Hay que esperar un poco para saber qué es lo que realmente va a hacer el Partido Popular con la educación. La propuesta que, hasta ahora, ha dado a conocer José Ignacio Wert parece más bien la propuesta del tertuliano, que era su oficio principal antes de ser ministro. El resbalón con la justificación para eliminar la Educación para la Ciudadanía está en ese mismo contexto.
Desde luego, lo que sí ha hecho ha sido cambiar el nombre de esa asignatura y cambiará el currículo, pero todo eso no pasa de ser un asunto de ficción, cuyo único sustento en la realidad es la insólita reacción de la jerarquía católica ante ese currículo democrático, una reacción meramente ignorante, si no fuera también fundamentalista. Los obispos se opusieron porque no quieren ver nombrada la homosexualidad, el aborto o el divorcio. Pero no tenemos problema para tomar la palabra del ministro y rogarle que aplique universalmente su razonamiento. Dice que cambia la asignatura para evitar el adoctrinamiento, pues ahí tiene una tarea esencial: evite que se adoctrine en la escuela. Fuera la Educación para la Ciudadanía y fuera las religiones. Y ahora, paz; y después, gloria.
El meollo de la reforma que nos anuncia la derecha es el Bachillerato de tres años. Así formulado, parece cosa de nada y puede gustar más o menos, pero si se lo planteasen en serio, provocaría más destrozos que un elefante en una cacharrería. Las barbaridades que recordamos de Esperanza Aguirre pasarían a ser anecdóticas al lado de esta aniquilación. Todo son interrogantes: ¿Cuánto durarán los Ciclos Formativos de Grado Medio? ¿Y los de Grado Superior? ¿Cambiarán las formas y condiciones de acceso a esos Ciclos Formativos? ¿Dónde se ubicará al alumnado de 15 años, que no desee seguir estudiando Bachillerato ni Formación Profesional? Puede que sean pocos casos, pero tienen que tener una salida.
De lo que no cabe duda es de que tendrán que cambiar el currículo, tanto el de ESO, como el de Bachillerato. Esto significa una nueva y plena reforma educativa, como la LOE, como la LODE, como la LOGSE. Y esto es una barbaridad desde todos los puntos de vista: el de los libreros, el del profesorado, el de las familias, el de la organización de los Centros. ¿Van a ampliar, por ejemplo, las aulas de ESO para que cumplan las normas que rigen para las aulas de Bachillerato?
No lo hacen para segregar. Eso ya lo habían conseguido con el ministro Gabilondo, que se arrodilló ante la derecha y extendió su cuerpo en el polvo para que la derecha no manchase la suela de sus zapatos, aunque toda su humillación no recibiese más que el desprecio. Ya hay itinerarios en el Cuarto curso de la ESO: uno para Letras, otro para Ciencias y otro para FP. Los dos primeros pueden tener el mismo nivel, los mismos contenidos, la misma evaluación, todo igual que el más exigente primer curso del más exigente Bachillerato.
¿Qué quieren, entonces? Esta derecha insaciable, antisocial e incapaz de reconocer que España no se acaba en las sacristías, quiere completar la privatización de toda la enseñanza, porque los amigos tienen ahí un nicho de negocio. Ahora entregarán el Bachillerato a la concertación con las empresas privadas y, enseguida, irán eliminado lo que pueda quedar de público en la Universidad. Toda España será pronto una Comunidad Valenciana.
Ya sé que eso es lo que ha decidido la mayoría de los votantes y, por lo tanto, no hay discusión. Por eso, la tarea de todo lo que no es derecha en España es trabajar por la hegemonía de una nueva cultura, la cultura de la solidaridad y del respeto a la diferencia; convertir esa hegemonía en oferta electoral; ganar cada una de las elecciones venideras; y desmantelar uno a uno los desaguisados de esta arcaica derecha. No hay término medio. De nuevo nos encontramos como si el PP no existiera, sólo que ahora con mayoría absoluta.