Sea cual sea el círculo de izquierdas en el que uno se mueva, hay una demanda universal de unidad. El problema es que cada círculo entiende la unidad de una manera. Además, alguna unidad no da siempre como resultado la suma. Puede que se produzca, incluso, una resta, como hemos comprobado en recientes elecciones, resta de votos y resta de elementos unidos. Andalucía es la demostración más reciente.
Si estamos pensando en la unidad como una suma de siglas, podemos darnos un descanso ya en este momento y dejar de esforzarnos. Esa unidad no lleva a ninguna parte, porque lo que está en cuestión son precisamente las siglas. Aunque está comprobado, podemos hacer una prueba más en las próximas elecciones municipales y regionales. Hagan coaliciones hasta sumar una sopa de letras bien espesa y vengan después a contarnos el fracaso.
Pero ahí es donde estamos. Los dueños de las siglas se resisten a renunciar a sus identidades, por lo que ello supone de garantizar puestos en listas electorales y, con ello, financiación de sus respectivos partidos. Todo grupo político que subsiste gracias a los recursos públicos que obtiene con la representación electoral se negará a renunciar a ello, aunque se vea reducido a la mínima expresión. El camino de la unidad está bastante cerrado ahora mismo por estas razones.
No podrá haber participación de mucha gente si no hay una propuesta creíble y el primer paso para ello es dejar las propias siglas en reposo, y construir una entidad nueva, eso que llamamos confluencia. Hace ya ocho años lo intentamos y lo conseguimos en algunos municipios, aunque la presión de las viejas formas políticas haya terminando poniendo un freno, que ha impedido la consolidación de los proyectos. La conciencia del fracaso y el miedo a lo que pueda venir está volviendo a poner de actualidad el grito de unidad. Lo difícil es hacerlo creíble.
Para lograr esa credibilidad, hay algunas condiciones; la primera, dejar las siglas a un lado; después, construir una propuesta atractiva, realista, bien hecha; a continuación, ofrecer un espacio abierto y acogedor, con primarias en todos los distritos electorales, con censo propio y libre, con autonomía financiera, con la vista en el futuro y no en el pasado. Desvestirse del “hombre viejo” es imprescindible y cuidar las formas, olvidando la agresividad y ofreciendo afectividad y empatía. Cualquier otra vía está cerrada y yo no pienso desgastarme una vez más en las vías sin salida.
Marcelino Flórez