Sabemos que las palabras no son inocentes, sino que van cargadas de significados. Hace unos días explicábamos qué querían decirnos con “unidad popular” y veíamos que los nacionalistas querían decir el pueblo en sentido étnico y los izquierdistas el pueblo explotado o el pueblo pobre. En los dos casos, pretenden hacer creer que la sociedad de la que se trate o el grupo social es una cosa homogénea, cuando en la realidad son cosas llenas de diferencias. Todos los que hablan en términos políticos de unidad popular pretenden arrogarse la representación de toda la sociedad o del grupo social a que se refieran. En el fondo, subyace la pretensión de disponer de hegemonía política, concretada en un partido o sigla, a la que también puede calificarse como casa común. Es muy difícil que quien habla de unidad popular esté renunciando a su marca política, pensando en una asamblea soberana y derivando la representación política a personas elegidas en listas abiertas; más bien suele pensar en coaliciones electorales, con predominio de la gestión en manos de los representantes de cada sigla. Vaya, un centralismo democrático al uso.
La palabra frente está envuelta en más valoraciones aún. Primero, tiene una connotación militar, cosa que era irrelevante en otras épocas, pero no ahora. Sugiere, además, la voluntad de confrontación, como si se pretendiese combatir a un enemigo y no aportar asertivamente soluciones a problemas descritos. Un ejemplo: todavía he tenido que escuchar en alguna parte que el objetivo principal de Valladolid Toma La Palabra era echar a León de la Riva y no desarrollar un programa de cambio social largamente elaborado y debatido por un amplio movimiento social y político de la ciudad. Por otro lado, la palabra frente va inevitablemente unida a una fase histórica de la II República, el Frente Popular, y a eso remite, a la propuesta comunista para Europa, que en España logró aglutinar a todos los partidos obreros y a los partidos burgueses que no fuesen fascistas, monárquicos o católicos, junto con el sindicalismo. El Frente Popular sirvió para ganar unas elecciones, pero la unidad duró muy poco. No lo digo por el golpe de Estado, al que se tuvo que enfrentar sólo seis meses después de las elecciones, sino que me refiero a la ruptura interna desde las primeras semanas: el partido socialista se negó a formar parte del gobierno y los sindicatos mantuvieron una lucha en el borde de la legalidad desde el primer momento, todo lo cual dejó en letra muerta la pretendida unidad inicial. De modo que la palabra frente, aunque se califique con el adjetivo cívico, además de no ser garantía de nada, tiene connotaciones demasiado marcadas.
La experiencia conduce a buscar otros términos, si se pretende aglutinar a opciones diversas. Se va imponiendo, después de las elecciones del 24 de mayo, la palabra confluencia. Confluir es un término no marcado políticamente y remite a horizontalidad, a diversidad, también a poner en común. Niega jerarquías y aboga por la participación amplia, por el predominio de la asamblea. No resta nada a las identidades de cada sigla o movimiento, al mismo tiempo que construye una identidad nueva, aunque transitoria y en trance de renovación. La práctica de las candidaturas confluyentes de este 24 de mayo, con su apertura, su participación, el consenso, la asertividad y la buena organización ha abierto un camino fructífero. Se llama confluencia y no se llama con ninguno de los nombres de las “casas comunes”, el de la nueva casa tampoco. Los tertulianos seguirán llamando a las cosas con otros nombres, pero eso es por interés, no sólo por ignorancia.
Marcelino Flórez.