Nacionalismos

Lo que a mí me produce verdadero cansancio son los nacionalismos. Del español, mejor no hablar. Y el catalán es agotador. Por claridad, he de repetir que ser nacionalista no tiene nada que ver con amar la tierra de los padres, la lengua materna o la cultura local. Ese amor es universal y es justo rebelarse cuando es reprimido imperialistamente. Pero eso no ocurre en Cataluña, aunque los nacionalistas españoles todavía lo añoren e, incluso, lo intenten, como hemos visto recientemente. Ser nacionalista es pretender, dentro de un territorio delimitado, la exclusividad de la cultura propia, de la lengua dominante y de una sola etnia. Sabemos que eso no existe en ninguna parte del mundo y, cuando se intenta imponer, resulta lo que ocurrió en Alemania desde 1933 o en Yugoslavia en la década de 1990. La historia es implacable y no deja de demostrar que el Estado-Nación es una entelequia del siglo XIX, la entelequia que imaginaron los inventores de los nacionalismos.

Cansa mucho ese nacionalismo recurrente. Por eso, estoy deseando que los nacionalistas catalanes se escindan del resto de España cuanto antes. Eso sí, con las cosas claras. Primero, tienen que convencer a los catalanes no nacionalistas para sumar votos suficientes, porque no creo que los nacionalistas catalanes quieran optar por la vía armada para la secesión. De autodeterminación, después de lo razonado por los jueces en Quebec, ya nadie bien informado se atreve a hablar. Pues aquí no hay colonización y, de haberla habido, al menos en los más de sesenta años que ya he conocido, no serían los catalanes los colonizados, recurriendo al lenguaje metafórico de la colonización económica, sino otros territorios, como mi vieja Castilla, por ejemplo. En todo caso, no se puede recurrir a ese derecho inexistente. Renunciando a la lucha armada, sólo queda la vía del referéndum, previo acuerdo con el resto del Estado. Y un voto de este tipo siempre exige una mayoría cualificada, sea de tres quintos o de dos tercios.

Segundo, habrá que pagar a los españoles la parte de inversiones realizadas o devolverlas, acompañadas o no de los emigrantes que siguieron la ruta del capital, especialmente durante la larga noche del franquismo. Será especialmente delicado compensar a los ciudadanos que opten por unas fronteras distintas, que habrán de llevarse sus casas, sus negocios, sus pensiones, en fin, lo que tengan. Porque no se está pensando en ninguna revolución, sino en la continuidad del derecho.

Pues nada, que se establezcan cuanto antes las condiciones. Que todo habitante de Cataluña sepa cuánto le va a costar el establecimiento de la frontera (dejo a un lado Europa y, sobre todo, dejo a un lado el futbol) y que se haga el referéndum. Si ganan los nacionalistas, que paguen lo estipulado y santas pascuas. Sólo lo sentiré por mis amigos y amigas catalanes, con quienes me será más difícil la comunicación (no sabéis lo que dificulta el cambio de moneda), pero el descanso que vamos  tener será una compensación suficiente.

Si cansan tanto los nacionalismos, es porque se retroalimentan. Así que, debilitar al nacionalismo catalán es debilitar al nacionalismo español. Hay que dejarles solos en la tarea. Ellos la han fabricado. Que ellos la resuelvan. Lo que sí me apena es ver a las izquierdas impregnadas algunas veces de la quimera nacionalista, como si eso fuese algo interesante para la humanidad, siendo, como es, sólo de interés para los que no viajan. Basta ya, por favor.