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Évole y la política de la historia

No hubiera prestado más atención a este asunto, si no hubiera leído el artículo de Elorza en El País el día 28 de febrero, donde alaba a la vez a Évole y a García Montero. Este último había escrito un artículo en Público.es el día 27, donde expresa la clave del documental falso de Évole: “El papel del rey como salvador está más que cuestionado”, afirma. Y eso es lo que refrenda Antonio Elorza. ¿Cuál es la diferencia entre ambos? Pues que el uno es novelista, pero el otro es historiador.

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Al uso político del fake, como dicen los cinéfilos para nombrar un documental falso, que los amigos ideológicos de García Montero difundieron con prontitud en las redes sociales, contrapuse la referencia a otro artículo, éste de Daniel Mediavilla, publicado en El Diario.es el mismo 27 de febrero con el significativo título de Por qué creemos en teorías de la conspiración. Para mí este asunto del fake no da más de sí: es cuestión de creer o no en conspiraciones, creencia que, a decir de Daniel Mediavilla, está a medio camino “entre el escepticismo … y el pensamiento religioso”. Punto.

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Pero ha aparecido el historiador y la cosa cambia, porque nos introduce la creencia en la conspiración al lado de las fuentes históricas, de modo que ahora tenemos que diferenciar no sólo entre hechos y opiniones, sino también añadir conspiraciones. Corrobora Elorza la creencia en la conspiración con dos hechos: la confesión de Carrillo a García Montero, “hasta ahora inédita”; “y hubo la comida de Lérida”.

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La confesión de Carrillo no pasa de ser una opinión, que, por otra parte, no desvela nada, porque los historiadores que han estudiado el 23-F suelen recoger ese hecho: la trama para derribar a Suárez mediante un golpe de Estado más o menos ficticio, dirigido por Armada. Es la conocida Operación Armada, que es un documentado elemento del golpe, que implica a Milans del Bosch y a otros militares.

La opinión de Carrillo no tiene nada de inédita y tampoco es original. Es más, tiene todos los visos de ser una opinión formada a partir de lecturas sobre el 23-F. Por si acaso, he rebuscado en el testimonio memorial de Carrillo y no dice una sola palabra sobre ese asunto. En su póstumo “testamento político”, escrito exculpatorio de responsabilidades donde los haya y no poco narcisista, es difícil pensar que prescindiera de una interpretación original sobre el golpe de Estado, pero dedica solamente dos páginas al 23-F y no hace ninguna explicación del mismo.

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El otro hecho es la comida de Lérida. Debe referirse Elorza a la reunión que tuvo Armada con el socialista Enrique Mújica el 22 de octubre de 1980, que formaba parta de sus tomas de contacto para organizar el golpe ficticio. Algunos concluyen de esto que el PSOE estaba implicado en la Operación Armada, como lo estaba la UCD y el PCE por otros contactos similares. Por cierto, a sembrar esa duda se dedicaron con empeño en el juicio los condenados por la intentona golpista. Pero “la comida de Lérida” es menos que nada para los historiadores, como lo fue para los jueces.

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Queda el Rey, que es el objetivo de Évole, de García Montero y de Elorza. Y en eso ni el fake ni los articulistas proporcionan un solo elemento, a no ser la inoculación de la sospecha, para constatar su posición en la conjura. Los hechos ciertos, por otra parte, son tozudos: el Rey propuso para el gobierno a Calvo Sotelo y no a Armada; y su discurso rechazó el golpe y no se adhirió a los militares golpistas. De manera que el recurso a la conjura no pasa de ser un buen campo para los crédulos, pero una vergüenza para la historia. Y para la política.

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Ahora que Pedro J. ha renunciado a la conjura del 11-M, vienen estos izquierdistas del pensamiento a recuperar la conjura del Rey el 23-F para combatir a la monarquía. Un buen republicano no se construye con credulidades, sino con la lógica y la dedicación al saber. Flaco servicio acaban de hacer Évole, García Montero y Elorza a la historia, a la política y a la república.

Marcelino Flórez