Españolizar

El ministro Wert está nervioso. El martes le abuchearon en Valladolid y el miércoles no controló la autocensura y desveló las verdaderas intenciones de sus reformas: pretende españolizar a los niños y niñas catalanes. El objetivo desvelado no resulta sorprendente y el escándalo no lo ha provocado la sorpresa, sino la falta de diplomacia o, en otras palabras, la sinceridad lingüística. Estamos tan acostumbrados a la perversión del lenguaje, al uso encubridor del eufemismo, al falseamiento de la semántica, que un uso de las palabras en su significado propio resulta desconcertante.

Lo que ha dicho Wert es lo que intentó hacer Aguirre durante el primer gobierno de Aznar, que también entonces provocó una importante efervescencia nacionalista. La ministra Aguirre propuso una “reforma de la enseñanza de la Historia”, con la que quería obligar a la historiografía a presentar a los Reyes Católicos como constructores de la unidad de España. La reacción de los historiadores facilitó la intervención del PSOE, que pactó una “reforma de las Humanidades” para dar una salida airosa a la anacrónica propuesta de Aguirre. Los socialistas se equivocaron entonces con su condescendencia y harían muy mal en repetir el error.

Estamos ante un asunto nacionalista, que hoy día debería resultar ridículo para una buena parte de la población, entre la que debería encontrarse toda la intelectualidad y, por supuesto, toda la izquierda. Aunque desde el comienzo de la ciencia histórica los poderes han ordenado a los historiadores construir determinadas identidades colectivas por medio de la enseñanza, hace ya mucho tiempo que la libertad de cátedra hizo imposible obligar a nadie a cumplir los deseos de los gobernantes. Los profesores y profesoras de historia enseñan como consideran más adecuado, teniendo en cuenta sus saberes científicos, su formación pedagógica y también sus propias opciones ideológicas y el conjunto de su pensamiento. En treinta y cinco años de docencia siempre he desobedecido el mandato gubernamental y nunca han logrado impedírmelo, aunque el primer año lo intentaron y casi lo consiguieron, pero aquel curso comenzó con Franco vivo y terminó con el franquismo excitadísimo. Era una situación excepcional.

Españolizar, como catalanizar, son deseos apasionados de españolistas y de catalanistas. Se trata de una fe y no es posible debatir con quienes la sostienen. Sabemos que se basa en una invención, como explicó el recién fallecido Eric Hobsbawm, pero la fe no distingue entre verdadero y falso, simplemente cree y se entrega a la causa. Dejemos a los creyentes que resuelvan su conflicto.

No podemos caer en la trampa. Puede que haya que reformar el Estado, caminar hacia un Estado federal, reformar la Constitución, lo que sea. Pero no conviene hacer mudanza en tiempos de tribulación, como decía San Ignacio. Los socios en el Parlamento español y en el Parlamento catalán han conseguido lo que querían: que nos enfanguemos con españolizaciones, mientras incrementan el paro, reducen los salarios, liquidan los servicios sociales, privatizan enseñanza y sanidad, mientras saquean el Estado. Es una trampa. La línea divisoria entre la izquierda y la derecha la marca la agenda: la preocupación por españolizar es la agenda de la derecha; la preocupación por la crisis económica y por las salidas alternativas a la misma es la agenda de la izquierda. No hay que caer en la trampa.

Marcelino Flórez