Ese fenómeno social tan importante, que son Las Edades del Hombre, está recibiendo recientemente alguna crítica, incluso alguna denuncia, y ha sido motivo de debate en las Cortes de Castilla y León. Para entender mejor lo que ocurre, hagamos un repaso histórico del fenómeno y un pequeño análisis de la última exposición, Reconciliare, en Cuéllar.
Las Edades del Hombre es un proyecto del cura José Velicia, que lo ideó en compañía de José Jiménez Lozano, a quien, según sus propias palabras, se debe el nombre. La idea original contemplaba sacar a la luz pública una parte del enorme patrimonio artístico de la Iglesia en Castilla y León. Velicia planificó cuatro exposiciones sobre “la imagen, la palabra, el símbolo y la música”, con la intención de poner en relación la fe y la cultura, dentro del espíritu aperturista del Concilio Vaticano Segundo y desarrollando el encargo que le había hecho el arzobispo de Valladolid, Don José Delicado Baeza, al nombrarle en 1987 Delegado Episcopal para el Diálogo Fe y Cultura.
La primera exposición, la de Valladolid en 1998, expresaba de forma perfecta el sentido antropológico buscado. Se trataba de mostrar la relación de las creencias con su expresión artística a lo largo del tiempo. Fue una exposición consistente, bien pensada. Contó Velicia con alguna cosa a su favor. Primero, el mecenazgo de la Caja de Salamanca, que tenía firmado un acuerdo con las diócesis de Castilla y León para la promoción y cuidado del patrimonio. A este primer mecenazgo se uniría muy pronto la Junta de Castilla y León y, poco tiempo después, el Gobierno de España, que aportaría los fondos FEDER de la Unión Europea. Supo contar también Velicia con la colaboración de profesionales relevantes. Además de Jiménez Lozano, hay que nombrar al arquitecto Pablo Puente Aparicio, que diseñaría los espacios de las sucesivas exposiciones, y a Eloísa García de Wattenber, la que fuera directora del Museo Nacional de Escultura. El resultado fue un éxito rotundo para la exposición de “la imagen” en Valladolid.
El buen hacer y los buenos resultados se repitieron en Burgos, con una hermosa exposición sobre “Libros y documentos en la Iglesia de Castilla y León”. Recuerdo un tríptico informativo de aquella ocasión, que terminaba con una frase de Ricardo de Bury en su “Muy Hermoso Tratado sobre el Amor a los Libros”, que resume el espíritu de la muestra: “mundi gloriam operieret oblivio, nisi Deus mortalibus librorum remedia prodisiset” (El olvido ocultaría las hazañas del mundo, si Dios no hubiese legado a los mortales el remedio de los libros).
Lo mismo ocurrió en León con “La música” y en Salamanca, donde la exposición, titulada Contrapunto, pretendía relacionar el arte contemporáneo con la fe, dando fin al ciclo expositivo, que culminaría con un congreso sobre el mismo tema, Fe y Arte. Tres millones y medio de personas visitaron estas exposiciones, de manera que aquel proyecto inicial de Velicia adquirió otra dimensión. Dejó de ser un mero proyecto cultural, para convertirse en un proyecto económico. De hecho la nueva etapa revestirá una nueva forma: en 1995 se crea la Fundación Edades del Hombre, que será en adelante la responsable de organizar otras muestras. Eloísa García de Wattenberg, en un artículo publicado por su hija, ha dejado constancia con finas palabras del cambio de rumbo: “Las “Edades” de José Velicia, tal como él las pensó, fueron una ilusión compartida que no pudo llegar a su fin. Tras su marcha se abrió un largo camino con rumbo a nuevos horizontes” (El Norte de Castilla, sábado, 17 de junio de 2017).
Además de la mercantilización, otros factores van a determinar el camino errante que Las Edades del Hombre irán tomando después de 1994 y de Salamanca: Por una parte, la muerte de Velicia, el mentor del proyecto, y, por otra, el giro conservador de la Iglesia española, que deja a un lado el espíritu del Concilio Vaticano Segundo. Primero, se hizo una exposición en Amberes en 1995, justificada por la relación de Flandes y Castilla en las épocas medieval y moderna. Después, se hizo una exposición en El Burgo de Osma. La excusa, en este caso, fue la celebración del décimo cuarto centenario de la fundación de la diócesis de Osma. Pero la excusa sustentaba una razón mucho más poderosa: El Burgo de Osma era la localidad de residencia del entonces Presidente de la Junta de Castilla y León. Esta exposición estuvo aún dirigida por José Velicia, pero ya no pudo asistir a su inauguración y moriría poco tiempo después.
Todas las ciudades quisieron participar del éxito de Las Edades del Hombre y hubo que buscar nuevas justificaciones. Primero fue el Camino de Santiago, que propició tres exposiciones sucesivas: Palencia, Astorga y Zamora. Después de Zamora, hubo otro paréntesis, trasladando la muestra a Nueva York con el título de “Time to Hope”. Y se completó este ciclo expositivo, organizando exposiciones para las diócesis que aún no habían sido sede de las mismas: Segovia, Ávila y Ciudad Rodrigo. La justificación sería exhibir las obras restauradas por la Fundación, pero lo cierto es que sólo un par de obras cumplen ese objetivo, siendo todas las demás obras expuestas de diversa procedencia, incluso extrarregional.
La muestra de Ciudad Rodrigo hacía el número XIII, al sumar a las 11 diócesis castellanoleonesas las de Amberes y Nueva York. Aunque el número de visitantes había ido disminuyendo, Las Edades del Hombre seguían constituyendo un éxito de público y un negocio para las poblaciones que acogían la muestra, por lo que se fueron haciendo nuevas exposiciones, bien en localidades con mucha población, el caso de Ponferrada, o en la única capital de provincia que no es sede episcopal, Soria. Y de forma cada vez más difícil de justificar en términos culturales, continuaron las exposiciones: las dos Medinas de la provincia de Valladolid en 2011, Oña, Arévalo, Aranda de Duero y Alba de Tormes junto con Ávila, con motivo en este caso de la celebración del centenario de Santa Teresa. Era el número XX. Parecía que iba a acabar ahí, pero al año siguiente se organizó otra muestra en Toro, donde la Colegiata de Santa María permitía recuperar cierto aire diocesano.
De forma totalmente improvisada, se organizó una última exposición en Cuéllar en 2017. Digo improvisada, porque nada se sabía en la localidad, y creo que en ninguna parte, del evento. La edición segoviana de El Norte de Castilla informaba el 17 de noviembre de 2016 así: “La Consejera de Cultura y Turismo, María Josefa García Cirac, y el Secretario General de la Fundación Las Edades del Hombre, Gonzalo Jiménez, se han reunido este jueves para iniciar los trabajos de coordinación y preparación de las próxima edición de Las Edades del Hombre que tendrá lugar en la localidad segoviana de Cuéllar, en relevo a Toro (Zamora)”. Algo estaría hablado ya, evidentemente, porque a esa reunión convocaron al alcalde de Cuéllar y al presidente de la Diputación de Segovia, pero no había noticia alguna publicada anteriormente, por lo que las Administraciones tuvieron que emplearse a fondo para embellecer un poco el entorno: arreglo de calles, ocultamiento de ruinas, acicalamiento de pinturas y, por supuesto, animación al emprendimiento comercial. Conscientes de esta improvisación, pocos días después se informaría de la organización de dos ediciones más, en Aguilar de Campóo y en Lerma.
La exposición de Cuéllar: Reconciliare
Realmente, el patrimonio de la Iglesia en Castilla y León y el de algunas poblaciones es tan grande, que la estela de Las Edades del Hombre puede tener aún cierto recorrido, aunque la idea originaria esté más velada cada día. La Fundación conserva en sus estatutos el espíritu que infundió Velicia y continúa hablando de la relación entre fe y cultura; y tiene el importante objetivo de restaurar el patrimonio. Pero los tiempos cambian y el espíritu se transforma. Veámoslo, analizando esos dos elementos, lo cultural y lo patrimonial, en el caso de Cuéllar.
Reconciliare trata del mal en el mundo y del arreglo de ese mal. Lo hace desde un punto de vista tradicional católico, es decir, la reconciliación se identifica con la confesión, mediante la cual la Iglesia administra el perdón de los pecados o mal del mundo. El Concilio Vaticano II había avanzado un poco en el tratamiento de la confesión, pero esos avances se detuvieron cuando los modernos regentes del Vaticano volvieron los ojos al pasado. Juan Pablo II rehízo con esos nuevos criterios y con mucho éxito a la Iglesia española y desde esta mirada tradicional ha de entenderse el mensaje teológico de la exposición de Cuéllar.
Sin duda la muestra fue pensada a partir del hecho de la aparición de unas bulas en la sepultura del siglo XVII de Doña Isabel de Zuazo. A ello se dedica el último capítulo, que presenta la confesión de la forma más tradicional que se pueda pensar, ligada a otros conceptos teológicos algo polémicos, como purgatorio, indulgencias o bulas. El alejamiento de la realidad (cultural) que caracteriza a la Iglesia castellanoleonesa le ha impedido relacionar la fe (por ejemplo, las bulas, que se vendían para obtener indulgencias y librarse del purgatorio) con un hecho cultural muy relevante, que tendría lugar durante el transcurso de la exposición: el 31 de octubre de 2017 fue el quinto centenario de la colocación de las 95 tesis de Lutero en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg, combatiendo precisamente la venta de bulas para obtener indulgencias. Como sabemos, este hecho dio origen a la Reforma y, como respuesta, al Concilio de Trento.
En vano buscará el visitante una sola palabra sobre ese hecho, sobre el significado de las bulas, sobre el sentido de las indulgencias o sobre el concepto de purgatorio. Y eso que el papa Benedicto XVI, un papa conservador donde los haya, ya advirtió en el año 2011 que el purgatorio no es un lugar del espacio, “sino un fuego interior que purifica el alma del pecado”, fórmula que utilizó para paliar los efectos entre los integristas de la declaración de su antecesor, Juan Pablo II, que había proclamado limpiamente en 1994 que el infierno y el cielo católicos no son lugares físicos, sino meros estados de ánimo. Si eso eran el cielo y el infierno, imagínense lo que sería el purgatorio. En términos teológicos, Reconciliare es una expresión de las más rancia teología que pueda pensarse; y una banalidad, desde el punto de vista cultural.
De todos modos, no es la teología lo que a nadie le interesa de la exposición de Cuéllar, sino la rentabilidad económica del proyecto. Repasen los titulares de la prensa y verán que todos hablan del número de visitantes, de los miles de euros que han aportado, de los puestos de trabajo creados, del impulso del turismo. En fin, del negocio, que es el objetivo subyacente, aunque no expresado, de la Fundación Edades del Hombre.
Otro objetivo, muy noble, de la Fundación es la restauración del patrimonio. Eso cuesta dinero y éste se obtiene principalmente de fondos europeos, lo que exige la intervención de la Junta de Castilla y león, que busca otro tipo de beneficios a cambio. Un beneficio, promover el turismo; otro, generar clientelismo a través de la propaganda. Así, los eventos de las Edades del Hombre han devenido en puro mercantilismo, que reclama una visita de aquel Jesús que estuvo un día en el templo de Jerusalén con un látigo. La hermosa idea del cura Velicia ha quedado sepultada entre el fango de la corrupción, que es norma del actuar político vigente.
La mayor deficiencia, en términos mercantiles, de la exposición de Cuéllar ha sido la falta de integración del evento con el entorno local. Primero, hay que denunciar con fuerza el monopolio que ejercen los guías de la Fundación, impidiendo a las personas normales cualquier comentario sobre las diversas obras que se exhiben. Por supuesto, ese monopolio impide que un ciudadano, por ejemplo, yo mismo, pueda contar a sus familiares y amigos la exposición. He acudido con ocho o diez grupos a visitar la muestra y no he podido explicársela, a pesar de habérmelo preparado muy bien. Resulta que no puedo hacer en Cuéllar, el pueblo de mi mujer, lo que puedo hacer en El Prado o en el Louvre: ir con mis amigos o familiares y comentar las obras expuestas. Tuve que dejar de traer gente, para no seguir pasando malos ratos. Insufrible.
En lo que se refiere a la integración de la exposición en el entorno, la crítica no puede ser más severa. En dos ocasiones he visto la exposición acompañado de un guía oficial. Las dos veces, los guías pasaron por alto las pinturas mudéjares de la iglesia de San Andrés. Por supuesto, la arquitectura mudéjar se nombra, pero no se explica ni se visita, a pesar de ser el continente de la muestra. De modo que, si los visitantes de Cuéllar han podido llevarse una buena impresión del importante patrimonio local, ello ha sido a pesar del obstáculo que han supuesto los gestores de la Fundación Edades del Hombre.
Y de lo que se podía haber hecho, al margen de la exposición o con la excusa de la misma, sólo diré que es una de las oportunidades peor aprovechadas que he podido ver. Valga una crítica al acto de clausura, como ejemplo de lo que no se debe hacer. El Ayuntamiento de Cuéllar cerró el periodo expositivo de Reconciliare con un concierto de godspell a cargo del coro Good News. Fue un concierto excelente, con un público entregado y un coro que respondía a la entrega. Bien. Pero antes del concierto, el público tuvo que asistir a un acto de autobombo de la concejala de Cultura y de toda la corporación, acompañado de un vídeo de ínfima calidad. Me recordaba a aquellos curas que siempre tienen la iglesia vacía y aprovechan bodas o bautizos para echar una filípica a las personas acompañantes. Era la prueba de las insuficiencias del equipo de gobierno.
Para rematar el estropicio, el Ayuntamiento cobró 10 euros por asistir al concierto. Tengo entendido que la Caja Rural había aportado 1000 euros y las administraciones local y provincial 300 más 650 euros, como pago a Good News. ¿Saben para qué eran los 10 euros que cobraba el Ayuntamiento? Para restaurar una imagen de la iglesia de La Cuesta. Esto sí que es aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid. Para colmo, el alcalde hizo entrega al cura párroco, con un cheque, de la recaudación que aportamos los espectadores, explicándolo como una contribución del Ayuntamiento para la restauración del crucifijo de La Cuesta. Como lo oyen y delante de todo el mundo. Sencillamente, un insulto. Imagínense cómo habrá sido el resto de la actuación municipal y comprenderán la dimensión de la oportunidad perdida.
Marcelino Flórez