en el artículo de El País: “la oposición al euro; la propuesta de un proceso constituyente hacia la república; la reivindicación del derecho de autodeterminación; la “teoría de las dos orillas” fueron, en mi opinión, planteamientos erróneos”. Aquellas dificultades y estos planteamientos siguen vivos.
Todas las voces que nos llegan desde Unidas Podemos, desde que Felipe Alcaraz lanzara el pasado agosto la iniciativa de construir un frente amplio, insisten en crear un Frente de Izquierdas; por ejemplo, Carlos Guzmán, nuevo coordinador de IU en Navarra, hablaba en el Diario de Navarra del día 19 de octubre de construir un “frente amplio de izquierdas (para) disputar la hegemonía política al PSN”. Las “dos orillas” o, como se decían antes, la clase contra clase sigue siendo la estrategia. No discutiré la lógica de esa postura, que muy posiblemente pudiera servir para aglutinar todo lo que se posiciona a la izquierda del PSOE, pero ya nos ha demostrado la sociología electoral hasta la saciedad que ese conjunto tiene mucha dificultad para sobrepasar el 5 por 100 de los votos. No sé si con eso se podrá “disputar la hegemonía política” a los socialistas.
La palabra Frente tiene, además, muchas connotaciones precisas del pasado. Nos conduce a febrero de 1936 y a la belicosidad que caracterizaba aquel momento. De hecho, muchas voces que claman por la unidad esgrimen como principal razón la de cortar el paso a la extrema derecha. Vaya, calcado de 1936. Sin duda, se reclamará eso con un despliegue abundante de banderas tricolores. ¿Cuesta tanto entender que este lastre es tan pesado que hará insoportable su peso, como ha sugerido Sartorius? Pues ahí estamos.
El Frente me recuerda, por otra parte, lo que Joan Coscubiela ha calificado en El País del 29 de octubre de este año de partido matrioska, donde “la muñeca exterior, que se legitima electoralmente ante la ciudadanía, contiene en su interior otra muñeca parecida que, a la vez, encierra otra más pequeña aún que se arroga la función de marcar el paso a todas las demás”. Y Sato Díaz, en Público, lo especificaba así el día 27 de noviembre: “Un militante del PCE lo es, al mismo tiempo… de IU (organización en la que está incluida el partido, de la cual es el partido mayoritario, pero en la que hay un gran número de independientes que superan a los militantes del PCE); de Unidas Podemos (coalición formada por Podemos, IU, Alianza Verde y los comunes catalanes, principalmente); y del nuevo Frente Amplio (o como se llame lo que acabe liderando Díaz)”. El dirigente navarro de IU lo dejó también muy claro: el frente amplio se construirá sobre “los cimientos de Unidas Podemos” y precisa “con la misma alegría, ilusión y generosidad con la que nació Izquierda Unida en 1986”. La muñeca está perfectamente cerrada.
Nada de esto ha sido propuesto por Yolanda Díaz, que se ha limitado a alabar el diálogo y hacer una vaga referencia a “otras políticas”. Valencia puede ser el inicio de un camino. Si ese camino se dirige a un “frente de izquierdas”, no lo podrá recorrer con una buena parte de la población, definitivamente desengañada de las matrioskas. Pero si el camino busca la transversalidad, la confluencia de las diferencias, los cuidados de las personas, la defensa de la naturaleza, lo que nos preocupa cada día más allá de dos orillas o de lucha de clases y de banderas tricolores, ¿qué va a hacer, entonces, Unidas Podemos? ¿Se disolverá como un azucarillo en el agua o seguirá en la dinámica de las matrioskas? El mantra de la unidad se planteará en estos términos y ya hemos podido observar la intranquilidad que embarga a los protagonistas.
Marcelino Flórez