La profanación de la fosa de Poyales del Hoyo va, poco a poco, desvelando su significado. Los sucesos del domingo, día 7 de agosto, cuando unos vecinos acosaron a los manifestantes que defendían a las víctimas y, entre otros gritos, invocaban a Franco para que terminase con los partidarios de la memoria, aporta un elemento relevante para la comprensión de los hechos. Pero también sirven para conocerlos mejor las declaraciones de algunos políticos: Ignacio Cosidó, portavoz del PP en la Comisión de Interior de las Cortes, condenaba que se “abrieran las heridas”; y Marcelino Iglesias, en nombre del PSOE, reclamaba calma al tiempo que reconocía el derecho a “recuperar a los muertos”.
Las dos argumentaciones de los representantes de las principales fuerzas políticas manifiestan una insuficiencia inquietante. En primer lugar, exhumar a las víctimas no debe ser nunca un asunto privado, aunque también sea un derecho de las familias recuperar los restos de los seres queridos, sino que ha de ser un asunto público, porque se trata de conocer la verdad, de buscar la reparación y de administrar justicia para dar fin a la impunidad, como han reflexionado Pau Pérez-Salas y Susana Navarro García en el análisis comparado de las exhumaciones en América Latina. Por otra parte, la reclamación del olvido que propone Cosidó es lo que Jorge Semprún calificaría de indignidad moral, porque es una invitación a que permanezca la impunidad de los verdugos, mientras se mantiene ocultas a sus víctimas y reducido a la insignificancia su pensamiento.
Debe establecerse socialmente que la memoria de las víctimas tiene como primera misión el conocimiento de la verdad, saber cuántas personas fueron asesinadas, dónde fueron ocultadas, cuál era su nombre y cómo era su pensamiento. Porque estas víctimas, como ha ocurrido siempre en los crímenes contra la humanidad, tuvieron dos muertes, la muerte física y la muerte de sus ideas. Ambas cosas fueron hechas desaparecer y ambas han de regresar al conocimiento de la verdad.
Conocer la verdad intranquiliza, ya lo sabemos. Nos lo había contado György Konrád, nacido en Hungría el año de la llegada al poder de Hitler y el mes de la quema de libros, a quien su madre informó que el jefe de un Estado vecino quería matarlo. Él no murió, pero fue uno de los solos siete niños, entre los doscientos niños judíos de su pueblo, que lograron sobrevivir al nazismo. Muchos años después, Konrád seguía sintiéndose intranquilo ante la mirada de la gente y daba una explicación en un texto titulado En presencia de Dios: “Los que lograron salir con vida representaban una vejación. Regresar de la muerte es una impertinencia. Resulta desagradable que los testigos salgan de repente de las fosas comunes”.
Esto mismo es lo que pasa con la fosa de Poyales del Hoyo, que intranquiliza. Y lo hace porque gran parte de la sociedad española no termina de reconocer al franquismo cono un régimen responsable de crímenes contra la humanidad. Ya nos lo había advertido Gabriel Jackson en El País el 30 de noviembre de 2008: “Lo que ocurre en España, una parte importante del problema, es que la sociedad española en su conjunto no ha juzgado la dictadura de Franco como régimen criminal, en el mismo sentido en que Alemania condenó el régimen nazi, Suráfrica condenó el apartheid y Estados Unidos condenó la esclavitud y el siglo de segregación que siguió al fin de la esclavitud”. La intranquilidad sigue y no cesará hasta que se reconozca la verdad, se haga justicia y se repare la injusticia. Así de claro.