El 12 de abril de 1978 compré un libro de Francisco Pi y Margall, “El reinado de Amadeo de Saboya y la República de 1873”, pensando en mis clases. Cuarenta años después lo releo para repasar la idea federal de aquel catalán entrañable y rememoro aquella federación desde abajo que soñaba Pi, pero si surgía desde arriba, como surgió, pues se acomodaba uno y trataba de asentar sus ideas: “El procedimiento -no hay por qué ocultarlo- era abiertamente contrario al anterior: el resultado podía ser el mismo”. Pero, ya lo sabéis, la cosa se fue de las manos, Pi y Margall duró unas semanas en el gobierno y la República unos meses.
La federación desde abajo fue también un sueño de un sector del anarquismo, el que soñaba un mundo humano, hermanado, colaborativo, respetuoso. Lo consideraban algo natural: “La federación, lo he dicho ya, es la unidad en la variedad, la ley de la naturaleza, la ley del mundo”, en palabras de nuestro republicano federal. En 1973 no pudo ser, en 1931, tampoco. El paso de 1978 se ha quedado muy corto. La hora de la federación podría estar cerca: “No desmayen, sin embargo, los que sienten en sus almas el amor a la federación y a la República. Los hombres mueren, las ideas quedan”.
¿Qué federación sería posible ahora? No parece que sea posible construirla desde abajo, sino desde las soberanías ya compartidas, que incluyen municipios, comunidades autónomas, Estado, Unión Europea y pactos y asociaciones internacionales.
Deslindadas las competencias supraestatales, donde se hallan la moneda o los ejércitos, es decir, el control de la política económica y de la guerra, ¿qué le queda al Estado, sea unitario o federal? Dirigir las relaciones internacionales, desde luego, y tareas de protección y solidaridad. ¿Han visto ustedes, por ejemplo, al ejército español hacer algo distinto de apagar fuegos o paliar inundaciones, salvo las acciones dentro de la OTAN y de la ONU? Recuerden la pantomima de la isla de Perejil y estará todo más claro. Recaudar impuestos tampoco es una tarea necesariamente. De hecho, el País Vasco ya los recauda por su cuenta. Si añadimos el control de carreteras, ferrocarriles y espacio aéreo, poco más quedaría para el Estado común, salvo lo que se desee voluntariamente coordinar para la solidaridad interterritorial.
A cada territorio federado habría que reservarle todo lo identitario. Y eso se concreta en lo que conocemos como educación y cultura. De hecho, ahí está buena parte del conflicto actual: tanto daño como la campaña contra el Estatuto, les hizo a los catalanes el olvidado ministro Wert con sus declaraciones centralizadoras. Esta es la reivindicación originaria de cualquier nacionalismo y no veo razón para que hoy no se pueda satisfacer. Otra cosa son los problemas que se le puedan generar a los nuevos estados-nación en este campo, donde seguirá habiendo identidades diferentes. Pero ese es asunto de nacionalistas, no de federalistas.
También se puede reservar a cada Estado federado la recaudación de impuestos y la elaboración de los presupuestos. Basta con que cumpla las normas de los responsables de la política económica, o sea, las normas europeas y con que aporte a la Federación lo que se haya acordado. Y, por supuesto, será de su competencia el orden público en su totalidad y la administración de la Justicia. Ni por asomo, soñaba Pi y Margall con unas competencias como éstas para su federación.
Con lo que sí soñaba él y con lo que sigo soñando yo es con el municipalismo. Es ahí donde se desarrolla la vida cotidiana de la ciudadanía y ahí es donde se necesita soberanía, que ahora está sustraída: para los edificios donde se educa al alumnado, los hospitales donde acuden los enfermos, los centros sociales de las personas dependientes, la atención social a parados, excluídos, transeúntes, ancianos, los campos de deportes donde se ejercita la juventud, los centros culturales que educan y entretienen a las personas jubiladas, las calles donde pasean unas y otras, las plazas donde se reúnen, las viviendas donde habitan, los mercados donde se abastecen. Queremos autonomía municipal y recursos para ejercerla. La soberanía tiene que ser de la gente, ya basta de administradores. Estado Federal, pues, pero como lo soñaron Pi y Margall y los ingenuos anarquistas, para los de abajo.
Marcelino Flórez