Cuando la muerte de Franco ya se veía inminente, Santiago Carrillo reflexionaba sobre el futuro de España en un libro que tituló Después de Franco, ¿qué?. No es que Fraga sea comparable con Franco, ni que el Partido Popular sea la misma cosa que España, pero la desaparición del fundador podría ser tan importante para el Partido Popular, como lo fue la desaparición de Franco para la Dictadura. Por lo pronto, las despedidas y los homenajes tienen muchos paralelismos, aunque tendrá que pasar un poco de tiempo para que se pueda continuar o no con este juego literario de las comparaciones.
Entre las muchas cosas que se han escrito sobre Fraga con motivo de su desaparición, elijo las que escribía Antonio Elorza en El País, donde describía a los dos fragas que hemos conocido: el autoritario ministro de Franco que construyó Alianza Popular y el liberal diputado que renunció al autoritarismo, reconociendo que existían otras ideas. De “tardío descubrimiento” calificaba Elorza a esa aceptación de la libertad por parte de Fraga. Unos días más tarde Carlos Robles Piquer respondía a Elorza con una carta donde dibujaba a un joven y demócrata Fraga, que se introdujo en la Dictadura para transformarla desde dentro, en un proceso exitoso que culminaría con la Transición. De paso, este Robles Piquer aprovechaba para justificar la Dictadura franquista por ser la honorable respuesta a una República desordenada, decadente e injusta. Es el revisionismo perfecto. Es también la prueba del nueve de la ideología del Partido Popular de Fraga, un partido que no ha sido capaz de condenar a la Dictadura franquista y que la sigue justificando.
Por eso, es pertinente la pregunta que nos hacemos: después de Fraga, ¿qué? ¿Será capaz la derecha española, agrupada y feliz en un solo partido, de renunciar a su pasado franquista? La validación del cambio se ejecutará si se atreve a condenar sin metáforas a la Dictadura y a reconocer a sus víctimas, que para la derecha continúan echadas al olvido.
Este cambio lo veo lejano, pero hay otros cambios que podrían producirse. Hace unos meses publiqué un artículo titulado Como si el PP no existiera, donde reflexionaba acerca de la belicosa y rupturista oposición practicada por la derecha con los asuntos más sagrados: el terrorismo, las libertades, la corrupción política o la crisis económica. Durante un tiempo excesivamente largo la derecha nos ha venido convocando al odio sin paliativos. ¿Será capaz de salir de ese agujero?
El discurso del gobierno del Partido Popular cambió radicalmente desde el día de su toma de posesión: el terrorismo pasó a ser un problema común, donde era de agradecer la colaboración de los socialistas; el aborto o el matrimonio homosexual se ocultaron en un cajón de doble fondo; y, sobre todo, la crisis dejó de ser una creación de Zapatero que se resolvía con la sola presencia del PP en el poder, para ser un grave problema internacional que requería el apoyo y la colaboración de toda la sociedad.
Es de agradecer el cambio de discurso, aunque sólo sea por la relajación espiritual que nos proporciona, liberándonos de tener que dar una respuesta a la convocatoria del odio. Pero las ruinas que han quedado atrás tendrán que reconstruirse. ¿Cómo recuperará el Partido Popular el honor del Tribunal Constitucional, del Tribunal Supremo y de la Justicia española? ¿Qué hará para convencer a los dos tercios de españoles que no les votan de que una convivencia ciudadana es posible si se reconoce la pluralidad y la diferencia? ¿Qué incentivos puede ofrecer a cambio de ceder más salario, aportar más impuestos, renunciar a la salud, a la educación o al cuidado de familiares dependientes para superar la reinterpretada crisis económica? Y, sobre todo, la prueba del nueve: ¿cómo va a convencer a ese suelo electoral, cinco millones dicen los estrategas, para el que trabaja incansablemente durante los periodos de desalojo del poder, de que la Dictadura franquista fue responsable de un crimen contra la humanidad que permanece impune? No sé si la desaparición de Fraga será suficiente para que cambios tan profundos puedan tener lugar, pero la derecha española tiene una tarea.