La monarquía

Me dice mi amigo Juanjo, no sé si porque está aburrido y echa de menos las discusiones de los martes en La Toscana, que escriba algo sobre la monarquía. Si no fuese por el coronavirus, sería tema de conversación política principal estos días. Y no por la actitud del rey ante la pandemia, sino por los oscuros negocios del rey emérito. De hecho, comienzan a abundar las páginas de opinión, así que me atreveré con la mía, aunque me temo que lo que yo escriba no va a ser del gusto de mi amigo.

Planteado en términos abstractos, descontextualizados, la monarquía es indefendible en un país moderno, es un residuo del pasado, que ha caminado al lado de las fuerzas conservadoras de todos los tiempos y no está acorde con los valores del Estado de derecho, especialmente con el principio de soberanía. Por ahí, no habría nada que discutir, la monarquía es un arcaísmo y punto.

Pero no es eso de lo que hay que tratar, sino de la monarquía realmente existente aquí y ahora. Y esto hay que tenerlo muy claro. La monarquía vigente no es la que instituyó Franco, tampoco es la monarquía histórica. Es la que instituyó la Constitución de 1978. Cierto que se instituyó en la persona de Juan Carlos, que había sido designado rey heredero por Franco y que aunó la legitimidad histórica, al cederle su padre los derechos al trono. Pero Juan Carlos I fue rey, porque lo estableció la Constitución y lo refrendó el pueblo español, se hagan las salvedades que se quieran hacer acerca de la Transición pactada. De ahí hay que partir.

En la izquierda, de natural republicano, siempre ha sido una cuestión pendiente o aplazada la cuestión monárquica actual, hasta que hace no muchos años Anguita la puso sobre el tapete e IU la tomó como bandera, haciendo de la lucha por la III República el tema prioritario. No ocurrió lo mismo con Podemos, quien, sin negar nunca su preferencia republicana, rechazó habitualmente el debate: «Es un debate que no está abierto y está por darse», respondía en marzo de 2015 Sergio Pascual a las preguntas de los periodistas. Y poco antes de las elecciones de ese mismo año Pablo Iglesias respondía a un estudiante que abrir el debate y la confrontación entre monarquía y república es lo que le gustaría a la derecha, que llevaría todas las de ganar en ese caso.

La coalición con IU comenzó a establecer variantes en la postura de Podemos, no aplaudiendo al rey en la apertura de las Cortes del 17 de noviembre de 2016 y, desde entonces, agudizando las críticas a la monarquía hasta culminar en la actitud mantenida en el 40 Aniversario de la Constitución, cuando los diputados de Unidas Podemos no aplaudieron el discurso del rey y exhibieron símbolos republicanos, además de pronunciar duras palabras contra la monarquía. Esta es la razón por la que resultó tan contradictorio, catorce meses más tarde, el aplauso del pasado 3 de febrero de 2020 con motivo de la apertura de la legislatura de coalición.

Últimamente el CIS no pregunta o no publica la opinión de los españoles sobre la monarquía. Las encuestas que circulan muestran una leve ventaja de la opción monárquica, cuando no un empate técnico. Y es que las cosas están cambiando muy deprisa. No sólo hay un salto generacional, donde mayoría creciente de jóvenes opta claramente por la república, sino que los asuntos de corrupción y otros escándalos en los que se ha visto envuelto el rey emérito deterioran evidentemente la imagen de la institución. Como ha escrito Antonio Elorza en El País el 19 de marzo de 2020, eso es «algo que no solo concierne a los grupos que aprovechan el tema para reivindicar la República, sino ante todo al conjunto de los ciudadanos». Y es que la monarquía, a falta de las legitimidades tradicionales, que nacían de la teocracia o de la fuerza para imponer una dinastía, necesita legitimarse cada día con su comportamiento y demostrar su utilidad.

Esta es la situación por la que, en mi opinión, va a ser inevitable que, más pronto o más tarde, haya de ser consultada la población sobre la forma de Estado que desea. Es un tema de difícil solución, porque afecta a la reforma constitucional y no existen por el momento los consensos necesarios para ello. Por lo pronto, hay que dejar que pase la pandemia. Después, ya se verá.

Mi posición sigue siendo la de dejar en manos del movimiento social la reivindicación de la república y no llevarlo al programa de los partidos de la izquierda. Primero, porque no me parece una cuestión relevante desde el punto de vista de la transformación social. A diferencia de otras épocas, el cambio de forma en la jefatura del Estado no incluye hoy cambios políticos significativos y cambios sociales relevantes. Hay un problema añadido, hacer hincapié en el cambio de jefatura distrae de tratar de las cosas importantes, por ejemplo, en este momento, empujar para conseguir la Renta Básica de Ciudadanía. Sin olvidar que sigue vigente la cuestión táctica que preocupaba al Podemos del origen: introducir ese debate sería la tabla de salvación de la derecha, que encontraría ahí su espacio natural.

Sí considero, por el contrario, importante llevar al debate político las funciones y competencias que deberían corresponder a la jefatura del Estado, fuese ésta monárquica o republicana. Desde luego, no me gustan nada los modelos presidencialistas y, por lo tanto, no me gusta lo mucho que de eso conserva la monarquía española actual. Yo estoy por que esa figura sea lo más parecido a un sello o a una bandera, es decir, algo meramente simbólico, sin apenas poderes. Y, por supuesto, una figura ejemplar en todos los aspectos de la vida pública y privada. A esta tarea, ya ahora y cuando llegue el momento definitivo, sí podría dedicarse algún esfuerzo, sin dejar de seguir definiéndose como republicanos en sus estatutos los partidos de la izquierda. Así lo veo.

Marcelino Flórez

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