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En Francia, tampoco

En España pudimos ver hace un año con motivo de las elecciones madrileñas que el antifascismo no era un elemento movilizador. Acabamos de ver en Castilla y León que el miedo a la extrema derecha ya no moviliza. En Francia, esa misma extrema derecha no sólo no atemoriza, sino que acaba de recibir el 41,5 por 100 de los votos, situándose en los aledaños del poder. Es verdad que ha vuelto a ganar Macron, pero con un margen ya muy estrecho. Y veremos qué pasa en las legislativas dentro de unas semanas.

Además de ese hecho objetivo, En Francia, como en España, asistimos a la decadencia de los partidos políticos tradicionales: comunistas, socialistas, republicanos gaullistas han desaparecido del mapa francés. Entre nosotros, socialistas y populares continúan siendo hegemónicos, pero ven reducirse considerablemente su espacio con la presencia de nuevas fuerzas políticas.

En el mes de junio será el examen. Los franceses con las legislativas y los españoles en Andalucía dirán cuáles son sus opciones políticas. En Francia, la incógnita principal es cuánto espacio político terminará ocupando la extrema derecha y si fagocitará definitivamente a la derecha gaullista. En cuanto a la Francia Insumisa de Mèlenchon, el examen dirá si merece la confianza de los votantes otrora socialistas y verdes o si el voto regresa a sus espacios originales. Como no se vislumbran cambios estratégicos en los partidos franceses, el resultado se presenta muy abierto, creo yo.

En Andalucía sólo queda una incógnita por dilucidar y es una incógnita estratégica: qué pasará con la izquierda alternativa. A día de hoy, es bastante probable que compitan dos fuerzas en ese espacio, Adelante Andalucía y la coalición que se genere en torno a Unidas Podemos. La intriga se mantiene sobre esta coalición, donde hay dos posiciones muy enfrentadas, la de Podemos y la Más País.

En el último acuerdo hasta hoy alcanzado, parece que Podemos transigiría en lo que se refiere al nombre de la coalición y podría aceptar el de “Por Andalucía”, la marca blanca que propone Más País. Si a Podemos le cuesta renunciar al nombre, más le cuesta renunciar al candidato y a las candidaturas. Ahí es donde está estancado el acuerdo.

Podría parecer una cuestión de personalismos, pero realmente es una cuestión de estrategia política esencial. Lo que se dilucida es la concepción del partido y la propuesta programática. Podemos defiende la forma de partido marxista que ha configurado; Más País piensa en un partido-movimiento, abierto y transversal. Es el mismo conflicto que hubo en Vistalegre II, que terminó en ruptura.

En cuanto al programa, será más fácil el acuerdo, pero las diferencias se mostrarán en las tácticas. Podemos seguirá fiel a su antifascismo y enfocará la campaña en la confrontación con VOX, mientras que Más País pensará en lo concreto, la ecología, el feminismo, la equidad social. Dependiendo de quien domine finalmente, veremos una campaña u otra.

Paradójicamente, Izquierda Unida, que ha anudado su futuro a Podemos indisolublemente, será quien ejerza de mediador en Andalucía y lo podrá hacer porque es la fuerza política más relevante de ese espacio ideológico en el territorio andaluz y, sobre todo, porque del resultado de los acuerdos en Andalucía depende el futuro de la propuesta de Yolanda Díaz.

Por eso, me atrevo a predecir que habrá acuerdo en este espacio político andaluz y el acuerdo alcanzará al nombre, Por Andalucía, a la candidatura, que será abierta y poco partidista, y al mensaje, que ofrecerá alternativas y no confrontaciones. Nada de frentes. La única duda que mantengo es si la propuesta final logrará invitar a Adelante Andalucía a repensar su posición. Mucho me temo que los recientes agravios y su natural postura de confrontación anticapitalista y antifascista sean difíciles de remover.

Marcelino Flórez

Unidad (de la izquierda) en Andalucía

31 de marzo de 2022 06:00h

La prensa recoge la noticia del día 28 de marzo sobre un acuerdo de unidad de parte de la izquierda de Andalucía. Además del PSOE, existen tres grupos diferenciados en la izquierda andaluza: Unidas Podemos, Adelante Andalucía y Andaluces Levantaos. Dejamos a un lado Adelante Andalucía, formada estrictamente por los anticapitalistas, bajo la dirección de Teresa Rodríguez, que se ha excluido de la construcción de la unidad, y analizamos a los otros dos grupos y la decisión tomada.

Unidas Podemos es una coalición formada por IU, Podemos y Alianza Verde. Este último partido es ficticio, creado expresamente para pintar de verde a Podemos, una vez que Juanxo López-Uralde tuvo que abandonar EQUO, después de no obedecer al resultado de un referéndum interno sobre la investidura de la presidencia de gobierno. Las otras dos fuerzas de esta coalición probablemente estén muy igualadas en Andalucía y, en todo caso, tienen unido su destino, como en el resto de España, por lo que terminarán actuando al unísono.

Andaluces Levantaos es una coalición formada por Más País, Verdes-EQUO y dos pequeños partidos andalucistas, Iniciativa del Pueblo Andaluz y Andalucía por Sí. Aquí, la representación principal en el territorio corresponde a los pequeños partidos andalucistas, que tienen varios concejales, pero la fuerza política está en Más País, por sus referencias en el Estado principalmente.

La nueva unidad andaluza tiene que amalgamar esas dos coaliciones, que, si por algo se caracterizan, es por sus diferencias, de donde han resultado las rupturas y divisiones que ahora pueblan el paisaje. Lo más característico de esta amalgama, creo yo, es la mutua desconfianza entre los confluyentes. La tarea, por tanto, será construir confianza, si se quiere avanzar.

Con las lecciones que ya llevamos aprendidas, la confianza no se podrá generar si no se concreta en estructuras y en estrategias. En el punto en que estamos, no valen medias tintas. Y son las estructuras y las estrategias las que están verdes aún. Por eso, hasta ahora, sólo hay un acuerdo, confeccionar el programa; y dos sonoros desacuerdos, el candidato o candidata y el nombre de la nueva formación.

Bajo los términos en que se han visibilizado oficialmente el acuerdo y los desacuerdos, se oculta un asunto esencial de estructura: determinar si se formará una coalición o una confluencia. Me atrevería a poner la mano en el fuego sobre la imposibilidad de formar una coalición. Primero, porque sería muy desigual y cada partido trataría de imponer su hegemonía, de lo que resultaría una jerarquización, que se concretaría en los puestos a ocupar en las listas. Como todos exigirían, además, que figurase su nombre, la sopa de letras sería tan espesa que no sería digerible. No creo, por otra parte, que Más País aceptase esa coalición de coaliciones, porque choca frontalmente con su estrategia de abandonar el rincón de la izquierda y sus pompas y sus obras, o sea, sus siglas. Por cierto, en esa estrategia coincide con Yolanda Díaz, por lo que la vía de la coalición de coaliciones terminará descartada, aunque sea con mucho dolor de Unidas Podemos.

Si no hay coalición, tendrá que haber confluencia. Y aquí están los desacuerdos. Por eso, no hay nombre y no hay candidatura. De todos modos, no veo problema formal en alcanzar un acuerdo para el nombre y tampoco para la candidatura. El problema será definir orgánicamente esa estructura: ¿será un partido, será una agrupación de electores, cómo se formará el censo, quién gestionará las finanzas, qué papel jugará la asamblea, que tipo de dirección se establecerá, tendrá su propia sede? Seguro que la discusión está centrada aquí, porque es ahí donde se dilucida el grado de autonomía de la confluencia. La experiencia nos ha enseñado que, si no hay autonomía, sólo hay dependencia del partido o de los partidos hegemónicos, y ese es un camino ya recorrido y con final en el abismo. Por esto, es muy interesante lo que está ocurriendo en Andalucía, de donde resultará un nuevo modelo político o seguiremos con más de lo mismo, es decir, en el abismo.

Marcelino Flórez Miguel es socio de infoLibre

Unidad, ¿de quién?

La reunión de Valencia del 13 de noviembre, convocada por Mónica Oltra y protagonizada por Yolanda Díaz, ha vuelto a poner sobre la mesa el mantra de la unidad. La cosa es que en Valencia no se ha fijado de quién haya de ser esa unidad. Y no es sólo la notable ausencia de Irene Montero o de Ione Belarra. Tampoco estaba Teresa Rodríguez, una de las mujeres más representativas de los anticapitalistas. Cierto que Yolanda Díaz ha hecho un planteamiento muy transversal, aunque, por ahora, excesivamente impreciso. No querría yo perder la esperanza de un cambio, pero me vienen a la mente algunos problemas que aparecerán en el camino.

Lo primero que hay que advertir es que Izquierda Unida y Podemos tienen unido inexorablemente su destino. Podemos ya no es nada sin Unidas Podemos e Izquierda Unida no es nada sin Podemos. La unión es fuerte, pues no sólo es el presente real o el futuro inevitable, sino que se fundamenta también en el pasado, como quedó sellado en el abrazo con llanto de Pablo Iglesias y Julio Anguita en junio de 2016 o en el “pacto de los botellines”.

Y hay algunos problemas, no sólo por el presente, bien nutrido de conflictos internos, sino especialmente por el pasado. Con motivo del reciente centenario de la fundación del PCE, hemos podido leer estos días alguna opinión de destacados militantes o personas próximas al partido. Dice Sartorius en El País del día 14 de noviembre, para explicar la crisis del PCE en los inicios de la democracia, que el partido tuvo serias dificultades para “normalizar la discrepancia”, una forma bonita o eufemística de referirse al leninista principio del centralismo democrático. Y el día anterior en elDiario.es, en un artículo que titulaba Comunistas, explica su salida del PCE y de IU, “al separarse ambos de la línea proeuropea”. Pero concreta mucho más la discrepancia en el artículo de El País: “la oposición al euro; la propuesta de un proceso constituyente hacia la república; la reivindicación del derecho de autodeterminación; la “teoría de las dos orillas” fueron, en mi opinión, planteamientos erróneos”. Aquellas dificultades y estos planteamientos siguen vivos.

Todas las voces que nos llegan desde Unidas Podemos, desde que Felipe Alcaraz lanzara el pasado agosto la iniciativa de construir un frente amplio, insisten en crear un Frente de Izquierdas; por ejemplo, Carlos Guzmán, nuevo coordinador de IU en Navarra, hablaba en el Diario de Navarra del día 19 de octubre de construir un “frente amplio de izquierdas (para) disputar la hegemonía política al PSN”. Las “dos orillas” o, como se decían antes, la clase contra clase sigue siendo la estrategia. No discutiré la lógica de esa postura, que muy posiblemente pudiera servir para aglutinar todo lo que se posiciona a la izquierda del PSOE, pero ya nos ha demostrado la sociología electoral hasta la saciedad que ese conjunto tiene mucha dificultad para sobrepasar el 5 por 100 de los votos. No sé si con eso se podrá “disputar la hegemonía política” a los socialistas.

La palabra Frente tiene, además, muchas connotaciones precisas del pasado. Nos conduce a febrero de 1936 y a la belicosidad que caracterizaba aquel momento. De hecho, muchas voces que claman por la unidad esgrimen como principal razón la de cortar el paso a la extrema derecha. Vaya, calcado de 1936. Sin duda, se reclamará eso con un despliegue abundante de banderas tricolores. ¿Cuesta tanto entender que este lastre es tan pesado que hará insoportable su peso, como ha sugerido Sartorius? Pues ahí estamos.

El Frente me recuerda, por otra parte, lo que Joan Coscubiela ha calificado en El País del 29 de octubre de este año de partido matrioska, donde “la muñeca exterior, que se legitima electoralmente ante la ciudadanía, contiene en su interior otra muñeca parecida que, a la vez, encierra otra más pequeña aún que se arroga la función de marcar el paso a todas las demás”. Y Sato Díaz, en Público, lo especificaba así el día 27 de noviembre: “Un militante del PCE lo es, al mismo tiempo… de IU (organización en la que está incluida el partido, de la cual es el partido mayoritario, pero en la que hay un gran número de independientes que superan a los militantes del PCE); de Unidas Podemos (coalición formada por Podemos, IU, Alianza Verde y los comunes catalanes, principalmente); y del nuevo Frente Amplio (o como se llame lo que acabe liderando Díaz)”. El dirigente navarro de IU lo dejó también muy claro: el frente amplio se construirá sobre “los cimientos de Unidas Podemos” y precisa “con la misma alegría, ilusión y generosidad con la que nació Izquierda Unida en 1986”. La muñeca está perfectamente cerrada.

Nada de esto ha sido propuesto por Yolanda Díaz, que se ha limitado a alabar el diálogo y hacer una vaga referencia a “otras políticas”. Valencia puede ser el inicio de un camino. Si ese camino se dirige a un “frente de izquierdas”, no lo podrá recorrer con una buena parte de la población, definitivamente desengañada de las matrioskas. Pero si el camino busca la transversalidad, la confluencia de las diferencias, los cuidados de las personas, la defensa de la naturaleza, lo que nos preocupa cada día más allá de dos orillas o de lucha de clases y de banderas tricolores, ¿qué va a hacer, entonces, Unidas Podemos? ¿Se disolverá como un azucarillo en el agua o seguirá en la dinámica de las matrioskas? El mantra de la unidad se planteará en estos términos y ya hemos podido observar la intranquilidad que embarga a los protagonistas.

Marcelino Flórez

Necesito otra política

Habitualmente escribo desde una perspectiva analítica, en algunos caso hago estrictamente comentarios de texto y, aunque no hay análisis desprovisto de valores y opciones personales, no es lo mismo analizar que meramente opinar. Pero también tengo mi parecer y mis sentimientos: mi corazón está en el espacio de Unidas Podemos, salvo que considero al PSOE como un aliado y no como un adversario. Concretamente, pago una cuota en EQUO y, si no me he borrado, es por no dejar en vete a saber qué manos el proceso de disolución que se augura.

Considero que fue un error mayúsculo no apoyar en julio la investidura de Pedro Sánchez, además de ser una desobediencia explícita al mandato de las bases en el caso de EQUO, e implícita, según mi interpretación de los resultados del referéndum, en el caso de IU. Y fue un error, porque desoyó el mandato principal de los electores el 28 de abril: cerrar el paso a las tres derechas, al trifachito. Para eso se pidió el voto en primer lugar y eso debería de haber sido lo primero. También se pidió, en segundo lugar, para recuperar las políticas sociales, como ya se tenía pactado en el proyecto de presupuestos del Estado. Tampoco debería haber sido esto, por lo tanto, obstáculo para dar un sí a la investidura. Nunca se pidió el voto para hacer vicepresidente a Pablo Iglesias o, en su defecto, a Irene Montero. Sin embargo, ha sido eso lo que ha decidido la posición en la investidura, la relación de personas y ministerios a ocupar. Más que un error, es un engaño a una parte del electorado, aquella que votó para cerrar el paso al trifachito y conseguir mejoras sociales. Para mí, no hay ningún eximente y tengo claro quiénes son los culpables. Y esto dejando a un lado las formas o métodos, a pesar de que ya nos advirtió Gandhi que el fin está en los medios, como el árbol en la semilla.

En todo el proceso hay un culpable, Podemos, y dos tontos útiles, EQUO e IU, a los que, por mucho que hayáis mirado, no habréis visto aparecer en ningún momento de la negociación. Pero no me extraña nada, porque ese es el resultado lógico de la coalición, siempre exigida por Podemos, que es su esencia, como dejó establecido en los dos Vistalegres. Todo está dentro de esa lógica. Por cierto, estos pareceres míos no parecen ser minoritarios. ¿Con quién creéis que coinciden los cientos de miles que optaron por Carmena o Errejón frente a los millares que lo hicieron por Sánchez Mato o por Isa Serra? No os fiéis de lo que aparentan los trolls que actúan en Facebook, generalmente organizados por conocidos lobbies. ¿O creéis que la gente de Madrid, especialmente la que participa en los movimientos sociales, es tonta?

Por eso, necesito otra política frente a los viejos partidos y a los nuevos, pero viejunos. Frente a las coaliciones, confluencia de la pluralidad; frente a los hiperliderazgos, colegiación; frente al centralismo democrático, asambleas abiertas que faciliten la participación de la gente; frente a la rigidez y el autoritarismo, debate y consenso. Quiero democracia deliberativa y no hegemonías, aunque sean de mayorías. Eso o quedarme en casa.

A esta opción mía, algunos amigos reaccionan diciendo que el culpable es el PSOE. ¿Culpable, me pregunto, de qué, de no presentar un candidato a la investidura, de no pactar un acuerdo de legislatura, de no repartir ministerios con Podemos, culpable de ser como quiera ser? Eso me pregunto en un principio, pero enseguida rechazo las preguntas, porque si el culpable es el otro, yo no tengo nada que hacer. Es la trampa de las equidistancias, del «todos somos culpables», que conduce a liberarnos a cada uno de la propia culpa, mediante el olvido de los errores pasados. No quiero esa trampa. Que el PSOE analice sus culpas. Que los tertulianos inventen todo otro tipo de trampas para buscar réditos. (Me enterneció hace unos días escuchar a Marhuenda hablando de la maldad de Sánchez y de la racionalidad y hasta inocencia de Iglesias en sus demandas. Me enterneció tanto, que casi lloro. Me pasó lo mismo un par de días antes escuchando a Pedro Jota). Yo me quedo con mi culpa, con mi corazón y con mis decisiones, y que cada palo aguante su vela.

Marcelino Flórez

La avaricia rompe el saco

Lo advirtió el martes Aitor Esteban: la avaricia rompe el saco. Y se rompió.

Tengo que comenzar diciendo que no soy yo el que le ha escrito el discurso al candidato a la investidura, aunque haya seguido la misma lógica que usé yo en mi escrito anterior sobre el relato. Pedro Sánchez ha explicitado los pasos que ha dado: renuncia a una investidura con simple programa general; renuncia a negociar un programa de gobierno para cuatro años; renuncia a la oferta de altos cargos en la Administración; renuncia a un gobierno de independientes con propuestas de UP. Luego vino la consulta a los inscritos, la renuncia de Pablo Iglesias y las propuestas de gobierno de coalición. Sin acuerdo.

Ha dicho otra cosa el candidato: la investidura no debía de haber tenido precio. Eso mismo pienso yo. Y más, el programa de gobierno también podía haber ido sin precio. Hacía falta confianza para eso. Pero la estrategia era otra y el resultado lo escribí ayer y lo ha dicho el candidato hoy: «el planteamiento del proceso estaba tan mal hecho, que sólo había sido capaz de generar desconfianza y el resultado iban a ser dos gobiernos paralelos. Un camino cerrado». Acerté.

Lo malo del acierto de mi análisis es que eso vale para hoy y para los sesenta días siguientes. Ya no podrá haber nunca un gobierno de concentración entre PSOE y Unidas Podemos. Lo que ha ocurrido este 25 de julio es como una segunda palada de cal viva. Y con los mismos protagonistas, tanto personales, como colegiados. Una segunda vez ya es para siempre, se reconozca o no el error.

Habrá muchas consecuencias, aunque una parece segura. El gobierno de concentración ya no es posible. Pedro Sánchez ya no es candidato. Podría buscarse un acuerdo de investidura o, incluso, un pacto de legislatura con un programa de gobierno. Para ello, deberían aparecer mediadores capaces de lograrlo. Tengo poca esperanza, aunque conservo un hilo.

Las otras consecuencias son para la coalición de UP. El uso arbitrario que Podemos ha hecho de la coalición, cuya concreción más evidente fue la consulta a sus bases, representa de hecho la ruptura. Puede que las cúpulas no lo decreten aún, pero las bases ya lo han decretado. Las consultas de EQUO y de IU no ofrecen dudas acerca de los deseos de su afiliación: apoyar la investidura. López Uralde no tiene excusa para no haber votado sí; Alberto Garzón y sus seis compañeras podrán excusarse con la formulación de la pregunta, pero el espíritu era clarísimo, el 78 por 100. Así que no sólo se rompe la coalición, sino que entran en barrena los partidos que la forman. No digo nada lo que pensarán sus votantes.

La reconstrucción de la izquierda empieza hoy. Y esta vez no podrá hacerse mediante coaliciones de viejos partidos con la soberbia de otros nuevos. Esta vez será confluencia o no será. En Madrid ya lo han ensayado y la puerta está abierta. Lo malo es que nos van a dar sólo tres meses.

Marcelino Flórez