Esperaba como agua de mayo el libro duodécimo de la nueva Historia de España que coordina Josep Fontana en la editorial Crítica y que había sido encomendado a José Álvarez Junco. Este libro número 12 tenía el título inicial de ‘Historia y Memoria’, pero acaba de aparecer con el título de ‘Las historias de España’, una denominación imprecisa donde las haya.
La ambigüedad del título la ejemplifica el antes autor y ahora coordinador de la obra en el prólogo de forma explícita. Además de razonar qué entiende y qué se ha entendido por ‘España’, donde concluye que es “ese territorio y grupo humano conocido hoy como ‘españoles’” (XVII), José Álvarez Junco se deshace en circunloquios sobre el significado o contenido de la otra parte del título, explicando que no trata de historia ni de historiografía, sino de la “función que esos relatos cumplen al servicio de la construcción de una identidad colectiva” (XVI) o de “visiones del pasado” (XVII) o de “la evolución de los grandes temas debatidos” (XXIII). En vano buscará el lector una conceptualización más precisa, nada se sale de la ambigüedad.
En el proyecto inicial de la obra, por otra parte, cuyo primer título apareció en 2007, el tomo 12 estaba asignado a José Álvarez Junco; en el proyecto definitivo son cuatro los autores, es decir, ha habido un cambio completo de planes. En otra ocasión entraremos en el análisis de lo que trata cada uno de ellos, bástenos hoy constatar que estamos ante un asunto de teoría o de filosofía de la historia de lo que el libro no da razón, a pesar de que los sorpresivos cambios ocurridos lo pongan de manifiesto.
Nos hallamos ante una concreción de la polémica que viene afectando a los historiadores desde que irrumpió en la vida pública el movimiento social memorialista. La rememoración benjaminiana, que ha transformado la visión política de las víctimas, ha hecho lo mismo con la historiografía, pero los historiadores siguen sin tomar conciencia y este libro es una constatación. Dedica ocho líneas, de las 911 páginas más XXVII del prólogo, a esta cuestión y lo resuelve así: “Otro tipo de polémicas han sido las desatadas en torno a la llamada “memoria histórica”,o tratamiento historiográfico -y judicial- de la represión política bajo el franquismo. Son debates políticos, aunque se disfracen de históricos y adopten a veces terminología científica; pero su legitimidad es, por otra parte, indiscutible” (436). ¿Les parecerá poco y poco historiográfico a los autores del libro que hayamos pasado, por ejemplo, en Valladolid de tener contabilizadas menos de mil víctimas del franquismo a tener los nombres de siete mil? Y, sobre todo, ¿les parecerá poco que la Guerra Civil haya pasado de ser definida como Alzamiento Nacional o como una catástrofe colectiva a serlo como un crimen contra la humanidad?
Se ve que no han leído estas palabras que Reyes Mate escribió en 2006: “Desde el momento que el pasado no es cosa exclusiva de la ciencia histórica, sino también de la recordación, la memoria puede abrir expedientes que la historia da por archivados”. Esos expedientes se abren porque la memoria introduce saberes antes ocultos o desconocidos y así viene ocurriendo con lo que se conocía acerca del final de la República, de la Guerra Civil y del Franquismo, periodos sobre los que no cesan de aparecer libros que transforman esencialmente los conocimientos que teníamos hace muy pocos años.
Tienen en su descargo los autores de este libro la advertencia que hacen largamente en el prólogo de “no mencionar autores vivos, ni entrar en obras ni debates posteriores a 1975” (XX). Pero, entonces, ¿para qué se ha hecho este libro, para confrontar las identidades mitológicas que construye la historiografía nacionalista española con las que ofrecen las historiografías nacionalistas periféricas?
En fin, como lo he tratado detalladamente en mi librito, que enlazo en la columna izquierda de este blog, repito que se lo regalo en versión digital a quien me lo pida. Más no puedo hacer para contribuir a romper con esta deficiencia de la historiografía española.
Marcelino Flórez