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Antisindicalismo de nuevo tipo

En el año 1977, cuando se produjo el paso el paso de movimiento a sindicato en las Comisiones Obreras, éste se denominó «sindicato de nuevo tipo». El concepto incluía dos elementos esenciales: la voluntad unitaria para la representación obrera y el carácter sociopolítico, lo que contemplaba la decisión de combinar la movilización con la negociación y el pacto. Ambos principios se han mantenido siempre, con la adecuada adaptación a las circunstancias cambiantes. Cuarenta y un año después, sin embargo, estamos siendo testigos de la aparición de un antisindicalismo de nuevo tipo.

El antisindicalismo es tan antiguo como el sindicalismo. Tan pronto como se formaron los primeros sindicatos, la democracia burguesa los prohibió con el argumento de que se oponían a la libertad de trabajo y, desde entonces, el liberalismo ha considerado al sindicalismo como un enemigo, siempre con el mismo argumento, la libertad de trabajo. No merece la pena entretenerse en desmontar esa falacia, que fue enterrada por la lucha obrera hace ya siglos.

Pero el liberalismo en su versión moderna ha persistido en la refriega con mucho éxito. La representante más genuina entre nosotros de este neoliberalismo fue Esperanza Aguirre. Al comienzo de la actual crisis, aprovechando la coyuntura de recortes generalizados y la debilidad manifestada por el sindicalismo en las huelgas generales contra esos recortes, dio un potente hachazo al sindicalismo, eliminando lo que denominó «mamandurrias» y que no eran sino derechos, arrancados día a día al capital a través de luchas y de pactos, en forma de horas de trabajo pagadas para representar a los trabajadores y trabajadoras. Antes de Esperanza Aguirre, Margaret Thatcher había logrado casi exterminar al otrora poderosísimo sindicalismo británico.

Estos éxitos neoliberales fueron posibles porque sus mensajes descalificadores del sindicalismo habían logrado penetrar en la conciencia de trabajadores y trabajadoras, bien es verdad que en medio de muchas contradicciones, pues en cuanto necesitan remedios esas mismas personas acuden sin ningún pudor a solicitar la ayuda sindical. Alguna gente, incluída gente joven, sigue hablando todavía hoy de «los sindicatos», según el concepto franquista, como si las cuotas de la afiliación fuesen obligatorias, aunque ellas mismas estuviesen exentas. Esto es lo que hay.

La mentalidad neoliberal, ayudada por el poder político y económico a través del control monopolístico de los medios de comunicación, creó también un sindicalismo nuevo para oponerse al sindicalismo obrero. Al principio, estos nuevos sindicatos llevaban la sigla de «independientes», queriendo expresar así que los sindicatos obreros eran «dependientes» de los partidos obreros, y al mismo tiempo desdibujaban la institución sindical. Poco a poco y perdida ya toda vergüenza, estos sindicatos corporativos y de empresa se denominan con nombres propios: de pilotos, de maquinistas, de cuadros, de enfermería, de profesores, de funcionarios. Son lo contrario a un sindicato propiamente dicho. Mientras éste defiende la solidaridad obrera, los corporativos defienden el interés privado, particular. El mundo al revés, pero también es lo que hay.

En ayuda de este antisindicalismo neoliberal han acudido recientemente las organizaciones que se reclaman de tradición anarquista. En este caso, se trata de una lucha contra el «sindicalismo de concertación», que defiende «el conflicto como herramienta de cambio». Un sindicalismo alternativo de este tipo no sería nada vituperable, si no hubiese convertido en objetivo principal de su acción el enfrentamiento con los sindicatos de clase mayoritarios y, particularmente, con las Comisiones Obreras. ¿Por qué con las Comisiones Obreras? No porque sea el sindicato más próximo en el pensamiento y en la acción, que probablemente lo es, sino porque es el principal competidor en las elecciones sindicales. Y esta es la segunda contradicción del sindicalismo de confrontación: además de confrontarse con los sindicatos de clase, más que con la patronal, se presenta a las elecciones oficiales para acceder a las «mamandurrias» que la ley otorga. Los acontecimientos sociales recientes se entienden muy bien, si no obviamos este hecho.

Este particular antisindicalismo se expresa de forma perfecta en una de las consignas que más repiten en sus manifestaciones: «Comisiones y UGT, sindicatos del poder», una descalificación sin paliativos. Y es la conjunción de este ataque a los sindicatos mayoritarios con el antisindicalismo liberal lo que justifica la conciencia antisindical de una gran parte de la población, especialmente de la población obrera. Es el antisindalismo de nuevo tipo que habita entre nosotros, como ponen de manifiesto dos hechos recientes: la huelga feminista y las movilizaciones de pensionistas.

La exclusión de los sindicatos mayoritarios en la huelga feminista no pasó desapercibida para la prensa, aunque sí haya pasado desapercibida para la mayoría de la gente. Carlos Elordi, por ejemplo, escribía un artículo el día 13 de marzo de 2018 en eldiario.es, titulado «España no es de derechas», donde utilizaba dos ejemplos para aseverarlo, las movilizaciones de mujeres y de pensionistas. Allí constata que esas movilizaciones se hacen con autonomía respecto a «partidos de izquierda y sindicatos tradicionales». Y precisa: «no han sido convocados a organizarlas. Es más, que se ha querido expresamente que no lo hicieran».

En el caso de la huelga feminista podemos certificar que la exclusión estaba muy fundamentada. Oscar Murciano, Secretario de Acción Social de la CGT en Cataluña, lo ha explicado con toda claridad en un artículo el día 12 de marzo de 2018, que lleva el significativo título de «El declive de la concertación sindical y el 8 de marzo». Explicando el declive de la capacidad movilizadora de CCOO y UGT, utiliza, entre otros, el ejemplo de las Marchas de la Dignidad, en las que intentaron participar esos sindicatos, dice, pero «esta participación fue rechazada varias veces y de forma explícita por el sindicato más grande de aquella plataforma, la CGT». Respecto a la huelga feminista escribe: «Finalmente, el movimiento social con más fuerza en el estado, el feminismo, preparó a conciencia con el sindicalismo alternativo (subrayado nuestro) la realización de una huelga de 24 horas el pasado 8 de marzo con el resultado que todas hemos podido ver».

Hay que matizar, pues, las palabras de Carlos Elordi. No es que no se convoque a los sindicatos «tradicionales», es que hay una intención expresa y reconocida de excluirlos. En la huelga feminista ha sido así. Sobran los ejemplos, cuando las palabras oficiales son tan claras, pero no está de más añadir la cronología de los hechos. Nada más terminar la asamblea feminista de Zaragoza de los día 13 y 14 de enero, y antes de que esta asamblea hubiera podido dirigirse a los sindicatos obreros, en el caso de que esa hubiese sido su intención, la CGT anunció el día 18 de enero que convocaba una huelga de 24 horas para el día 8 de marzo. Nada ha sido inocente en todo el proceso de exclusión.

Añadiré una anécdota para ejemplificar adonde condujo el proceso de exclusión en algunos lugares. Después de la concentración que convocaron en la Plaza Mayor de Valladolid CCOO y UGT, coincidiendo con las dos horas de huelga, la mayor parte de los trabajadores y trabajadoras allí congregados se unió a una marcha estudiantil, que se iniciaba en un lugar cercano. Una chica joven y muy activista se dirigió entonces a mi compañera, Eva, que llevaba una pegatina de CCOO, recriminándole esa adhesión a la marcha estudiantil:

– ¿Qué hacen ahí los tuyos, que no son convocantes?, preguntó.

Eva, mi mujer, dijo:

– A mí no me digas nada, que estoy aquí, díselo a ellos, compañera.

– No me llames compañera, respondió la chica joven y activista. Tú no eres mi compañera.

El alcalde Tiedra, que lo es dentro la coalición Valladolid Toma la Palabra y que charlaba con Eva, respondió:

– Si no te podemos decir «compañera», no tenemos más que hablar.

Y la chica replicó:

– Tú, un hombre, diciéndome lo que tengo que decir. Inadmisible.

Se quedaron sin palabras, como yo ahora. Alguien podrá pensar que esto es una anécdota, pero yo pienso que es la cosecha de lo que se viene sembrando.

En cuanto a la huelga de pensionistas, aún no tengo todos los elementos para el análisis, aunque hay síntomas de intromisiones del mismo tipo y otras muy sospechosas, si observamos la catadura de los dirigentes de alguna asociación de jubilados recientemente creada. En Valladolid he visto hablar en nombre de la «coordinadora» a gente del entorno de los «minoritarios», aunque en Madrid se arroga la representatividad la Unión Democrática de Pensionistas, la misma que utilizó Felipe González en 1988 para evitar tener que negociar con CCOO y UGT y cuya respuesta fue la huelga del 14-D. No sé lo que ocurre en Bilbao, donde el movimiento es compacto y que, al ser televisado, se ha convertido en el impulsor de las movilizaciones en el resto de España. Comisiones y UGT siguen participando, desconvocando a veces movilizaciones que sus federaciones de pensionistas vienen haciendo desde hace muchos meses; y así debe ser, anteponiendo el fin común y la unidad de acción a estrategias coyunturales, y defendiendo asertivamente las propuestas más allá de los protagonismos.

Independientemente de quien controle las coordinadoras y de que exista una voluntad organizada para ello, como ocurrió en la movilización feminista, una parte del movimiento de pensionistas sí ha dejado claro el rechazo al sindicalismo de clase. Este es el antisindicalismo de nuevo tipo; y es especialmente significativo en este sector, donde la mitad de las personas, como mínimo, son votantes confesos del Partido Popular. Por eso, querer arrogarse la representatividad de las movilizaciones, como razonan algunos dirigentes en su afán por debilitar a los sindicatos mayoritarios, más que de error hay que calificarlo de inocencia. Inocencia de nuevo tipo, eso sí.

Marcelino Flórez