Un tribunal acaba de condenar a Otegui, a Díez Usabiaga y a otras personas por pertenencia a banda armada. Ese es el veredicto. Sobre esta sentencia se han formulado muchas opiniones, pero observo que la inmensa mayoría de esas opiniones no tratan del veredicto, sino de la oportunidad política de la sentencia. Son dos cosas distintas.
Que ETA tiene dos estructuras, una política y otra militar, está fuera de dudas. Que ambas estructuras están, por decirlo de la forma más neutra posible, coordinadas, también está fuera de dudas. Que pertenecer a cualquiera de las dos estructuras es pertenecer a ETA no debería resultar dudoso. Que ETA sigue existiendo también es cierto. El veredicto, por lo tanto, parece responder a su etimología: dicho con verdad.
Por otra parte, Otegui no suele decir que no pertenecía a la estructura de ETA. Es más, si leemos con cuidado los argumentos del abogado defensor de Díez Usabiaga, Íñigo Iruin, observamos que habla del esfuerzo de los ahora condenados para romper “la estrategia político militar” desde el año 2008, lo que provocó un “enfrentamiento de posiciones”, ya que el sector militar era partidario de incrementar los atentados terroristas, a los que Iruin llama, claro está, lucha armada. Ocurre lo mismo con los comentaristas que simpatizan con el Movimiento Vasco de Liberación, como Ramón Zallo, catedrático de la Universidad de País Vasco, que el domingo 18 de septiembre de 2011 escribía lo siguiente en Deia: “Lo real es que chocaron dos estrategias distintas (la una, político-armada; la otra, solo política), atribuibles a dos sujetos DISTINTOS -aunque disimularan públicamente el choque de trenes- y que es un choque aún no culminado, aunque sí canalizado con un balance crítico, una nueva línea, un nuevo liderazgo y un Grupo Internacional de Contacto”. Vaya, que aquí, sea por activa o por pasiva, nadie niega que los condenados formasen parte de la estructura etarra.
El mismo Otegui basó en la oportunidad política su defensa en este juicio, no en la pertenencia o no a ETA, con aquel famoso discurso en su turno de palabra, donde explicó que el fin de la violencia es “irreversible”, porque “sobra y estorba”. Y añadía que se sentía orgulloso de haber hecho “virar el trasatlántico de la izquierda abertzale” hacia una estrategia en la que “no aparece la m por ningún lado”. Según esas palabras, Otegui no sólo era dirigente de ETA durante los hechos que se juzgaban, sino dirigente principal.
La pertenencia, por lo tanto, no entra en la discusión. De lo que se habla es de la oportunidad política: si la sentencia favorece o no “el proceso de paz”. A mí, sin embargo, me interesa otra cosa. Quiero elegir la mirada de las víctimas inocentes. Digo inocentes y excluyo así cualquier mirada de cualquier asociación a quien no le preocupe la inocencia, sino otros asuntos.
Desde la mirada de las víctimas, existe un peligro grande con lo que está ocurriendo en Euskadi, donde lo único que campea es la búsqueda del olvido. Los que hablan del fin de la violencia, desde el interior de la misma, quieren que esa etapa, la etapa político-militar, quede atrás, olvidada, nuevamente amnistiada, para que con el olvido desparezca el crimen. Por eso, no quieren ni nombrar a ETA en sus discursos, de manera que vaya quedando en penumbra hasta evanescerse.
Pero aquí ha habido un crimen de lesa humanidad, que eso es el terrorismo, y hay unas víctimas inocentes y hay unos culpables. Esto no puede remitirse al olvido, sino que es precisamente el punto de partida. Mientras no se reconozca el delito y se asuma la responsabilidad, no hay avance alguno, como ocurrió con el franquismo y ahora experimentamos. No hay avance en la justicia y no hay posibilidad de reconciliación social. El abandono de la violencia no resuelve el problema, porque, en la mirada de las víctimas y de quienes se compadecen con ellas, los responsables de la violencia siguen teniendo rostro de asesinos y de cómplices. Y las víctimas ya no van a desaparecer, una vez que hemos experimentado la enorme injusticia histórica cometida con las víctimas olvidadas. Hemos aprendido que el olvido es la principal causa de la repetición del crimen; y hemos aprendido que la nueva política no puede cimentarse sobre cadáveres de personas inocentes.
Bildu no es ETA, aunque alguno de sus dirigentes sí lo sea o lo haya sido, pero Bildu no ha aprendido la nueva vía política que nos enseñaron Walter Benjamin y los otros “avisadores del fuego” del nazismo. Los dirigentes de Bildu usan el mismo lenguaje ocultador que usó siempre la rama política del terrorismo; ponen en primer plano de su estrategia a los presos, que sí son ETA, es decir, los responsables del crimen de lesa humanidad; utilizan, incluso, los argumentos contra la sentencia de Bateragune con un tono que recuerda la amenaza del regreso a la violencia. En ningún momento se les ha escuchado reconocer el crimen contra la humanidad largamente sostenido en el tiempo. Y éste es el punto de partida, el reconocimiento del crimen y la aceptación de la justicia, que constituye, además, el primer y principal acto reparador para las víctimas. Mientras no se de ese paso, es que alguno quiere seguir recogiendo nueces del nogal que cimbreaban los muchachotes aquellos.